«No hay más tonto que un obrero que vota a la derecha»
Se lee habitualmente en las mal llamadas redes sociales frases del estilo: «no hay más tonto que obrero que vota a la derecha», y afirmaciones semejantes. Ser de «derecha» para el ser humano es inercial, casi «instintivo»… No serlo implica un trabajo ético y moral de reflexión.
Es admirable la fascinación que tienen los candidatos políticos por los cascos obreros cuando se aproximan las elecciones…
Volver con la «izquierda marchita»…
No cabe duda alguna que occidente viene desplazándose hacia la derecha desde hace décadas, algo de lo que los «eurocomunistas» han sido expertos en el derrape, del cual más de uno se pasó de carril.
Ser de «derecha» para el ser humano es inercial, casi «instintivo»… No serlo implica un trabajo ético y moral de reflexión.
Así, con indescifrable intención, nos lo presenta Stanley Kubrick en la primera secuencia de la película «2001. Una odisea del espacio». En ella se ve a un grupo de «monos-hombre» apropiándose de una charca. Agrediendo y golpeando al resto de habitantes del lugar para que no se acerquen a ella. Estos deben responder y luchar para poder hacerlo si no quieren perecer de sed, pero terminan rindiéndose…
Parece habitar algo «instintivo» en la especie humana que empuja a sus miembros a la posesión de cosas —en aquellas prehistóricas épocas, alimentos; hoy mercancías— más allá de la necesidad. Lo hemos observado en la reciente pandemia cuando algunas personas adquirían —ante el pánico inducido por los medios de una inminente escasez de productos básicos— en las tiendas y acumulaban en sus casas artículos tales como papel higiénico, aceite, leche, etc. en cantidad exageradas.
La frase respecto al obrero tonto que vota a la derecha, me recuerda, por el inexistente análisis previo del que la pronuncia, una anécdota —no puedo evitar decir que me dedico a estudiar psicoanálisis—.
Un paciente en una sesión de análisis, ante la demanda de divorcio que le presentó «su» esposa, me dijo:
— «Yo… a ella no la entiendo. Yo que le di todo, y ahora va y me deja por que me huele el aliento» (las negritas obviamente son mías).
¿Qué quiso decir este hombre con «le di todo»? ¿Qué entendió al menos en ese momento por «todo»? ¿Qué significó para su psiquismo activo en la pereza de reflexionar cuando escucha la frase que le dejan «porque le huele el aliento»?
Halitosis y Límites
Un apunte. Como bien saben los físicos e ingenieros el «momento flector» señala el límite donde una viga sostenida en dos puntos de apoyo sometida a presión vertical puede ceder. Es decir, si dicho límite de fuerza es superado la viga termina partiéndose. Aquí el esquema extraído de un libro de resistencia de materiales:
Momento flector de una viga con dos apoyos.
Insultar a un obrero por que no vota lo que se espera que vote, es creer en el determinismo causal, es decir, que por el solo hecho de que un trabajador sea explotado dentro de un régimen laboral su conciencia de clase surgirá como las flores en un campo de orégano.
Siguiendo con la sesión con el paciente:
— «No estimado paciente. Su mujer le dejó por qué Ud. no hizo nada para que el aliento no le huela. Su esposa se aleja por la dejadez en la que Ud. mismo se instaló. Olvidó, y quizá nunca supo, que el cariño y el amor es un trabajo cotidiano. Ante el amor no se puede descansar. Y «su mujer» que parece ser alguien que piensa, puedo suponer que labora día tras día para que su deseo, el de ella, no se le marchite junto al suyo, ni se le pudra como su aliento. No estimado paciente!!, su esposa, que nunca ha sido suya, no le deja, sino que se aleja para resguardar su deseo y sus intereses. Ud. se pasó del límite. Superó el «momento flector» de su esposa.»
Recuerdo perfectamente que no le dije semejante parrafada al unidimensional hombre. Pero ganas no me faltaron. (En ocasiones tengo que hacer un ejercicio deontológico para no olvidar que mi consulta no es la barra de un bar y recordar que aún en la calle me debo al oficio que elegí, aunque no siempre puedo lograrlo… La formación continua es imperativo.
Soy un aprendiz… por siempre.
Continuamos las sesiones semanales o quincenales, ya que el im-paciente solía cambiar la hora de los encuentros habitualmente (si no era por causa justificada, la sesión me la tenía que abonar, eso ponía límite a su dejadez y a mi «momento flector» laboral), durante un mediano tiempo.
Luego de aquello, un día me lo encontré por la calle. Me saludó, se paró frente a mí, lo reconocí al instante y con un gesto claro de querer conversar amistosamente conmigo me dijo:
—«Se acuerda de mí?».
Asentí con la cabeza.
—«Sabe Doctor, que me encontré hace poco a mi mujer escribiendo en facebook y en ese momento, cuando lei lo que ella escribió, me di cuenta de que nunca la entendí. Es que somos tan distintos…!!! »
El hombre me habló como si su halitosis, su mujer y su divorcio fueran para mi tema diario de reflexión.
— «Nunca la entendí», insistió.
—«Tampoco lo intentó», pensé en ese momento.
Obviamente, como aquella vez en la lejana pero muy presente sesión, la última de aquel día para mí, algo cansado pero con un mínimo de prudencia clínica [phronēsis, le llamaba Aristóteles] nota 1, no se lo dije.
Algunos políticos «abandonados» por sus electores funcionan como este im-paciente…
La tarde del reencuentro al despedirnos, después de tan sincera confesión, el hombre me dio la mano con afecto peatonal pero sincero. Respondí amablemente a su mirada, con un extraño alivio y seguimos cada cual nuestros respectivos senderos. Me alejé mirando cautamente a ambos lados, para no caer atropellado por un patinete, o bajo la bicicleta de un repartidor de una empresa de pizzas a domicilio… no se por qué me apresuré a cambiar de acera para continuar mi camino.
Mientras, deambulando entre la inflacionaria Argentina y la vieja y gris Europa[península de Eurasia y cuchara de EE.UU. ya que ni corta ni pincha 2, sólo obedece a Washington]parafraseando el tango de Carlos Gardel, seguimos con la «izquierda marchita»…
El amargo desencanto de las masas (I)