La cuestión de la guerra
Albert Einstein y Sigmund Freud mantuvieron un intercambio epistolar en torno a la cuestión de la guerra. Con un breve comentario introductorio reproducimos aquí dicha correspondencia.
En 1931, la «Comisión Permanente para la Literatura y las Artes» perteneciente a la «Liga de las Naciones» —organización intergubernamental creada en 1920 con el fin de «promover la cooperación internacional y lograr la paz y la seguridad internacional» según constaba en sus estatutos y que se considera que tras su disolución en 1946 dio origen a las actuales Naciones Unidas [ONU]—, encargó al «Instituto Internacional de Cooperación Intelectual», antecedente institucional de la actual UNESCO, que organizara un intercambio entre intelectuales occidentales representativos, sobre diversos temas que ocupaban a la Liga, y que el resultado de ello se publicara periódicamente.
El Instituto encargó a Albert Einstein que convocara a personalidades relevantes que considerara para debatir sobre cuestiones de interés común.
Invitación de Einstein a Freud:
Einstein sugirió que Sigmund Freud fuera una de esas figuras, y le envió una carta de invitación que aquí reproducimos. Freud aceptó la invitación y comenzó entre ellos un intercambio epistolar que se publicó simultáneamente en marzo de 1933, en alemán, francés e inglés. La circulación del material fue prohibida en Alemania.
En un principio, a Freud no le entusiasmó la tarea, como se evidencia en una carta dirigida a Max Eitingon, en la que le confesaba que «había terminado esa correspondencia tediosa y estéril a la que se dio en llamar discusión con Einstein». Luego, le describió a Sándor Ferenczi las circunstancias: «[Einstein] entiende tanto de psicología como yo de física, de modo que tuvimos una conversación muy placentera».1
Carta de Freud a Einstein:
Freud respondió a la invitación de Einstein con una carta fechada en septiembre de 1932, que aquí reproducimos.
El 3 de junio de 1938 Freud salió de Viena, algo a lo que se resistía, para ya no regresar, pero no tuvo más remedio dada la situación política: cuatro hermanas fueron enviadas a un campo de exterminio donde murieron, y él pudo exiliarse en Londres gracias a la intervención del diplomático William Bullit, la ayuda del que fue médico el Dr. Max Schur, el pago de una especie de soborno al régimen por parte de Marie Bonaparte y la ayuda de Ernest Jones.
Años antes Freud y Einstein se encontraron personalmente a principios de 1927 en Berlín, en casa del hijo menor de Freud. El intercambio epistolar se realizó entre 1936 y 1939. Entre otros temas, hablaron sobre la creación de un estado judío en Palestina, como consta en la carta fechada el 26 de febrero de 19302 y sobre la guerra.
Freud ya dedicó un texto a la cuestión de la guerra, que escribió poco antes de que comenzara la Primera Guerra Mundial, titulado «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte», un texto con indudable vigencia donde señalaba:
Los pueblos son representados hasta cierto punto por los Estados que constituyen, y estos Estados, a su vez, por los Gobiernos que los rigen. El ciudadano individual comprueba con espanto en esta guerra algo que ya vislumbró en la paz; comprueba que el Estado ha prohibido al individuo la injusticia, no porque quisiera abolirla, sino porque pretendía monopolizarla, como el tabaco y la sal.
Y, en lo que respecta a la manipulación de la información y la propaganda del Estado:
El Estado combatiente se permite todas las injusticias y todas las violencias, que deshonrarían al individuo. No utiliza tan solo contra el enemigo la astucia permisible, sino también la mentira a sabiendas y el engaño consciente, y ello es una medida que parece superar la acostumbrada en guerras anteriores. El Estado exige a sus ciudadanos un máximo de obediencia y de abnegación, pero los incapacita con un exceso de ocultación de la verdad y una censura de la intercomunicación y de la libre expresión de sus opiniones, que dejan indefenso el ánimo de los individuos así sometidos intelectualmente, frente a toda situación desfavorable y todo rumor desastroso.
En esta situación, el Estado impulsa la exaltación del patriotismo que el pueblo debe asumir:
Se desliga de todas las garantías y todos los convenios que habían concertado con otros Estados y confiesa abiertamente su codicia y su ansia de poderío, a las que el individuo tiene que dar, por patriotismo, su visto bueno.3
Los pensamientos expuestos en esta carta destinada a Einstein, están vinculados a otros trabajos sobre temas de actualidad y de carácter sociológico. Por tanto, se recomienda la lectura de este y otros textos freudianos en torno a la guerra, junto a El porvenir de una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1930) y, sobre todo, un texto esencial: Más allá del principio del placer, donde Freud propone la existencia de una «pulsión de muerte» y de «destrucción» en el psiquismo humano, textos donde se evidencia el profundo valor de las reflexiones de Freud, así como la calidad de su escritura.
El concepto de «pulsión de muerte», no fue aceptado por eminentes representantes del movimiento psicoanalítico, entre ellos, Wilhelm Reich y Donald Winnicott. Nosotros consideramos que el concepto de «pulsión de muerte», especulativo sin duda, pero que en la clínica cotidiana no cesa de manifestarse, es pieza fundamental del andamio epistemológico en el que se sostiene la teoría psicoanalítica, y que sin ella, se derrumbaría.
Poco después del estallido de la Primera Guerra Mundial, Freud envió una carta a Frederik van Eeden, psicopatólogo holandés, con quien mantuvo una larga amistad, pese a que éste no compartía las tesis freudianas sobre el oscuro funcionamiento el psiquismo humano. En uno de los párrafos de dicha carta, Freud le señala dos de los postulados centrales del psicoanálisis:
Por un lado, que más allá de la «evolución» de la especie humana, los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos sino que persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente, y que esperan la ocasión propicia para manifestarse.
Y junto a esta tesis, la que considera que nuestro intelecto es una cosa débil y dependiente, un juguete y un instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y afectivas, y que todos nos vemos forzados a actuar «inteligente o tontamente» según lo que nos ordenan nuestras actitudes emocionales primarias.
Termina Freud la misiva diciendo:
Es posible que no haya sido totalmente original, pero son muchos los pensadores y los estudiosos de lo humano que han formulado afirmaciones semejantes a estas, y nuestra ciencia las ha elaborado detalladamente, empleándolas a la vez para descifrar muchos enigmas de la psicología.
Poco podemos agregar a estas reflexiones: sin duda Freud se refería a aquellos escritores que tanto veneraba y en los que se apoyaba para construir su teoría, pensadores que escudriñaron y develaron algunos de los laberintos del alma humana, como Dostoievski, Heine, Goethe, Shakespeare… por citar solo algunos.
- Strachey, James. (1991). «Nota introductoria» a «De guerra y muerte». Freud, Sigmund. (1992). Obras Completas. Volumen 22. Traducción de José Luis Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 179-180. ↩︎
- Roudinescu, Elizabeth. (2015). Freud, en su tiempo y en el nuestro. Barcelona: Debate, p. 386. ↩︎
- Freud, Sigmund. (2006). «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte». Obras Completas. Tomo VI. Traducción de José Luis López-Ballesteros. Madrid: Biblioteca Nueva, pp. 2102-2117 ↩︎