Derroteros cuestionados del psicoanálisis

Aunque el psicoanálisis —que es el sostén teórico y clínico del A.T. en la concepción de mi práctica— no es una filosofía ni lo pretende ser: sí tiene con ésta un diálogo e incluso confrontaciones mucho más fructíferas que las que pudo haber tenido con las diferentes corrientes de la psicología, la psiquiatría y psicoterapias derivadas de éstas. El psicoanálisis, que tampoco es una psicología ni una psicoterapia, piensa y trabaja el malestar del ser humano como sujeto, no como individuo.



Esto queda claramente establecido con los aportes de Jacques Lacan a la ciencia conjetural fundada por Sigmund Freud, quien planteó, en diferentes momentos de su obra, un desencuentro entre la filosofía y el psicoanálisis, afirmando paradójicamente en algún escrito que sus verdaderos intereses eran de naturaleza filosófica. nota [1. Sigmund Freud, «Los orígenes del psicoanálisis», en Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva: Madrid . Tomo III. pp. 3433 – 3656] Por su postura científica Freud fue reacio a lo especulativo y tuvo una desconfianza aparente hacia la filosofía. En ese sentido aquella filosofía que defiende el imperio de la conciencia, las facultades y la razón como regidores de la vida del hombre, estaría distante del psicoanálisis.

Desde sus primeros estudios sobre el funcionamiento del aparato psíquico, que fue desarrollando a través de la minuciosa observación y escucha del relato de pacientes, principalmente mujeres, que presentaban un amplio espectros de malestares anímicos, Freud se interesó por el pensamiento de aquellos filósofos, así como de los grandes literatos, que se ocuparon de la existencia del hombre, de sus condiciones y avatares. No tenemos más que recorrer las referencias citadas en su obra para ver qué autores y pensadores han sido de su interés y de una constante investigación: Goethe, Sófocles, Platón, Heine, Schiller, Empédocles, Shakespeare, Nietzsche, Schopenhauer…

Psicoanálisis en la Universidad

Freud —que sólo impartió algunas conferencias en la universidad y que puso en cuestión la enseñanza del psicoanálisis en las facultades— consideró tanto a Nietzsche como a Schopenhauer pensadores que anticiparon su posterior descubrimiento científico y objeto de su disciplina: el inconsciente. A Schopenhauer, que fue muy crítico con la filosofía académica, Freud lo leyó detenidamente, manifestando las similitudes que en la concepción de la vida anímica tenía su pensamiento con el del filósofo alemán. Stefan Zweig, Thomas Mann, Ricoeur, Derrida, Deleuze, Foucault, destacaron en diferentes escritos la afinidad entre Freud y los grandes pensadores contemporáneos Nietzsche, Marx, Schopenhauer. Althusser, en un sugerente texto, nota [2. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op.cit., 1996], señala que el fundador del psicoanálisis fue un hijo natural e ilegítimo de la razón occidental, no deseado por ésta por haber puesto en cuestión la moral y las buenas costumbres burguesas.

Por su parte, Jacques Lacan, otro pilar fundamental de la teoría psicoanalítica junto con Melanie Klein y Donald Winnicott, trabajó incesantemente el pensamiento de Spinoza desde su juventud universitaria. En sus seminarios contaba con la participación de pensadores de la talla de Foucault, Hyppolite, Merleau-Ponty, Bataille, entre otros. También Lacan fue crítico con la filosofía académica, aunque nunca dejó de establecer un intenso diálogo con los principales pensadores de su época que asistían a sus seminarios, llegando a formular que:

Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana. nota [3. Jacques Lacan, «El fenómeno psicótico y su mecanismo» en El Seminario, libro 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 120.]

La práctica clínica actual en «salud mental», ya sea en el ámbito privado o en el público, no contempla al paciente que demanda atención como un sujeto que tiene deseos, sexualidad, angustia, como un sujeto que fue construyéndose a través de identificaciones y alienaciones, atrapado en una sociedad que prioriza la imagen y el fetichismo de la mercancía. Este modo de atención predominante no considera la palabra del paciente y ni siquiera da la posibilidad que éste se interrogue sobre su propia posición ante el malestar que manifiesta a través de diversos síntomas. La psiquiatría y la psicología oficial taponan al paciente con fármacos, test y técnicas de modificación de la «conducta», y en ocasiones con electroterapias, intentando «normalizar» el dolor, estandarizando los tratamientos, afianzando el síntoma en lugar de escucharlo, generando una posición «pasiva» del paciente, en la que éste queda a la espera de que un psicofármaco resuelva su malestar. Además, demasiado a menudo estas prácticas pasan por alto que el malestar del sujeto —que ellas tienden a relegar a una dimensión privada, individual— está estrechamente imbricado con el entorno social, a pequeña y gran escala y, en última instancia, con el «malestar en la cultura».

Los últimos trabajos de Freud abordan, de manera más explícita que las obras anteriores, el malestar contemporáneo en la cultura, apuntando siempre a las cuestiones clásicas de la filosofía para explorar el para qué y el cómo los sujetos «enferman», y llegando a abarcar una dimensión verdaderamente cultural y social:

(…) Mi interés luego en un largo détour en la Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia, volvió a los problemas culturales que tanto me habían fascinado largo tiempo atrás, cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar. En el seno de mi labor analítica (1912) ya había intentado en Tótem y tabú emplear los nuevos hallazgos descubiertos por el análisis a objeto de investigar los orígenes de la religión y de la moral. Llevé recientemente esa investigación un paso adelante en dos últimos trabajos: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930) (…) Estos estudios aunque originados en el psicoanálisis y que se alejan mucho de él, tal vez han despertado más simpatía del público que el propio psicoanálisis. (…) Fue en 1929 cuando con palabras no menos fértiles que amistosas, Thomas Mann, uno de los bien conocidos escritores alemanes, encontró un lugar para mí en la historia del pensamiento moderno. Algo más tarde a mi hija Anna, actuando como mi apoderada, se le dio una recepción en la Rathaus de Francfort del Meno, con ocasión de haberme otorgado el premio Goethe para 1930. Ese fue el cenit de mi vida ciudadana. nota [4. Sigmund Freud, Autobiografía, O. C., p. 2799.]

Sin un trabajo de estudio e investigación sobre las producciones de los grandes pensadores de nuestra cultura sería impensable aproximarse a «entender» y «atender» a un sujeto que sufre y demanda atención. Recordemos nuevamente la sentencia de Lacan refiriéndose al trabajo del psicoanalista:

«Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.» nota [5. Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», Escritos, op. cit., p. 309.]

La tarea es sencillamente imposible, pero no por ello deja de ser imperativa para el ejercicio de este oficio. nota [6. «Pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones “imposibles” en que se puede dar anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar»: Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, O.C., p. 3361.]

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La historia de cada sujeto se fragua lenta o bruscamente por el fuego de decepciones, renuncias, ilusiones, deseos, esperanzas. Pero hasta el último momento de la existencia puede dársele algún sentido a tanto dolor, sufrimiento y algunas alegrías.

En 1929, en un escrito titulado «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Thomas Mann afirmaba sin ambages: «El psicoanálisis, no cabe la menor duda, forma parte del movimiento científico de nuestros días». nota [7. Thomas Mann, «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Alianza, Madrid, 2000, pp. 163-164.] Y agregaba más adelante:

Esta doctrina es revolucionaria. Es revolucionaria no sólo en el sentido científico y en relación con métodos anteriores de conocimiento, sino también en el sentido más auténtico, más imposible de malentender y de tergiversar: es revolucionaria en el sentido de la definición que el romanticismo alemán dio a la palabra «revolución». Resulta conmovedor el hecho de que Freud haya recorrido el duro camino de sus conocimientos en total soledad (…) nota [8. Ibídem.]

En ese sentido Freud fue y es, sin duda, un hombre temido. Temido por su obra, por sus postulados subversivos. Alejó su metapsicología de la psicología y tomó prudente distancia de la filosofía, aun reconociendo que ésta también busca respuesta a los interrogantes por el ser; pero tomó otra vía, la de la investigación sistemática de los procesos psíquicos inconscientes, fundando una ciencia conjetural que desenmascaró la promesa de una felicidad real y reveló lo inútil de pretender conquistarla. «Amor es lo que nos mantiene juntos», decía Novalis; el Eros empuja a la integración, a la unión, el Thánatos, a la destrucción, a la agresividad: Freud nos recordó que ambos cohabitan en las entrañas de nuestra alma.

«El hombre es un ser que no entiende nada del niño, nada de la mujer», nota [9. Henri Michaux, Un bárbaro en Asia, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 127.] sentenciaba Michaux. Freud fue el primero que comenzó a dilucidar los enigmas de la infancia, escuchó atentamente el relato de mujeres, siendo una de ellas la que le brindó la llave de su posterior descubrimiento, se enfrentó por primera vez al ser humano padeciente, herido, como a un sujeto, hablante y deseante, escuchó su voz e investigó su lenguaje. Intelectualmente huérfano y en la casi absoluta soledad, Freud fundó una ciencia conjetural nueva con un objeto propio ―el inconsciente―, cuya problemática central podemos resumir, en palabras de Althusser, como «la “hominización” forzada del pequeño animal humano en hombre o mujer» nota [10. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op. cit., p. 39.] : «Uno de los “efectos” del devenir-humano del pequeño ser biológico originado en el parto humano». nota [11. Ibídem, p. 36.]

A pesar de tantas distorsiones y confusiones, el objeto del psicoanálisis y de los dispositivos como el A.T., que a partir de él se han desarrollado, no es «la locura», «la sin-razón», el malestar, la «anormalidad»…, sino que es, ni más ni menos, lo que hace del sujeto un sujeto.

Quisiera clausurar estas líneas recordando los momentos finales de la vida de Sigmund Freud. Ya en un estadio avanzado de su enfermedad, Freud pidió a su médico personal que le evitara pasar por un tormento innecesario, a lo que el médico accedió, después del consentimiento de Anna, su hija:

El Dr. Schur le inyectó tres dosis de morfina de tres centigramos cada una, que acabaron por sumir a Freud, en la madrugada del 23 de septiembre de 1939, en un profundo sueño, inanalizable ya. nota [12. Carlos Gómez Sánchez, Freud y su obra, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 351.]





Familia, Revolución Industrial y Salud Mental

El lugar de la familia en las problemáticas psíquicas

El territorio que compete a la “psiquiatría” y a la llamada “salud mental” contiene al menos cuatro ejes que requieren un análisis institucional propio de:

■■ Instituciones asistenciales: hospitales generales, psiquiátricos, centros asistenciales ambulatorios, comunidades terapéuticas, pisos tutelados, etc.… (muchas de ellas ya pertenecientes al ámbito de lo privado, los espacios “concertados”) y sus agentes, psiquiatras, psicólogos, asistentes y trabajadores sociales…

■■ Instituciones jurídicas: implicadas en las decisiones de incapacitación, tutelas, ingresos forzosos, discapacidades psíquicas, curatelas: jueces, abogados…

■■ Instituciones académicas: universidades, facultades, colegios profesionales, responsables de la formación de los trabajadores sanitarios y asistenciales: catedráticos, docentes…

■■ La familia como institución. 



Un quinto eje mencionado permanentemente en los encuentros y jornadas críticas con la psiquiatría oficial es el de la “industria farmacéutica”, pero este no lo contemplamos dentro del campo de estudio de la “salud mental” ya que el mismo pertenece al territorio del sistema económico capitalista vigente y lo que hace es “aprovecharse” de la complicidad o indefensión voluntaria de los cuatro ejes que consideramos principales y responsables últimos de las prácticas psiquiátricas: no prescribe un fármaco un laboratorio, quien prescribe y firma la receta es el médico, formado en facultades y colegios médicos. Un ejemplo: no podemos culpar a las empresas constructoras de la especulación inmobiliaria, la explotación laboral en el gremio de la construcción, la construcción irracional y sin planificación de viviendas, carreteras, aeropuertos innecesarios, etc.: los responsables son los estados, sus gobernantes y sus políticas prebendarias y capitalistas de la que se benefician directamente.

Por tanto, aquí, nos ocuparemos brevemente de uno de los mencionados ejes: el familiar.

La familia puede abordarse como una estructura sintomática de la cual el sujeto/paciente es un emergente. En todo tratamiento psíquico surgen indefectiblemente dos obstáculos principales: los que presenta el propio paciente y los que presenta la propia familia.

Obstáculos que presenta el paciente

Sabemos de los obstáculos que presentamos los sujetos/pacientes a la hora de enfrentarnos a un tratamiento, obstáculos y resistencias algunos conscientes y otros no, —recordemos los llamados «beneficios secundarios de la enfermedad», esto es, las satisfacciones paradójicas que nos brindan nuestros propios síntomas, como puede ser no tener que afrontar ciertas obligaciones laborales, familiares, económicas—. Estos obstáculos los abordaremos explícitamente en otro espacio.

Obstáculos que presenta la familia

Lo que intentaremos destacar ahora son los obstáculos creados y manifestados por el entorno familiar del paciente. Atender al miembro «enfermo» de la familia implica analizar la demanda inicial que hacen los familiares cuando consultan, ya que muchas veces éstos esperan una solución con la única esperanza —inconsciente— de que no se alcance nunca, por paradójico que pareciera.

En relación al lugar que ocupa la familia en el tratamiento de un paciente, consideramos necesario recordar este extenso y claro párrafo de Freud:

«Hasta ahora hemos hablado aquí sino de las resistencias internas opuestas por el enfermo inevitables, pero que pueden ser dominables. Pero existen también obstáculos externos, derivados del ambiente en el que el enfermo vive y creados por los que le rodean (…) El tratamiento psicoanalítico es comparable a una intervención quirúrgica, y como ésta no puede desarrollarse sino en condiciones en que las probabilidades del fracaso se hallen reducidas a un mínimo. Conocidas son todas las precauciones de que el cirujano se rodea ―habitación apropiada, buena luz, ayudantes, ausencia de los parientes del enfermo, etc.―. ¿Cuántas operaciones terminarían favorablemente si tuvieran que ser practicadas en presencia de todos los miembros de la familia reunidos en derredor del cirujano y el enfermo, metiendo la nariz en el campo operatorio y gritando a cada incisión que el bisturí practicase? En el tratamiento psicoanalítico, la intervención de los familiares del enfermo constituye un peligro contra el que no tenemos defensa» [1].

Un episodio psicótico desestabiliza inevitablemente el sistema familiar, rompiendo un aparente equilibrio previo. El sujeto que enferma psíquicamente es alguien al que le es imposible soportar cierta cantidad de sufrimiento, que se defiende del dolor psíquico al precio de una ruptura con la realidad externa e interna, siendo el emergente de una situación familiar particular, que acaba convirtiéndose en el portavoz de un mensaje oculto, de un secreto familiar, que quizá nadie conozca.

El grupo familiar en ocasiones deposita en el familiar «enfermo» sus aspectos temidos, sus conflictos. Por ello sería imprescindible que los miembros significativos de la familia tuvieran un espacio donde pensar cuáles son sus modos de funcionamiento vincular, qué papel ocupa el familiar enfermo y qué responsabilidad pudieran tener en ello. Pero esto casi nunca es posible. Los padres culpabilizan de su estado o bien al propio hijo, o bien al entorno, a los profesionales o, como ocurre en la mayoría de los casos, se culpabilizan mutuamente.

Poseemos armas contra las resistencias interiores procedentes del sujeto y que sabemos inevitables. Pero, ¿cómo defendernos contra las resistencias exteriores? Por lo que a la familia del paciente respecta, es imposible hacerla entrar en razón y decidirla a mantenerse alejada de todo el tratamiento, sin que tampoco resulte conveniente establecer un acuerdo con ella, pues entonces corremos el peligro de perder la confianza del enfermo, el cual exige con perfecta razón que la persona a la que se confía esté de su parte [2].

Sabemos de la dificultad que implica incorporar a la familia del sujeto al tratamiento, es decir, que se implique activamente en él y que tenga un espacio para poder elaborar los posibles modos vinculares patológicos que emplee.

El psicólogo social Enrique Pichón-Rivière construyó un modelo con el que estudió en profundidad las relaciones interpersonales y sus vínculos, con una base teórica que posibilitara operar sobre éstos para una rectificación o cambio de los mismos. Mediante el estudio psicosocial, sociodinámico e institucional de la familia de un paciente determinado, Pichón-Rivière intentaba articular un esquema de la estructura psíquica del paciente, de los elementos que presionaron sobre él, y «provocaron la ruptura de un equilibrio que hasta ese momento se mantenía más o menos estable»[3]. Esta investigación posibilita un análisis del grupo familiar en diversos niveles. Al sujeto miembro de la familia que enferma Pichón-Rivière lo considera como señalamos un emergente de la problemática vincular de la familia a la que pertenece, cuestión ésta que muchas prácticas «psi» no contemplan, al poner todo el peso de la enfermedad en el propio paciente:

«(…) cuando tratamos a un psicótico, a través de su psicosis, se transforma, en cierta medida, en líder de su grupo familiar. Asume funciones de liderazgo por el hecho de ser el miembro más enfermo» [4].

Es habitual que el miembro familiar enfermo controle a su familia ―la cual a su vez pretende controlarlo a él― y al entorno clínico que lo asiste, generando en el equipo terapéutico tensiones, y, en ocasiones, una pérdida de la situación terapéutica, siendo por lo general el equipo que lo atiende (de acompañamiento) la primera diana de la ira y frustración de la familia, cuando, por ejemplo, un familiar manifiesta una queja en relación a algún trabajador del equipo.

Pichón-Rivière destaca que el delirio —que es la forma en la que el psicótico intenta reconstruir una realidad para él insoportable— resulta ser a menudo una tentativa por parte del paciente de levantar barreras frente a la estructura familiar o al entorno. Analiza también los episodios o fenómenos autistas, en los que el sujeto se retira del mundo, trasladando de este modo la realidad externa a un escenario interno, donde los «personajes que antes estaban afuera ahora están adentro»[5].

Otro categoría propuesta por Pichón-Rivière, y que junto a las consideraciones anteriores sabemos clave para establecer un marco de trabajo con las mínimas garantías clínicas, es la de «portavoz»:

«El portavoz es aquel que en el grupo, en un determinado momento dice algo, enuncia algo, y ese algo es el signo de un proceso grupal que hasta ese momento ha permanecido latente o implícito, como escondido dentro de la totalidad del grupo (…) El portavoz no tiene conciencia de enunciar algo de la significación grupal que tiene en ese momento, sino que enuncia o hace algo que vive como propio» [6].

En determinados momentos el portavoz de la dinámica familiar patológica pueden ser dos o varios miembros de la familiar en forma diacrónica, es decir, cuando uno de los miembros se «cura», enferma otro. El enfermo es la resultante de la interacción familiar patológica, es el portavoz que por el solo hecho de enfermarse denuncia que algo no funciona debidamente en su grupo familiar.

Esquizofrenia y Revolución Industrial

En el terreno de la locura podemos hallar desde la Antigüedad descripciones precisas de lo que hoy día llamamos melancolía, manía y paranoia, pero no puede decirse lo mismo de la esquizofrenia (automatismo mental), que según proponen Colina y Álvarez, se originó en un momento histórico determinado en el que se produjo una transmutación profunda de la subjetividad: la Revolución Industrial [7].

La esquizofrenia no es una enfermedad de la naturaleza, ni un virus ni una configuración genética: es un trastorno de la cultura y de la historia. Por tanto desafía a la ciencia moderna que pretende reducirla a una patología neurológica. Es un asalto a la razón moderna que nos anuncia de los riesgos que nos esperan a todos: si viviéramos 200 años todos acabaríamos esquizofrénicos, es, podríamos decir, el destino probable de toda la especie humana. 


[1] Sigmund Freud. «Lección XXVIII. La terapia analítica» en Lecciones introductorias al psicoanálisis, O.C.. Madrid: Biblioteca Nueva, 1997, p. 2409.

[2] Ibídem.

[3] Enrique Pichón-Rivière. Teoría del vínculo. Buenos Aires: Nueva Visión, 1985, p. 25.

[4] Ibídem.

[5] Ibídem, p. 38.

[6] Enrique Pichón-Rivière. El proceso grupal. Buenos Aires: Nueva Visión, 1985, p. 221.

[7] Fernando Colina y José María Álvarez. Las voces de la locura. Barcelona: Xoroi Edicions, 2016.





Esclavitudes actuales

El control social que se ejerce sobre los sujetos cambia con las épocas sociales e históricas, pero en esencia es el mismo que ya enunció Marx hablando de la esclavitud del «fetichismo» de las mercancías o el propio Heidegger [1] al plantear la esclavitud de la imagen y Hume que nos alertó del señuelo de la conexión necesaria [2], esto es, por ejemplo, en el ámbito de la llamada «salud mental» (falsa asociación de palabras), la tendencia a atribuir a cada efecto (síntoma) —por ejemplo, una fobia— una causa objetiva que puede dominarse a través de un fármaco, un consejo o una técnica de modificación de conductas.

Jornadas «Las opresiones de la Psiquiatría Institucional».
En Enclave de Libros con Manuel Desviat y Pilar Palao.



Los manuales de autoestima, los programas de radio y de televisión con consejos sobre técnicas de control orgásmico, la cirugía estética con la promesa que la mirada que el sujeto recibe cambiará, las baterías de test de evaluación de la personalidad o del nivel de autoestima o ansiedad, van generando una lenta psicotización de los ciudadanos. Efectos que observamos, a través del relato de los pacientes sometidos a la servidumbre del sexo, es decir, a la genitalización de la sexualidad: sujetos apabullados por consejos, consignas, estadísticas sobre el rendimiento sexual, etc., ya que como señala De Brasi «…en el sexo quizá, se está jugando el mayor nivel de explotación que conoce la historia del hombre» [3], explotación auspiciada por la industria cosmética, farmacológica, la cirugía plástica o la soberanía del cuerpo y del sexo propios.

En «El malestar en la cultura» [4], Freud destaca que el sufrimiento nos amenaza por tres lados:

■■ desde el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación, sin poder prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia;

■■ del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas de la naturaleza destructoras omnipotentes e implacables;

■■ de las relaciones con otros seres humanos.

El sufrimiento que emana de esta última fuente, nos dice Freud, quizá nos sea más doloroso que cualquier otro, pero es en este territorio vincular donde el sujeto puede hacer algo más. Así mismo, la finalidad de evitar el sufrimiento relega a un segundo plano la de lograr el placer y en todo caso las tentativas de alcanzar éste pueden llevarnos por caminos muy distintos: por un lado la búsqueda de la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se impone como la conducta más tentadora, pero esto significa preferir el placer y el goce a la prudencia y a poco de practicar esta búsqueda un sujeto, cuando faltan los límites que la encauzan, emergerán consecuencias en principio no deseadas.

La evitación del sufrimiento, destaca Freud, puede buscarse por diferentes caminos, diferenciándose éstos según la fuente de displacer a la que se concede máxima atención; estos caminos serían:

■■ el aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, que sería el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas;

■■ el recurso a la química, a través de la intoxicación con sustancias cuya presencia en la sangre o en los órganos proporcionan sensaciones placenteras de fuga momentánea que producirá una felicidad paradójica, modificando nuestra sensibilidad, proporcionando proporcionando un «placer» inmediato, sin mediación de la palabra, que da una aparente independencia del mundo exterior: «… los hombres saben que con ese “quitapenas” siempre podrán escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que en realidad no les pertenece» [5].

Otra posible vía para evitar el sufrimiento, afirma Freud, consiste en reorientar los fines pulsionales eludiendo la frustración del mundo exterior a través de la sublimación de las pulsiones, cuyo sendero sería, por ejemplo, el proceso creador del artista o el trabajo de los oficios artesanales, que a su vez incorporan al sujeto a la comunidad humana:

La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social. La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, no obstante, el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce [6].

Observamos hoy día un menosprecio por los oficios y por el trabajo por parte de los estados e instituciones, –por ejemplo, el paulatino desmantelamiento de las escuelas de FP, Formación Profesional– consecuencia quizá de una intrincada y sutil o grosera trama de relaciones económicas que prometen un acceso a la «felicidad» a través de la supuesta inmediatez de los objetos.

Como ya anticipara Freud: «La inmensa mayoría de los seres sólo trabaja bajo el imperio de la necesidad y de esta aversión y problemática humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales» [7]. A su vez, quien vea fracasar sus esfuerzos por alcanzar esa felicidad, «aun hallará consuelo en el placer de la intoxicación crónica, o bien emprenderá esa desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis» [8].


[1] Martin Heidegger, «La época de la imagen en el mundo», Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 2000.

[2] David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza, Madrid, 1996, p. 94.

[3] Juan Carlos De Brasi; Emilio González, La sexualidad y el poder desde el psicoanálisis (I), EPBCN; Barcelona, 2009, p. 26.

[4] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, O. C., p., 3025.

[5] Ibídem, p. 3026.

[6] Ibídem, n. 1.693, p. 3027.

[7] Ibídem.

[8] Ibídem, p. 3030.