
En «El malestar en la cultura», Sigmund Freud consideró que las fuentes de sufrimiento a las que está sometido todo sujeto humano son al menos tres:
- el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación;
- el mundo exterior, las fuerzas de la naturaleza y los límites y la moral de la propia sociedad;
- las relaciones con los semejantes[1].
El sufrimiento que emana de esta última fuente, sugiere Freud, quizá sea más doloroso que cualquier otro; pero más allá de los cuidados que pueda dar a su cuerpo o a su entorno natural inmediato, es en el hostil territorio de las relaciones con los semejantes donde, si las circunstancias lo permiten, el sujeto puede y debe hacer algo.
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