Derroteros cuestionados del psicoanálisis

Aunque el psicoanálisis —que es el sostén teórico y clínico del A.T. en la concepción de mi práctica— no es una filosofía ni lo pretende ser: sí tiene con ésta un diálogo e incluso confrontaciones mucho más fructíferas que las que pudo haber tenido con las diferentes corrientes de la psicología, la psiquiatría y psicoterapias derivadas de éstas. El psicoanálisis, que tampoco es una psicología ni una psicoterapia, piensa y trabaja el malestar del ser humano como sujeto, no como individuo.



Esto queda claramente establecido con los aportes de Jacques Lacan a la ciencia conjetural fundada por Sigmund Freud, quien planteó, en diferentes momentos de su obra, un desencuentro entre la filosofía y el psicoanálisis, afirmando paradójicamente en algún escrito que sus verdaderos intereses eran de naturaleza filosófica. nota [1. Sigmund Freud, «Los orígenes del psicoanálisis», en Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva: Madrid . Tomo III. pp. 3433 – 3656] Por su postura científica Freud fue reacio a lo especulativo y tuvo una desconfianza aparente hacia la filosofía. En ese sentido aquella filosofía que defiende el imperio de la conciencia, las facultades y la razón como regidores de la vida del hombre, estaría distante del psicoanálisis.

Desde sus primeros estudios sobre el funcionamiento del aparato psíquico, que fue desarrollando a través de la minuciosa observación y escucha del relato de pacientes, principalmente mujeres, que presentaban un amplio espectros de malestares anímicos, Freud se interesó por el pensamiento de aquellos filósofos, así como de los grandes literatos, que se ocuparon de la existencia del hombre, de sus condiciones y avatares. No tenemos más que recorrer las referencias citadas en su obra para ver qué autores y pensadores han sido de su interés y de una constante investigación: Goethe, Sófocles, Platón, Heine, Schiller, Empédocles, Shakespeare, Nietzsche, Schopenhauer…

Psicoanálisis en la Universidad

Freud —que sólo impartió algunas conferencias en la universidad y que puso en cuestión la enseñanza del psicoanálisis en las facultades— consideró tanto a Nietzsche como a Schopenhauer pensadores que anticiparon su posterior descubrimiento científico y objeto de su disciplina: el inconsciente. A Schopenhauer, que fue muy crítico con la filosofía académica, Freud lo leyó detenidamente, manifestando las similitudes que en la concepción de la vida anímica tenía su pensamiento con el del filósofo alemán. Stefan Zweig, Thomas Mann, Ricoeur, Derrida, Deleuze, Foucault, destacaron en diferentes escritos la afinidad entre Freud y los grandes pensadores contemporáneos Nietzsche, Marx, Schopenhauer. Althusser, en un sugerente texto, nota [2. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op.cit., 1996], señala que el fundador del psicoanálisis fue un hijo natural e ilegítimo de la razón occidental, no deseado por ésta por haber puesto en cuestión la moral y las buenas costumbres burguesas.

Por su parte, Jacques Lacan, otro pilar fundamental de la teoría psicoanalítica junto con Melanie Klein y Donald Winnicott, trabajó incesantemente el pensamiento de Spinoza desde su juventud universitaria. En sus seminarios contaba con la participación de pensadores de la talla de Foucault, Hyppolite, Merleau-Ponty, Bataille, entre otros. También Lacan fue crítico con la filosofía académica, aunque nunca dejó de establecer un intenso diálogo con los principales pensadores de su época que asistían a sus seminarios, llegando a formular que:

Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana. nota [3. Jacques Lacan, «El fenómeno psicótico y su mecanismo» en El Seminario, libro 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 120.]

La práctica clínica actual en «salud mental», ya sea en el ámbito privado o en el público, no contempla al paciente que demanda atención como un sujeto que tiene deseos, sexualidad, angustia, como un sujeto que fue construyéndose a través de identificaciones y alienaciones, atrapado en una sociedad que prioriza la imagen y el fetichismo de la mercancía. Este modo de atención predominante no considera la palabra del paciente y ni siquiera da la posibilidad que éste se interrogue sobre su propia posición ante el malestar que manifiesta a través de diversos síntomas. La psiquiatría y la psicología oficial taponan al paciente con fármacos, test y técnicas de modificación de la «conducta», y en ocasiones con electroterapias, intentando «normalizar» el dolor, estandarizando los tratamientos, afianzando el síntoma en lugar de escucharlo, generando una posición «pasiva» del paciente, en la que éste queda a la espera de que un psicofármaco resuelva su malestar. Además, demasiado a menudo estas prácticas pasan por alto que el malestar del sujeto —que ellas tienden a relegar a una dimensión privada, individual— está estrechamente imbricado con el entorno social, a pequeña y gran escala y, en última instancia, con el «malestar en la cultura».

Los últimos trabajos de Freud abordan, de manera más explícita que las obras anteriores, el malestar contemporáneo en la cultura, apuntando siempre a las cuestiones clásicas de la filosofía para explorar el para qué y el cómo los sujetos «enferman», y llegando a abarcar una dimensión verdaderamente cultural y social:

(…) Mi interés luego en un largo détour en la Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia, volvió a los problemas culturales que tanto me habían fascinado largo tiempo atrás, cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar. En el seno de mi labor analítica (1912) ya había intentado en Tótem y tabú emplear los nuevos hallazgos descubiertos por el análisis a objeto de investigar los orígenes de la religión y de la moral. Llevé recientemente esa investigación un paso adelante en dos últimos trabajos: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930) (…) Estos estudios aunque originados en el psicoanálisis y que se alejan mucho de él, tal vez han despertado más simpatía del público que el propio psicoanálisis. (…) Fue en 1929 cuando con palabras no menos fértiles que amistosas, Thomas Mann, uno de los bien conocidos escritores alemanes, encontró un lugar para mí en la historia del pensamiento moderno. Algo más tarde a mi hija Anna, actuando como mi apoderada, se le dio una recepción en la Rathaus de Francfort del Meno, con ocasión de haberme otorgado el premio Goethe para 1930. Ese fue el cenit de mi vida ciudadana. nota [4. Sigmund Freud, Autobiografía, O. C., p. 2799.]

Sin un trabajo de estudio e investigación sobre las producciones de los grandes pensadores de nuestra cultura sería impensable aproximarse a «entender» y «atender» a un sujeto que sufre y demanda atención. Recordemos nuevamente la sentencia de Lacan refiriéndose al trabajo del psicoanalista:

«Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.» nota [5. Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», Escritos, op. cit., p. 309.]

La tarea es sencillamente imposible, pero no por ello deja de ser imperativa para el ejercicio de este oficio. nota [6. «Pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones “imposibles” en que se puede dar anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar»: Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, O.C., p. 3361.]

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La historia de cada sujeto se fragua lenta o bruscamente por el fuego de decepciones, renuncias, ilusiones, deseos, esperanzas. Pero hasta el último momento de la existencia puede dársele algún sentido a tanto dolor, sufrimiento y algunas alegrías.

En 1929, en un escrito titulado «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Thomas Mann afirmaba sin ambages: «El psicoanálisis, no cabe la menor duda, forma parte del movimiento científico de nuestros días». nota [7. Thomas Mann, «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Alianza, Madrid, 2000, pp. 163-164.] Y agregaba más adelante:

Esta doctrina es revolucionaria. Es revolucionaria no sólo en el sentido científico y en relación con métodos anteriores de conocimiento, sino también en el sentido más auténtico, más imposible de malentender y de tergiversar: es revolucionaria en el sentido de la definición que el romanticismo alemán dio a la palabra «revolución». Resulta conmovedor el hecho de que Freud haya recorrido el duro camino de sus conocimientos en total soledad (…) nota [8. Ibídem.]

En ese sentido Freud fue y es, sin duda, un hombre temido. Temido por su obra, por sus postulados subversivos. Alejó su metapsicología de la psicología y tomó prudente distancia de la filosofía, aun reconociendo que ésta también busca respuesta a los interrogantes por el ser; pero tomó otra vía, la de la investigación sistemática de los procesos psíquicos inconscientes, fundando una ciencia conjetural que desenmascaró la promesa de una felicidad real y reveló lo inútil de pretender conquistarla. «Amor es lo que nos mantiene juntos», decía Novalis; el Eros empuja a la integración, a la unión, el Thánatos, a la destrucción, a la agresividad: Freud nos recordó que ambos cohabitan en las entrañas de nuestra alma.

«El hombre es un ser que no entiende nada del niño, nada de la mujer», nota [9. Henri Michaux, Un bárbaro en Asia, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 127.] sentenciaba Michaux. Freud fue el primero que comenzó a dilucidar los enigmas de la infancia, escuchó atentamente el relato de mujeres, siendo una de ellas la que le brindó la llave de su posterior descubrimiento, se enfrentó por primera vez al ser humano padeciente, herido, como a un sujeto, hablante y deseante, escuchó su voz e investigó su lenguaje. Intelectualmente huérfano y en la casi absoluta soledad, Freud fundó una ciencia conjetural nueva con un objeto propio ―el inconsciente―, cuya problemática central podemos resumir, en palabras de Althusser, como «la “hominización” forzada del pequeño animal humano en hombre o mujer» nota [10. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op. cit., p. 39.] : «Uno de los “efectos” del devenir-humano del pequeño ser biológico originado en el parto humano». nota [11. Ibídem, p. 36.]

A pesar de tantas distorsiones y confusiones, el objeto del psicoanálisis y de los dispositivos como el A.T., que a partir de él se han desarrollado, no es «la locura», «la sin-razón», el malestar, la «anormalidad»…, sino que es, ni más ni menos, lo que hace del sujeto un sujeto.

Quisiera clausurar estas líneas recordando los momentos finales de la vida de Sigmund Freud. Ya en un estadio avanzado de su enfermedad, Freud pidió a su médico personal que le evitara pasar por un tormento innecesario, a lo que el médico accedió, después del consentimiento de Anna, su hija:

El Dr. Schur le inyectó tres dosis de morfina de tres centigramos cada una, que acabaron por sumir a Freud, en la madrugada del 23 de septiembre de 1939, en un profundo sueño, inanalizable ya. nota [12. Carlos Gómez Sánchez, Freud y su obra, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 351.]





Wilhelm Reich (I): la psicología de masas del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años ´30 y el ascenso del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años treinta en Europa podía presagiar una revuelta social protagonizada por las organizaciones obreras y sindicales y por los partidos de izquierda. Pero por el contrario con el apoyo popular se produjo un ascenso de la extrema derecha, inspirada en el fascismo italiano, ascenso que se reflejó en los resultados electorales de julio y noviembre de 1932, donde el NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, se consolida como primera fuerza, «un partido sin historia, que surge repentinamente en la vida política de Alemania», y que desembocará en el nombramiento de Hitler como canciller imperial el 30 de enero de 1933.

Estos resultados electorales le permiten a Wilhelm Reich comprobar cómo la situación social y económica de las masas no se reflejan necesariamente en la conciencia social de los trabajadores y se dedica, en «Psicología de masas del fascismo» publicado en agosto de 1933, a investigar las raíces de esta contradicción.

La matanza de Schattendorg

En una pequeña ciudad al sureste de Viena se celebra el 30 de enero de 1927 por la tarde una asamblea de militantes socialdemócratas. Antes de su comienzo un grupo paramilitar de extrema derecha dispara sobre los asistentes, matando a varios, entre ellos dos niños. Los asesinos huyen sin mayor dificultad del lugar. El ayuntamiento de la ciudad, de mayoría socialdemócrata, solicita al gobierno central encabezado por el derechista partido socialcristiano capturar y condenar a los autores de la matanza, así como la disolución de las organizaciones reaccionarias austríacas en activo, entre ellas la Heimwehr [2]. Una vez detenidos son juzgados y el 14 de julio del mismo año los magistrados asignados deciden absolverlos. . Al día siguiente del fallo judicial el partido socialdemócrata y la federación sindical convocan una breve huelga general de quince minutos pero ninguna manifestación de protesta. Pese a ello los trabajadores se concentran en las calles de la Viena Roja prendiendo fuego al Palacio de Justicia. La policía dispara sobre los manifestantes matando a un centenar de ellos. Wilhelm Reich presencia las cargas policiales en el barrio del Schottenring donde en ese momento estaba pasando consulta:

A las 10 de la mañana del 15 de julio de 1927, un médico vino a mi consulta para cumplir con su cita habitual de análisis. Me dijo que había estallado una huelga del Sindicato de Trabajadores de Viena. Varias personas ya habían sido asesinadas por la policía y los trabajadores ya habían ocupado el área interior de la ciudad. En este momento, interrumpí la sesión y caminé hacia Schottenring, muy cerca de mi casa [3].

La guardia paramilitar del Partido Socialista, la Schutzbund [4], se encarga de desconvocar a sus propios militantes en lugar de evitar la masacre. La orden de desmovilización le parece a Reich inexplicable, ya que aún en el caso de querer evitar un choque abierto con la policía los dirigentes socialistas estaban al menos obligados a proteger a los obreros, pero por el contrario ordenaron a sus tropas de seguridad acuartelarse, mientras la policía reprimía a los manifestantes[5]. Actuaciones como la de la Schutzbund, comentará posteriormente Reich, desembocará el 14 de febrero de 1934 en el derrumbamiento de la socialdemocracia austríaca promovido por estos mismos grupos reaccionarios que en 1927 habían llevado a cabo impunemente su primera actuación criminal en la pequeña ciudad austríaca de Schattendorf. Los sucesos suponen un punto de inflexión en el pensamiento de Reich y en su obra posterior, sorprendido también por la reacción de la masa: «Me maravilló la mansedumbre de la población. La multitud era tan fuerte que habría podido literalmente despedazar a los pocos policías. ¿Por qué la multitud miraba sin hacer nada, absolutamente nada, para parar la matanza? Me parecía incomprensible?» [6].

Decepcionado con los socialdemócratas adhiere al partido comunista austríaco donde una de sus primeras acciones como militante es crear, vinculada al área de cultura del partido, la Sociedad Socialista de Información e Investigación Social, así como poner en marcha las primeras clínicas de higiene sexual destinadas a la atención psicológica y social de trabajadores para la resolución y prevención de conflictos emocionales cotidianos. Esta actividad social abarcaba asesoramiento sobre métodos anticonceptivos, embarazos no deseados, consultas ginecológicas, talleres de lectura, conferencias y debates grupales. Los servicios eran gratuitos y estaban sostenidos por la iniciativa privada de los propios profesionales y por el personal voluntario, entre ellos médicos, sanitarios y estudiantes en formación. Las clínicas brindaban un trabajo de atención amplio que tuvo una gran acogida por parte de la comunidad, pero sujeto a las limitaciones materiales producto de las malas condiciones sociales que padecía la población, condiciones que como bien afirmó Reich están el origen de los malestares psíquicos y anímicos.

Peer Gynt en la «Viena Roja» [7]

 Wilhelm Reich nace el 24 de marzo de 1897 en Galitzia, en el oriente del imperio austro-húngaro. A los 23 años obtiene la licenciatura de medicina y la especialidad en neuropsiquiatría en la Universidad de Viena e ingresa en el Instituto Psicoanalítico de la ciudad. Al entrar en contacto con la obra de Sigmund Freud comenzará a interesarse por la función de la sexualidad humana más allá de la función de reproducción, profundizando en la investigación de las diferencias que la teoría psicoanalítica plantea entre «sexualidad» y «genitalidad» así como en el estudio de los cimientos epistemológicos construidos con conceptos —hoy día muy citados pero desconocidos en su pleno valor científico— tales como identificación, repetición, narcisismo, inconsciente y otros dos que son centrales en el libro que aquí presentamos: libido y represión.

Al año siguiente de su admisión en el Instituto expone su primera ponencia titulada «Conflictos de la libido y formaciones delirantes en Peer Gynt de Ibsen». A raíz de los acontecimientos de Schattendorg suma a sus investigaciones las obras de Karl Marx y de Friedrich Engels, articulando conceptos marxistas, que le permitan profundizar en el análisis del origen social de las problemáticas psíquicas, con conceptos psicoanalíticos que den cuenta del papel que ocupa la represión social y la economía sexual, resaltando que si la sociedad no ofrece las condiciones mínimas materiales de existencia la terapia y la educación serían tarea de Sísifo: ¿de qué modo podrá un terapeuta ayudar a los sujetos a liberarse de sus síntomas e inhibiciones psíquicas cuando la sociedad no ofrece las condiciones sociales básicas?

Observando las limitaciones y el desinterés del Estado en la atención de las problemáticas anímicas de la población Freud manifestó la necesidad de abrir centros de atención gratuitos para aquellas personas sin recursos para costearse un tratamiento:

(…) alguna vez habrá de despertar la conciencia de la sociedad y advertir a ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis (…) Se crearán entonces instituciones médicas en las que habrá analistas encargados de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los hombres que, abandonados a sí mismos, se entregarían a la bebida, a las mujeres próximas a derrumbarse bajo el peso de las privaciones y a los niños, cuyo único porvenir es la delincuencia o la neurosis. El tratamiento sería, naturalmente, gratis. Pasará quizá mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligación suya [8].

Freud fue redefiniendo su concepción de los trastornos psíquicos, dejándolos de considerar que fueran un problema exclusivo de los pacientes para analizarlos como un problema social más amplio, siendo por tanto la responsabilidad de la atención de las problemáticas mentales una cuestión que implica a toda la comunidad civil. A partir de este discurso que Freud pronuncia en el Congreso celebrado en Budapest en septiembre de 1918, miembros del Instituto Psicoanalítico de Viena fundan en 1922 la Policlínica Psicoanalítica, primera clínica gratuita del Instituto en la llamada Viena Roja conocida como Ambulatorium  [9] y destinada a la atención de trabajadores, estudiantes y personas sin recursos.

Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la «Viena Roja».

En 1924 Reich, avalado por Freud, pasa a ser coordinador del «Seminario de terapia psicoanalítica» del Instituto y dos años más tarde codirector del Ambulatorium. La actividad de investigación teórica y militante articulando postulados psicoanalíticos y marxistas sumados a la publicación del libro «La función del orgasmo» [10] le genera a Reich resistencias a su trabajo tanto desde el campo psicoanalítico vienés como del entorno ortodoxo y burócrata del partido comunista. En 1928 la Federación Universitaria de Viena le invita a dar una serie de conferencias; una de ellas la titula «El sufrimiento sexual de las masas» con una gran acogida por parte de los asistentes y la segunda, «La relación del psicoanálisis y la sociología de Marx», puso en alerta al aparato del partido que envía un psiquiatra desde Moscú para presenciar la ponencia con el objeto de valorar los insistentes intentos de Reich de articular el psicoanálisis con el marxismo. El psiquiatra soviético consideró que el psicoanálisis no tiene cabida alguna en la lucha revolucionaria por ser una «ciencia burguesa». Esta sentencia supuso un terrible golpe al trabajo científico y militante de Reich que sostenía que no hay posibilidad efectiva de práctica clínica sin práctica política. Sus trabajos sobre higiene y economía sexual fueron considerados prescindibles ignorando que las propuestas de Reich atacaban directamente a los cimientos de la moral burguesa que el partido supuestamente pretendía combatir.

Viaje a la URSS

En septiembre de 1929, atraído por la experiencia revolucionaria soviética, viaja a la Unión Soviética para comprobar la valoración que allí se tenía del psicoanálisis más allá del juicio emitido por el funcionario ruso que presenció su conferencia. Durante su estancia en Moscú entra en contacto con Vera Schmidt, educadora infantil de orientación psicoanalítica[11], pudiendo comprobar las transformaciones sociales conseguidas por la revolución de octubre, tales como las leyes sobre el matrimonio civil, el divorcio, la interrupción del embarazo, la legislación del aborto, la eliminación de la ley zarista que condenaba la homosexualidad, la educación sexual, entre otras, pero pese a esos avances «en la existencia sexual objetiva se sentía la ausencia de una teoría sexual adecuada (…) era innegable que en la Unión Soviética no se había captado el carácter revolucionario de la teoría sexual psicoanalítica, se la rechazaba a causa de su aburguesamiento y esto tornaba aun más difícil su reconocimiento»[12]. En un periódico moscovita publica el ensayo «Materialismo dialéctico y psicoanálisis», obra clave en el pensamiento de Reich y una sólida apuesta intelectual por el encuentro entre marxismo y psicoanálisis, que paradójicamente terminará desencadenando su expulsión tanto del partido comunista como de las asociaciones psicoanalíticas.

Reich desarrolló su movimiento de política sexual desde la lucha contra el capitalismo y el fascismo; manteniendo una permanente crítica a la actuación de las organizaciones «progresistas» que desnaturalizaban los enunciados y proclamas que supuestamente ellas mismas defendían, intentó construir una teoría materialista, dialéctica e histórica que permitiera comprender y transformar la realidad social e individual basada en el estudio y análisis de la economía política y libidinal, mediante el análisis crítico de las instituciones burguesas: la escuela y la familia coercitivas, el ejército, la iglesia, los partidos políticos y los efectos de todas ellas en la psicología de las masas.

A su regreso a Viena, decepcionado con las posturas políticas del partido comunista austríaco sumada a la hostilidad que le manifiestan los psicoanalistas vieneses decide trasladarse a Berlín, donde espera encontrar un clima intelectual y libertario más propicio para su trabajo y poder así profundizar su investigación no solo en las particularidades caracterológicas de los pacientes sino fundamentalmente en cómo las condiciones sociales y culturales participan directamente en la génesis de las problemáticas psíquicas.


[1] Henrik Ibsen, Peer Gynt, Editorial Losada, Buenos Aires, 2007.

[2] Grupo paramilitar nacionalista que operó en Austria entre 1918 y 1936 inspirado en los regímenes de Italia y Hungría, que pretendía acabar con el sistema republicano parlamentario, objetivo que junto a otros grupos similares finalmente consiguieron. Véase Elisabeth Ann Danto, Psicoanálisis y justicia social (1918-1938), traducción de Rosalba Zaidel, Editorial Gredos, Madrid, 2013, p. 252.

[3] Wilhelm Reich, People in Trouble (The Emotional Plague of Mankind, Vol. II), Farrar, Straus and Giroux, New York, 1976, p. 23.[trad. de los eds.].

[4] Republikanischer Schutzbund (Liga de Defensa Republicana), formación paramilitar controlada por el Partido Socialdemócrata de Austria, creada tras la Primera Guerra Mundial, que en ese momento contaba con cincuenta mil efectivos bien armados y entrenados.

[5] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 23-24.

[6] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 25-26. Véase Luigi De Marchi, Wilhelm Reich, biografía de una idea, traducción de Secundi Sañé, Ediciones Península, Barcelona, 1974, p. 60.

[7] Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la  «Viena Roja».

[8] Sigmund Freud, «Los caminos de la terapia psicoanalítica», traducción de Luis López-Ballesteros, Obras Completas, tomo VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, pp. 2461-2462.

[9] Elizabeth Ann Danto, op. cit. p. 17.

[10] Wilhelm Reich, La función del orgasmo, traducido por Felipe Suárez, Paidós, Barcelona, 1981.

[11] Pueden consultarse los cuadernos editados por Anagrama, dirigidos por Ramón García con textos de Wilhelm Reich y Vera Schmidt, Psicoanálisis y educación 1 y 2, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973.

[12] Wilhelm Reich, La irrupción de la moral sexual, Editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1973, p. 18.




Wilhelm Reich (II): políticas sexuales proletarias

Fundación de la «Sexpol»

En «El malestar en la cultura», Freud considera que las fuentes de sufrimiento a las que está sometido el sujeto humano son al menos tres: el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior, las fuerzas de la naturaleza y la sociedad; y las relaciones con los semejantes[1]. El sufrimiento que emana de esta última fuente dice Freud que quizá sea más doloroso que cualquier otro; pero más allá de los cuidados que pueda dar a su cuerpo o a su entorno natural inmediato, es en el hostil territorio de las relaciones con los semejantes donde, si las circunstancias lo permiten, el sujeto puede y debe hacer algo. Pero no todos los sujetos están en condiciones para la tarea de librarse de estos sufrimientos ni tampoco los métodos terapéuticos que la sociedad le ofrece tienen la base ética y teórica que le permitan armarse para afrontarlos.



Entre estos métodos nos encontramos con los de las «psicologías adaptativas del yo» que reniegan del descubrimiento del inconsciente y del concepto de sujeto que terminan sustituyendo por el de «individuo». Estas psicologías, que en sus diferentes variantes tienen gran éxito actualmente al prometer a sus «clientes» éxito terapéutico inmediato, basan sus propuestas en términos huecos tales como «personalidad», «yo débil», «resiliencia», «autoestima», bajo el sello del mercado capitalista que exige «rendimiento», «eficacia», imposición de valor de cambio sobre valor de uso… Freud señaló el abuso clínico que ya en su época se hacía de uno de esos términos:

La expresión “personalidad” es un término poco definido de la psicología superficial, que no aporta nada a la comprensión de los procesos reales, es decir, metapsicológicamente inútil. Sin embargo cuando uno lo utiliza, enseguida cree haber dicho algo sustancioso [2].

Reich fue implacable con estos desvíos que devaluaron el concepto de psiquismo y que desembocaron en una psicología conformista al servicio de la realidad burguesa establecida; tal y como se refleja hoy día, tenemos como ejemplo las campañas gubernamentales de fomento del «emprendimiento individual» para el despliegue narcisista de los maltrechos individuos reducidos a meros consumidores. A la par de estas psicologías nos encontramos un «psicoanálisis diluido», como agente auxiliar de la psiquiatría que reduce su tarea a etiquetar «pacientes»: hiperactivo, antisocial, etc., acto donde la actividad de pensar y analizar éticamente el malestar cede el paso a la perversión de clasificar e imponer a los sujetos la tarea de identificación con el rótulo asignado y hacer de éste un modo de estar en el mundo. Prácticas de ingeniería social que abarcan un amplio espectro de «pseudoterapias» que van desde la psicología humanista de mercado, consultorías psicológicas hasta las terapias «new age» que pretenden hacer pasar por sabiduría unos cuantos comentarios vacíos [3], y que consideran que el sujeto puede enfrentarse a los obstáculos de la sociedad —que no es necesario cambiar, puesto que sería la mejor de las posibles— cambiando la mirada que se tenga de ellos o adaptándose, posición reaccionaria donde las haya. Destaquemos como ejemplo el revisionismo psicoanalítico que terminó sustituyendo las nociones de conflicto, ambivalencia y contradicción, centrales en la teoría clínica freudiana, por el de «adaptación». El sistema capitalista burgués, en todas sus formas, siendo el fascismo la más cruda, basa su supervivencia en la inoculación del miedo —al extranjero, al diferente—; en la construcción del enemigo; de la inseguridad de los ciudadanos hace una industria y de la sanidad pública un negocio como se comprueba en el control que impone la industria farmacéutica sobre la salud de la población y que en tiempos de Reich, sobre todo a partir de la Segunda guerra, ya estaba imponiendo su imperio que hoy sabemos está en todo su apogeo.

Reich destacó que el psicoanálisis socava sin atenuaciones la ideología burguesa, pero pierde su fuerza revolucionaria cuando es reducido a una simple terapia adaptativa; de este modo cuando se quita a la teoría psicoanalítica su valor crítico con la cultura, convirtiéndola en un instrumento para obtener la adaptación y resignación de los «pacientes» a las condiciones de su existencia, se traiciona el alcance social de los postulados de su fundador:

En lo que se refiere a las restricciones que sólo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie (…) cuando una civilización no ha logrado evitar que la satisfacción de un cierto número de sus partícipes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoría quizá —y así sucede en todas las civilizaciones actuales—, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de los oprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales, pues, por el contrario, se negarán a reconocerlas, tenderán a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas. (…) No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece [4].

Símbolo reichiano que representa la teoría sobre la «Energía Orgónica»

El trabajo de Reich gira en torno a la articulación del sujeto del trabajo y el sujeto del deseo destacando el lugar que la sexualidad, en el sentido amplio que el psicoanálisis da a la sexualidad humana, ocupa en la vida psíquica de los sujetos, poniendo todo su empeño en resaltar el carácter social del psicoanálisis que los propios psicoanalistas se encargan de vaciar de su contenido crítico. Cuando el psicoanálisis se adapta a la moral de la sociedad burguesa experimenta lo mismo que experimenta el marxismo en manos de socialdemócratas y reformistas: termina pereciendo [5]. La posición crítica de Reich acompañada de sus actividades políticas y sociales nunca fueron bien recibidas en la comunidad psicoanalítica vienesa y así se lo hacen saber siendo esto uno de los motivos que le lleva a presentar su renuncia al instituto psicoanalítico vienés al propio Freud, que siempre lo consideró uno de sus discípulos e investigadores más brillantes y a la vez más conflictivos. Reich se traslada a Berlín donde inmediatamente se incorporará al Instituto Psicoanalítico alemán y entrará en contacto con el Instituto de Investigación Social, más conocido como Escuela de Frankfurt. Bajo el auspicio de la organización de cultura del Partido Comunista alemán Reich funda en Berlín en 1931 la Asociación Federal Alemana para Políticas Sexuales Proletarias (Deutscher Reichsverband für Proletarische Sexualpolitik), más conocida como Sexpol; un proyecto que rescata las premisas de emancipación de la sexualidad de la teoría psicoanalítica.

El primer Congreso de la Sexpol se celebra en Dusseldorf siendo un éxito de participación. Algunas de las propuestas que surgen del Congreso son la distribución gratuita de medios anticonceptivos a las capas sociales necesitadas a través de ambulatorios y centros de información sexual; abolición de las leyes contra el aborto y la homosexualidad; mejora de las condiciones laborales de las mujeres después del parto; creación de centros de información para mujeres embarazadas y para madres; abolición de todos los obstáculos para contraer o disolver el matrimonio; prevención de enfermedades sexuales mediante una campaña masiva de divulgación sexual y talleres para educación sexual; instalación de guarderías en las fábricas y en centros de trabajo, entre otras[6].

La actividad de la Sexpol, que fue incrementado sustancialmente el número de afiliados, estudiantes y simpatizantes, siguió inquietando a la ortodoxia del partido por su «desviación burguesa». Reich comparte con los marxistas, pero en otro sentido, que el psicoanálisis sea un fenómeno consecuencia de la «decadencia de la burguesía» ya que sin ella no hubiese surgido jamás; de igual modo la teoría marxista surge de la misma decadencia burguesa que se sostiene en la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas [7]. Reich hará manifiestas sus críticas al partido, entre ellas la miopía de este para comprender el ascenso del fascismo, críticas que obviamente no son bien recibidas. Reich será expulsado del partido y la asociación disuelta en 1933 por la presión del propio partido y por la intervención directa de las autoridades del régimen nacionalsocialista.


[1] Sigmund Freud, «El malestar en la cultura», O.C., p., 3025.

[2] Sigmund Freud, carta a Karl Abraham de 21 de octubre de 1907, traducción de Editorial Síntesis, Obras Completas, vol. VIII, RBA Coleccionables, 2007, p. 17.

[3] Russell Jacoby, La amnesia social, traducción de Neri Daurella, 2 culturas, Barcelona, 1977, pp. 110-112.

[4] Sigmund Freud, «El porvenir de una ilusión», op. cit. tomo VIII, pp. 2965-2966.

[5] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit., p. 55.

[6] Ilse Ollendorf Reich, Wilhelm Reich. Una biografía personal, traducción de Julio Crespo, Granica Editor, Buenos Aires, 1972, pp. 46-47.

[7] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit. p. 7.





Toxicomanías: ¿estructura, síntoma, síndrome o enfermedad.

La simple observación de pacientes adultos muestra cómo éstos quedan de alguna manera «fijados» a la edad en que comenzaron a consumir, fenómeno observable a través de estados de provocación infantiles o mediante la búsqueda de complicidades, como se comprueba, por ejemplo, en el consumo de cocaína en los lavabos de locales públicos, donde surge una espontánea, aparente e «intensa» amistad en un intento desconcertante de «compartir» y que tan sólo dura hasta el momento en que amanece.

En el fenómeno de las toxicomanías la cuestión del llamado «diagnóstico diferencial» es muy delicada, ya que junto a los efectos tóxicos producto del consumo  pueden emerger trastornos psíquicos funcionales, tales como una pseudo-perversión producto de la desinhibición que provoca la sustancia, hasta una cuasi-psicosis, ataques de pánico, etc., estos es, las drogas pueden producir ciertos efectos propios de cuadros psicóticos con alucinaciones auditivas, visuales, etc. También se observan situaciones donde el sujeto presenta una pérdida de la realidad producto de un proceso psíquico previo y utiliza la droga para atribuir a ésta dichas sensaciones. Algunos enfoques médicos y psicosociales que trabajan sobre la parte observable del fenómeno de la «drogodependencia», al no considerar el concepto de psicoanalítico de inconsciente, rápidamente asocian el hábito de consumo a una estructura psicopatológica propia del sujeto y estandarizada en los manuales psiquiátricos.

La toxicomanía es una constelación sintomática —que puede presentarse tanto en las neurosis, las psicosis, como en las perversiones— extremadamente compleja que no puede aislarse y ser tratada como una enfermedad en sí misma. Al tratarla de este modo, las técnicas terapéuticas más habituales pueden llegar a considerar que si el «paciente» no consume estaría curado, equiparando de esta manera los procesos psíquicos insondables con la conducta observable; este punto de vista sería difícil de sostener cuando se producen las llamadas —a nuestro criterio erróneamente— «recaídas».

Este enfoque terapéutico centrado en el fenómeno observable sitúa las intervenciones terapéuticas —desintoxicación, metadona, fármacos— en el mismo plano que la sintomatología que presenta el sujeto, como sucede con la ingesta de antidepresivos, donde el psicofármaco ataca al síntoma y de esta manera pasa a formar parte de la patología, lo que implica por ejemplo que, si el sujeto olvida la toma del antidepresivo que le fue prescrito y de repente se percata del olvido, termine deprimiéndose.

Bergeret nota [1. Jean Bergeret, La personalidad normal y patológica, Gedisa, Barcelona, 1980.] plantea que no existe ninguna estructura específica de las adicciones, ya que éstas serían una tentativa de defensa y de regulación contra las deficiencias. Este autor afirma haber encontrando en sus investigaciones signos semejantes en las toxicomanías y en los estados límites (borderline). En cualquier caso consideramos más pertinente hablar de toxicomanías que de drogodependencias o adicciones, puesto que más que una dependencia de una sustancia se observa en los pacientes una tendencia maníaca a intoxicarse.





Toxicomanías: el malestar en la adicción

La toxicomanía precipita un saber y causa una prisa por concluir  [1. Silvie Le Poulichet, Toxicomanías y psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1990.]

Sylvie Le Poulichet.

Definiciones de «drogodependencia»

Existen múltiples definiciones de drogodependencia, entre ellas podemos citar la de la O.M.S. que la considera un «estado psíquico y a veces físico, resultante de la interacción de un organismo vivo y una droga, caracterizado por un conjunto de respuestas de comportamiento que incluyen la compulsión a consumir la sustancia de forma continuada con el fin de experimentar efectos psíquicos o en ocasiones evita la sensación desagradable que su falta ocasiona» [2. O.M.S., Glosario de términos de alcohol y drogas, Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid, 2008.]



Por su parte, el DSM-IV considera la drogodependencia como «una categoría diagnóstica que se observa por la presencia de signos y síntomas cognitivos, conductuales y fisiológicos que señalan que el individuo ha perdido el control del uso de sustancias psicoactivas y las sigue consumiendo a pesar de las consecuencias negativas», pasando a enumerar los criterios para establecer el diagnóstico de dependencia de sustancia por la presencia de diversos signos por un período continuado de doce meses, entre ellos:

  • Abstinencia
  • La sustancia es consumida por un período mayor del que se pretendía
  • Existencia de un deseo persistente o esfuerzos infructuosos de controlar o interrumpir el consumo.
  • Empleo de mucho tiempo en actividades relacionadas con la obtención de la sustancia.
  • Reducción de importantes actividades sociales, laborales, recreativas debido al consumo.
  • Consumo a pesar de tener conciencia de problemas psicológicos o físicos recidivantes o persistentes que parecen causados o exacerbados por el consumo.

La presencia de tres de estos síntomas durante un periodo mínimo de un mes permite efectuar el diagnóstico de dependencia de sustancias, abordando ambas definiciones la cuestión descriptiva de la conducta de consumo. Al igual que ocurre con otros trastornos relacionados con sustancias, la adicción se acompaña a menudo de otros trastornos psiquiátricos: unos siguen al inicio del consumo adictivo, como los trastornos del estado de ánimo, y consumo de alcohol, otros parecen ser previos, como trastornos de ansiedad, trastorno de la personalidad, déficit de atención. Los estudios clínicos sobre comorbilidad señalan que los trastornos asociados más frecuentes son:

  • Trastorno depresivo mayor.
  • Trastornos bipolar tipo II.
  • Trastorno ciclotímico.
  • Trastornos de ansiedad.
  • Trastorno antisocial de la personalidad.

Con lo cual hay un momento previo a la adicción, y unos efectos producto de ella, tal como lo reflejan los manuales DSM-IV. La presentación simultánea de patología psíquica y adictiva es lo que se ha denominado «patología dual», donde tanto la patología psiquiátrica como la adictiva pueden ser causa o resultado de la otra.

Intervenciones interrogadas

Toda intervención clínica estará relacionada con la concepción que se tenga de los términos «salud» y «enfermedad»: las estrategias terapéuticas nunca van separadas de los presupuestos conceptuales o ideológicos que las sostengan. Una idea extendida en la práctica sanitaria sostiene la necesidad de dar una solución práctica y rápida a la enfermedad. Con respecto a las toxicomanías, las prácticas clínicas cuyo soporte epistemológico es la teoría psicoanalítica buscan restituir un lugar a la subjetividad destituida en el sujeto toxicómano, esto es, «dar la palabra» al sujeto, siguiendo la concepción hipocrática de establecer un diálogo clínico con el paciente, lo que implica la «construcción» del diagnóstico entre médico y paciente, a través de la escucha y la circulación de la palabra que, en el caso, por ejemplo, de los pacientes toxicómanos, se interrumpió o no se produjo nunca. En todo malestar psíquico, el recurso exclusivo a anestésicos y lenitivos estandarizados, que en un principio calman o alivian el dolor psíquico o físico, no permite por sí solo esta restitución de la subjetividad, al no contemplar la singularidad de cada caso.

Los enfoques terapéuticos, que trabajan sobre la parte observable del fenómeno de consumo, al no considerar el concepto de inconsciente rápidamente asocian el hábito de consumo a una estructura en sí, sin considerar que tras de él subyace un síntoma psíquico y social complejo. No podrá producirse ningún efecto «terapéutico» mediante la insistencia en decir a un paciente que deje de consumir drogas, ni mucho menos será de utilidad alguna prevenirle de lo perjudicial que puede resultarle consumirlas, ya que sabemos que la prevención de aquello que obviamente puede llegar a ser perjudicial, es decir, impulsar su evitación, opera inconscientemente en el mismo nivel discursivo que el de la promoción.

¿Pero cómo trabajar terapéuticamente con un sujeto frágil que tras un semblante de dominio, de control omnipotente, encontramos que es incapaz de lidiar con la angustia del existir, imposibilitado de tolerar la espera? Generalmente, hay un tiempo prolongado, entre esos primeros indicios de debilidad, esto es de consumo, y la respuesta y reconocimiento de los episodios de consumo por parte del entorno familiar, social, escolar, etc.; a las familias por lo general les cuesta asimilar la situación, es decir, aceptar que aquello que han visto fuera de su núcleo familiar, en la calle, en los medios de comunicación, les esté ocurriendo a ellos.

El malestar contemporáneo

Las adicciones constituyen un síntoma social, que pone en evidencia un padecimiento personal y las condiciones del malestar en nuestra cultura. Todos somos adictos en potencia; las sustancias «generadoras» de adicción revisten una serie de atractivos desde los más «licenciosos» a los más «virtuosos»: alcohol, sexo, drogas, las nuevas tecnologías y sus objetos de consumo, etc. La civilización va dejando grietas ante las cuales los sujetos no siempre pueden responder de la mejor manera. La pregunta que surge aquí sería: ¿qué elementos personales, sociales y familiares están en juego para que algunos sujetos se tornen consumidores en exceso y pasen a ser adictos?

El discurso social a través de sus medios publicitarios nos habla del bienestar obtenido por el «objeto adecuado» para satisfacer cualquier necesidad, en este sentido el toxicómano está en la delantera de una sociedad concebida para satisfacer paradójicamente el principio del placer (inmediato), cortocircuitando la palabra, el trabajo, el amor, el deseo, el reconocimiento del otro. Mientras el sujeto está incorporado a la maquinaria social productiva, por ejemplo, el drogadicto «ejecutivo» que puede pagar su droga o el que toma antidepresivos sin control y puede continuar sus actividades cotidianas, la problemática permanece oculta, en silencio. Cuando un sujeto consume sustancias (estimulantes, antidepresivos, alucinógenos, etc.), cree obtener algo que potencia su relación con el goce.

Ser hoy «anoréxico», «bulímico», «toxicómano», da una identidad al sujeto, al precio de un estrago en la vida. El sujeto cree que puede sostener esa falsa identidad así como cree en la posibilidad de que hay un «control» en el consumo. Sin embargo, el toxicómano no es aquel que ha perdido dicho control, sino un sujeto que ha renunciado a responder sobre las consecuencias de sus actos, que ha renunciado a preguntarse si existe otra posibilidad que no sea la de obedecer al imperativo de consumir; el toxicómano con la etiqueta pertinente («soy cocainómano») enarbola una identidad que posee el valor de una máscara, un simulacro, que debería desmontarse en el transcurrir de un trabajo terapéutico, para que las verdaderas preguntas que el paciente no supo formular se produzcan y sean escuchadas. Ningún grupo o estrato social es exclusivo de las adicciones: las clases bajas «recurren» a ellas por la falta de contención social y perspectivas de futuro, ya que al estar «fuera» del sistema parece necesario anestesiar el dolor de una no-existencia. Por su parte las clases altas recurren a la adicción en «búsqueda de emociones». La problemática de los padecimientos psíquicos, y de la toxicomanía entre ellos, interroga a los diferentes discursos y saberes sociales: al jurídico, al médico, al sociológico y principalmente al económico-político de la sociedad.

Si consideramos el consumo como una tentativa de defensa y de huída, encontramos en las toxicomanías síntomas como angustia, tristeza, depresión, sentimientos de vacío, pasajes al acto (gestos autolíticos, autoagresiones), conductas antisociales, estados psiquiátricos confusionales, entre otros, muchos de ellos previos a cualquier consumo. Cuando emergen, el sujeto recurre al efecto tóxico que le proveen la drogas, ya que estas sustancias apaciguan o previenen el dolor, produciendo euforia y estimulación. Las drogas causan en quien las consume una inflación sin valor del narcisismo y le impiden a su vez percatarse del progreso de autodestrucción en el que se adentra. Destacando los aspectos maníacos del consumo, la droga es empleada como una defensa permanente contra el dolor. Así encontramos una relación de la adicción con los estados melancólicos y el posterior acto maníaco de consumo, que desemboca en la adicción, sin dejar de considerar los diferentes efectos neurofisiológicos propios de cada sustancia. Podemos decir que con el (ab)uso de sustancias se intenta modificar un estado de ánimo o transgredir una realidad (psíquica) percibida como intolerable.





«Freudomarxismo»: ¿un proyecto epistemológico imposible?

El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia[1].

En la introducción a Psicología de las masas y análisis del yo, Freud resalta que no hay oposición entre psicología «individual» y psicología «social», es decir, no puede estudiarse y analizarse el comportamiento de un sujeto aislado sin contemplar las relaciones sociales en la que está inmerso.

Sabemos que los modelos psicoterapéuticos predominantes se centran en el tratamiento del «individuo» con técnicas de modificación o reforzamiento de conductas, o en el caso de las prácticas psiquiátricas éstas se limitan a prescribir fármacos a los pacientes con el objeto supuesto de reducir o eliminar síntomas «mentales» como si fuesen éstos una exclusiva producción propia y aislada de los mismos o incluso de origen neurogenético.

Freud vino a descubrir que el sujeto está alienado a una instancia psíquica sobredeterminada por el entorno —que llamó superyó—, el lenguaje, las relaciones familiares y por la sociedad, instancia que lo constriñe en sus legítimos deseos, siendo labor del análisis, entre otras, posibilitar al «padeciente» vislumbrar o articular un discurso sobre dicha alienación socialmente construida pero que internamente, es decir, psíquicamente él mismo ejecuta y sostiene, para desprenderse en cierto grado de ella.

El párrafo anteriormente citado es el siguiente:

La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a un más detenido examen. La psicología individual se concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus pulsiones, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales, le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado[2].

Por su parte, en las Tesis sobre Feuerbach, en concreto en la sexta, Marx resalta que la esencia humana no es una abstracción inseparable de los individuos sino es en realidad la suma de las relaciones sociales:

Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado:

1) A hacer abstracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el sentimiento religioso y presuponiendo un individuo humano abstracto, aislado.

2) En él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos[3].

Para Marx las clases sociales son definidas en función de la propiedad de los medios de producción, que dependerá del modo de producción de cada época y sociedad. Las clases sociales estarán enfrentadas explícita o implícitamente, y dependiendo de la conciencia que tenga de ello, la clase sometida podrá enfrentarse a la opresora para poner fin a la explotación y servidumbre que padece. Para ello es necesario un asentimiento subjetivo de la posición de opresión en la que se encuentra, sin ello cualquier posibilidad de emancipación será imposible, ya que la clase opresora nunca abandonará su posición de privilegio sin más. Aquí podemos vislumbrar un primera articulación probable entre psicoanálisis y marxismo: es decir, por un lado, la liberación de los síntomas psíquicos que producen sufrimiento compete a la labor psicoanalítica y por otro, la liberación de la clase oprimida, a la labor política emancipatoria tal como propone el marxismo.

La práctica psicoanalítica permite descubrir la acción patógena y alienante de la familia patriarcal y de la sociedad, que a su vez ofrece un sistema social donde las condiciones de vida (salud, educación, vivienda, trabajo) requieren ser transformadas radicalmente. Wilheim Reich[4] en un formidable texto, señala la paradoja que representa que los sujetos a pesar de la situación de explotación en la que se encuentran no lleguen a desarrollar una conciencia de la misma y tratar de poner fin a dicha situación, sino por el contrario, se comportan sumisamente renunciando a sus propios intereses. Desde un punto de vista racional podría esperarse que las masas trabajadoras empobrecidas desarrollaran una conciencia aguda de su situación social y trataran de poner fin a la misma, pero esto en escasas ocasiones históricas sucede:

(…) la divergencia entre la situación social de las masas trabajadoras y la conciencia que ellas tienen de esta situación conduce, no a un mejoramiento, sino a una deteriorización de su condición social. Fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la instalación en el poder del fascismo, es decir, de la reacción política más despiadada.

Y continúa:

(…) Si el empobrecimiento de las masas no ha conducido a una convulsión en el sentido de la revolución social, si lo que ha surgido de la crisis son, para decirlo objetivamente, ideologías opuestas a la revolución, el desarrollo de la ideología de las masas a lo largo de los años críticos, para emplear la terminología marxista, ha inhibido el «desarrollo de las fuerzas productivas», así corno la «solución revolucionaria de la antinomia entre las fuerzas productivas del capitalismo monopolista y su modo de producción».

Vemos de este modo que las situaciones económicas e ideológicas de las masas no tienen por que coincidir y que incluso puede haber entre ellas una divergencia notable. La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia política; si ello fuera así, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo. ¿Pero para qué los sujetos sacrifican sus intereses y deseos ante la evidencia de sus condiciones materiales de existencia si lo único que tienen por perder son sus propias cadenas?

Marx inaugura una praxis teórica y política que proyecta cambiar el mundo, analizando los factores históricos que marcan su rumbo, para permitir que los sujetos del cambio, es decir, la clase explotada, tomando conciencia de los mecanismos de su explotación y de control político e ideológico, se organicen, desplieguen una estrategia para la toma del poder y cambien las relaciones de producción y dominación vigentes.

Freud por su parte inaugura también una praxis teórica y clínica que proyecta transformar al sujeto, creando en el espacio analítico las condiciones para poder tomar conciencia de su enajenación y posibilitarle enfrentar con mayor lucidez y ánimo una realidad ambigua, que tan pronto se ofrece cómplice de sus pulsiones erráticas que promete satisfacer sin límites, como de sus ideales y ambiciones desorbitados. Pero ¿en qué medida el éxito de una empresa emancipatoria, la de Freud, depende del éxito de la otra, es decir la de Marx?.

El proyecto de un encuentro entre ambas praxis parece ya imposible: los «marxistas» consideran a los psicoanalistas pertenecientes en su mayoría a la pequeña burguesía (lo cual en gran medida es cierto), y que no forman parte de las fuerzas productivas sino de las restauradoras de la fuerza de trabajo, por tanto cómplices de la clase explotadora. El campo del psicoanálisis a su vez está dividido en múltiples grupos, corrientes y desviaciones lejanas del proyecto original freudiano, muchos de ellos aislados en un limbo que los refugia del «malestar de la cultura». El campo del «marxismo» por su parte disperso en partidos y organizaciones predominantemente reformistas y socialdemócratas que apuntalan el sistema que dicen combatir, alejadas también del proyecto nacido con el Manifiesto de 1848.

Si como señala Armando Suárez, el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital, intentan responder ¿cómo, por qué y en qué medida las sociedades cambian?, Freud en El malestar en la Cultura y en Más allá del principio del placer viene a decirnos ¿por qué, cómo y para qué las sociedades (los sujetos) no cambian y se resisten a hacerlo pese al malestar que soportan?[5]

Los límites del psicoanálisis son claros, tal como el propio Freud expresó: liberar al sujeto de su miseria histérica, para que pueda hacer frente en cierta medida a la miseria histórica propia de los miembros de una sociedad injusta, explotadora y enajenante, de la que todos, en distinta proporción somos víctimas y cómplices.

Repetidamente he oído expresar a mis enfermos, cuando les prometía ayuda o alivio por medio de la cura catártica, la objeción siguiente: -Usted mismo me ha dicho que mi padecimiento depende probablemente de mi destino y circunstancias personales. ¿Cómo, no pudiendo usted cambiar nada de ello, va a curarme?- A esta objeción he podido contestar: -No dudo que para el Destino sería más fácil que para mi curarla, pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos transformar su miseria histérica en un infortunio corriente.”[6]

En un certero artículo Rafael Poch de Feliu hace mención al comentario de un periodista de prestigio en el que éste atribuye la caída de la URSS al crucial papel que Margaret Thatcher tuvo en la misma, a la figura del papa Juan Pablo II, a Ronald Reagan y su “guerra de las galaxias” o a los nacionalismos como factores decisivos[7], ignorando de este modo la primacía de factores internos a la propia URSS y su proceso de implosión gestado desde décadas. Del mismo modo podemos pensar que quien más daño ha hecho al psicoanálisis, que parece en retroceso práctico-clínico, ya que en el académico en nuestro país nunca tuvo un lugar significativo, no son agentes externos, a saber, las terapias cognitivo-conductuales ni las farmacéuticas, sino los propios sujetos, una gran mayoría de ellos, entre los que me incluyo, que se consideran psicoanalistas y que ejercen y han ejercido la profesión; de forma paralela quien más daño ha hecho al marxismo son los propios dirigentes que en su nombre y en el de sus organizaciones y partidos se han encargado de mutilar el proyecto marxista y socialista fortaleciendo en consecuencia al sistema de explotación capitalista imperante.


[1] Karl Marx, «Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política» Siglo XXI, México, 1980.

[2] Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Alianza, Madrid, 2003, p, 7.

[3] Karl Marx, «Tesis sobre Feuerbach», Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1980.

[4] Wilheim Reich, Psicología de masas del fascismo, Editorial Ayuso, Madrid, 1972.

[5] Armando Suárez, «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 162.

[6] Sigmund Freud, «Estudios sobre la histeria», Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996.

[7] Rafael Poch de Feliu, «La disolución de la URSS», en: https://rafaelpoch.com/2017/12/06/la-disolucion-de-la-urss/




Psicoanálisis y Marxismo

El difícil y necesario encuentro entre dos pensamientos científicos, conjeturales y revolucionarios.

El «freudomarxismo» es un movimiento ideológico y crítico protagonizado por un grupo no organizado de psicoanalistas de la llamada segunda generación que desplegó su actividad en el ámbito cultural y político austro-alemán entre 1926 y 1933. Su proyecto histórico común fue la integración de la teoría y de la práctica psicoanalítica al materialismo histórico y a las luchas y reivindicaciones del movimiento obrero.



Los protagonistas del movimiento inicialmente fueron:

Sigfried Bernfeld (1892-1953).

Wilhelm Reich (1897-1957)

Otto Fenichel (1898-1946)

Erich Fromm (1900-1980)

A ellos se unirían en diversos momentos y con distintos grados de afinidad y compromiso otros psicoanalistas: Paul Federn, Annie Reich, Richard Sterba y Georg Simmel, entre otros. [1]

Podemos decir que las ciencias sociales académicas se han vuelto paulatinamente ahistóricas: en filosofía no se estudia a Hegel; en psicología se ignora a Freud; en ciencias de la economía se hace lo mismo con Marx.

Quienes promueven y apoyan esta postura académica la consideran señal de «progreso» y «vitalidad intelectual», ya que de este modo se da lugar a «nuevas propuestas» teóricas. Aquí consideramos dichas propuestas como pre-hegelianas, pre-freudianas y pre-marxistas.

Los enunciados que sustituyen u ocultan a estos pensadores por considerarlos «superados» con las nuevas consignas de pensamiento bajo la aparente intención de subvertir el orden imperante en realidad lo consolidan reformándolo, maquillándolo.  

Los rasgos comunes a ambos movimientos serían:

a) De propósitos: el psicoanálisis y el materialismo histórico son teorías críticas desmitificadoras de las ilusiones de los sujetos en el caso de Freud, de las ideologías, en el de Marx y emancipadoras en ambas: del neurótico reprimido y del proletario explotado y oprimido.

b) De medios: toma de conciencia de los mecanismos psíquicos opresores que obligan a lo reprimido a retornar como síntomas, autoengaño, sufrimiento; toma de conciencia de las relaciones de producción opresoras que mantienen a la clase trabajadora en la explotación, el sometimiento y la miseria, recuperando el sujeto el dominio sobre lo que lo enajena.

c) De método:

Materialista. El motor último de la historia individual serían las pulsiones (Freud) y de la historia social, la producción de los medios de satisfacción de las necesidades humanas (Marx).

Dialéctico. Lucha de contrarios, pulsiones y defensas psíquicas (Freud); lucha de clases: explotadores y explotados (Marx).

Histórico. Destinos de las pulsiones determinados por las diversas frustraciones que jalonan la historia infantil hasta culminar en el drama edípico (Freud); destinos de la humanidad por la sucesión de los diversos modos de dominación y explotación (Marx).

d) De Modelos.

Tópico. Inconsciente-Preconsciente-Consciente y Ello, Yo y Superyó (Freud); y por la infraestructura económica-superestructura ideológica-política (Marx).

 Dinámico. Pulsiones antagónicas: Pulsión de Vida y Pulsión de Muerte (Freud); lucha de clases (Marx).

 Económico. El psicoanálisis plantea la hipótesis según la cual los procesos psíquicos consisten en la circulación y distribución de una energía cuantificable —energía pulsional—; aquí nos remitiremos a la carta que Engels envió a Bloch para referirnos al valor de lo económico para el materialismo histórico:

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado [2].

Freud no llegó a tener un conocimiento verdadero del materialismo histórico, aunque si hizo algunas reflexiones sobre la revolución bolchevique y su valorado intento de establecer un sistema igualitario en la Rusia dominada hasta entonces por el régimen feudal zarista, pero consideró estéril dicha empresa revolucionaria ya que, afirmaba, la esencia de la agresividad humana no residía en la propiedad privada y que con sólo abolir a ésta no sería suficiente para los sujetos convivan en paz y armonía, sino que habría otros factores que dominan la esencia del alma humana e impiden alcanzar dicha armonía tal como señala en una carta dirigida a Albert Einstein:

Los bolcheviques esperan que podrán eliminar la agresión humana asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad. Yo creo que eso es una ilusión [3].

Hipótesis que desarrolla en otro texto:

Los comunistas creen haber descubierto el camino hacia la redención del mal. Según ellos, el hombre sería bueno de todo corazón, abrigaría las mejores intenciones para con el prójimo, pero la institución de la propiedad privada habría corrompido su naturaleza. La posesión privada de bienes concede a unos el poderío, y con ello la tentación de abusar de los otros; los excluidos de la propiedad deben sublevarse hostilmente contra sus opresores. Si se aboliera la propiedad privada, si se hicieran comunes todos los bienes, dejando que todos participaran de su provecho, desaparecería la malquerencia y la hostilidad entre los seres humanos. Dado que todas las necesidades quedarían satisfechas, nadie tendría motivo de ver en el prójimo a un enemigo; todos se plegarían de buen grado a la necesidad del trabajo.(…) Es verdad que al abolir la propiedad privada se sustrae a la agresividad humana uno de sus instrumentos, sin duda uno muy fuerte, pero de ningún modo el más fuerte de todos. Sin embargo, nada se habrá modificado con ello en las diferencias de poderío y de influencia que la agresividad aprovecha para sus propósitos; tampoco se habrá cambiado la esencia de ésta. El instinto agresivo no es una consecuencia de la propiedad, sino que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la propiedad aún era bien poca cosa. (…) En cierta ocasión me ocupé en el fenómeno de que las comunidades vecinas, y aun emparentadas, son precisamente las que más se combaten y desdeñan entre sí, como, por ejemplo, españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc. Denominé a este fenómeno narcisismo de las pequeñas diferencias, aunque tal término escasamente contribuye a explicarlo [4].

El proyecto histórico «freudomarxista» impulsado principalmente por Wilheim Reich y Otto Fenichel fue abortado por el surgimiento del nacionalsocialismo alemán. La adscripción de Reich al Partido Comunista no ayudaba tampoco en su intención de acercar el movimiento psicoanalítico al marxismo, ya que la comunidad psicoanalítica intentaba eludir el ataque del fascismo que destruyó la editorial así como la propia sociedad psicoanalítica vienesa. A causa de ello la mayoría de los analistas tuvieron que exiliarse y el psicoanálisis freudiano fue proscrito, no así la corriente fundada por Jung ni la de Adler. Tras la segunda guerra mundial EE.UU. se convirtió en el epicentro del movimiento psicoanalítico, eso si, un psicoanálisis con un enfoque radicalmente diferente al freudiano, a saber, poniendo el acento en la normalización y la adaptación del sujeto, desarrollando una psicología centrada en el «yo», y mientras en los países de la órbita soviética era oficialmente rechazado el psicoanálisis por ser una  «ciencia que exaltaba los valores de la burguesía», el psicoanálisis devino en tierras estadounidenses en una simple sirvienta de la psiquiatría, tal como predijo Freud:

¿Qué vientos infortunados lo han impulsado a usted, justamente a usted, hacia las costas de Norteamérica? Bien podía haber previsto con cuánta amabilidad los analistas profanos son recibidos allí por esos colegas nuestros para quienes el psicoanálisis no es sino una sierva de la psiquiatría [5].

La operación de desvirtuación del psicoanálisis operada por los «psicólogos del yo» (Hartmann, Kris, Loewenstein, Rappaport) produjo un efecto de devaluación de la teoría freudiana, reduciéndola a una simple suma de técnicas adaptativas y de fortalecimiento del yo del sujeto, propio de la ideología predominante en EEUU. y en las psicologías y psiquiatrías del resto de occidente. Mientras el fascismo en Europa (Alemania, Austria, España, Italia) provocó el exilio de gran parte de la comunidad psicoanalítica con un efecto devastador para esta disciplina, como aún podemos observar en España, a pesar de la llegada en los años 80 de discípulos sudamericanos de aquellos pioneros que tuvieron que exiliarse en la Argentina, México, Venezuela… Este segundo exilio de la comunidad psicoanalítica hizo el camino inverso, esta vez a consecuencia de la persecución que las diferentes dictaduras fascistas en Sudamérica llevaron a cabo contra el grupo de psicoanalistas críticos y comprometidos, no así a aquellos grupos que se acomodaron, como suele ocurrir, a los nuevos tiempos regidos por los militares fascistas.

Años antes, Lacan aportó un modelo teórico, a nuestro modo de ver, brillante para dar cuenta de las estructuras psicóticas y perversas ampliando el valor epistemológico del psicoanálisis freudiano pero también, posteriormente, realizó un ejercicio especulativo de sistematización de las «lógicas del inconsciente», con modelos pretendidamente matemáticos y topológicos que irritarían a cualquier iniciado en las ciencias exactas, en el marco de un proyecto de formulación algebraica de una teoría del inconsciente inundada de terminología críptica que a pesar de pretender ofrecerse por un sector de sus discípulos como un nuevo marco conceptual en los años noventa situándose a la izquierda de Lacan, creemos que no ha aportado demasiado para aclarar el camino a un diálogo con el materialismo histórico y con los discursos emancipatorios, todo lo contrario, lo ha oscurecido aún más si cabe, desde una posición explícitamente declarada «postmarxista» por sus propios impulsores.


[1] Armando Suárez. «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 142.

[2] Friedrich Engels. Carta a J. BLOCH, Londres, 21 de setiembre de 1890 en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm

[3] Sigmund Freud. «El porqué de la guerra», Carta a Albert Einstein, septiembre de 1932, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3207.

[4] Ídem. «El malestar en la cultura», Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3047.

[5] Ídem. «Tres cartas a Theodor Reik», Carta del 3 de julio de 1938, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3427.




La industria capitalista del «rótulo psiquiátrico» y el fármaco.

El hacer clínico de la medicina positivista considera que los fenómenos «psicopatológicos» están en relación exclusiva con alteraciones o variaciones neurofisiológicas, manifestando prisas por asignar un rótulo psiquiátrico para aplicar todo su protocolo de tratamiento: farmacológico, técnicas de modificación de la conducta, de la personalidad, regímenes de premio y castigo, entre otros.



Las propuestas taxonómicas del tipo DSM y CIE, con su pretendida neutralidad teórica y un escolasticismo meramente verbalista, eliminan la subjetividad del paciente, sustituyéndola por un rótulo psiquiátrico. De este modo reducir un síntoma a un membrete psiquiátrico no permite al sujeto construir un relato propio sobre su malestar. Esta práctica reduce al paciente a un estado de pasividad, donde ya no tiene nada que decir ya que el psiquiatra o el psicólogo y los manuales taxonómicos hablarán por él. Detrás de esta idea de evaluación psicológica y psicométrica del estado «mental» del evaluado, mediante aparatos de registros y mediciones psicofisiológicas, autoinformes, test de personalidad, etc. acecha un delirio evaluativo para fijar al paciente a una psicopatología creyendo el evaluador que de esta manera da sentido al malestar del sujeto, cuando en todo caso se limita a darlo a su propia función.

Veamos como ejemplo de esta práctica clasificatoria en el manual diagnóstico DSM-IV, ahora en su versión DSM-5, cómo se define el llamado «trastorno de personalidad no especificado», una de los diagnósticos más utilizados, quizá por su extrema ambigüedad; en ambos reemplazando la pobreza conceptual con una aparente sofisticación académica con clasificaciones «de la Organización Mundial de la Salud o de la American Psychiatric Association, que son meros consensos de conveniencia destinados a la normalización estadística»[1].

La definición del DSM-IV del citado trastorno es la siguiente:

Esta categoría se reserva para los trastornos de la personalidad que no cumplen los criterios para un trastorno específico de la personalidad. Un ejemplo es la presencia de características más de un trastorno específico de la personalidad que no cumplen los criterios completos para ningún trastorno de la personalidad («personalidad mixta»), pero que, en conjunto, provocan malestar clínicamente significativo o deterioro en una o más áreas importantes de la actividad del individuo (p. ej., social o laboral). Esta categoría también puede utilizarse cuando el clínico considera que un trastorno específico de la personalidad que no está incluido en la clasificación es apropiado [2].

y en la última versión DSM-5 se lo define de este otro modo:

Esta categoría se aplica a presentaciones en las que predominan los síntomas característicos de un trastorno de la personalidad que causan malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento, pero que no cumplen todos los criterios de ninguno de los trastornos de la categoría diagnóstica de los trastornos de la personalidad. La categoría del trastorno de la personalidad no especificado se utiliza en situaciones en las que el clínico opta por no especificar el motivo del incumplimiento de los criterios para un trastorno de la personalidad específico, e incluye presentaciones en las que no existe información suficiente para hacer un diagnóstico más específico [3].

Criterios descriptivos y vagos que no dicen nada de la posición subjetiva del paciente en el mundo que le rodea: no contemplan sus deseos, temores, abatimiento, angustia… En todo caso el diagnóstico precipitado tiene como mínimo dos efectos inmediatos: por un lado, da al paciente un elemento al qué aferrarse y con el que identificarse, esto es, nombrarse, pudiendo justificar así sus actos, y por otro, al profesional sanitario le otorga la creencia de cumplir con su misión clínica.

La evaluación diagnóstica instrumental es un acto intimidatorio para el paciente y de cierre para su discurso. Incluso el citado psiquiatra suizo, Eugen Bleuler, pese a las imperfecciones de su obra y sin renegar del organicismo sobre el que sostuvo su modelo de trastornos mentales, fundamentalmente el de la esquizofrenia, planteó la exigencia de una comprensión de los cuadros nosográficos que vaya más allá de las descripciones estadísticas de los síndromes para «darle un sentido que concierna al ser mismo del hombre».

Las clasificaciones monosintomáticas del tipo «T.O.C.» (trastorno obsesivo compulsivo), «T.E.P.» (trastorno de estrés postraumático), anorexia, drogodependencia, fibromialgia, patología dual, etc. terminan forzando lugares de identificación comunitaria, donde el síntoma se entiende como un déficit o como un comportamiento inadecuado que hay que corregir o borrar, cuando en todo caso ha sido la respuesta que el sujeto ha encontrado para enfrentarse al mundo como sujeto mortal, parlante y sexuado.

Jornadas «Las opresiones de la Psiquiatría Institucional».
En Enclave de Libros con Manuel Desviat y Pilar Palao.

[1] José María López Piñero, Del hipnotismo a Freud, Alianza, Madrid, 2002, p. 9.

[2] DSM-IV, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, Masson, Barcelona, 1995, p. 691.

[3] DSM-5, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, Editorial Médica Panamericana, Madrid, 2014, p. 684.





La Psiquiatría en tratamiento

Sobre el libro «EL MANICOMIO QUÍMICO»

Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas

Immanuel Kant [1. Kant, Immanuel. Crítica de la razón pura. Madrid: Alfaguara, 2000, p. 73.]

La concepción psiquiátrica habitual sigue los preceptos que estipularon en su momento Emil Kraepelin y Eugen Bleuler, convencidos de que en alteraciones orgánicas del cerebro están el origen y la causa de las enfermedades mentales, suponiendo a la vez que el avance de las neurociencias y el progreso de la industria farmacológica lograría en un futuro resolverlas. Estas intervenciones médicas desembocan en no pocas ocasiones, como señala Piero Cipriano [2. Cipriano, Piero. El manicomio químico. Madrid: Enclave de Libros, 2017.], en una práctica violenta y silvestre sobre los cuerpos de los pacientes: sujeción física, contención química, electroshock, y en no pocas ocasiones «psiconeurocirugía», basados todos estos procedimientos invasivos en supuestos y fundamentos anatomofisiológicos o bioquímicos de la «enfermedad».



¿La sociedad capitalista no produce bienes ni valores de uso, produce y consume mercancías [3. Marx, Karl. «El carácter fetichista de la mercancía y su secreto» en El Capital, tomo I, p. 87. México: Siglo XXI Editores, 2001.]. La disciplina médica psiquiátrica no escapa a este esquema mercantil, y en ocasiones interviene de manera invasiva «sobre» los pacientes del mismo modo que si luego de un terremoto se quisiera tapar con cemento las grietas producidas en la tierra. Qué emancipación puede alcanzar un sujeto que al medicarlo se lo enmudece?, ¿cuál es la razón que rige estas políticas de medicalización y sujeción de los individuos?

«El manicomio químico». Piero Cipriano. Ediciones Enclave. Introducción de Carlos Ledesma Lara.

Cabe preguntarnos ¿la psiquiatría como especialidad de la medicina opera «clínica» y «terapéuticamente» o se limita a generar interminables categorías psiquiátricas con cada versión DSM que se publica basadas en estudios «socioestadísticos» arbitrarios al servicio de la industria farmacéutica? Sabemos que diversas propuestas y movimientos críticos con la psiquiatría oficial se limitan mayormente a describir y denunciar las prácticas reduccionistas, algo indudablemente imprescindible, pero adolecen, por lo general, de un análisis teórico y una propuesta sobre cuáles son los mecanismos psíquicos que están en juego en la locura, es decir, no es suficiente limitarse a descubrir y narrar las atrocidades a las que en ocasiones se someten a los desafortunados pacientes que caen y quedan atrapados en esas tramas institucionales regidas por postulados y axiomas deterministas.

En el caso de las prácticas médicas que abordan la llamada «salud mental», desde una perspectiva positivista el objeto de la misma sería la conducta de los individuos así como su normalización o control mediante técnicas «conductuales» y farmacológicas estipuladas en manuales estandarizados de diagnóstico e intervención. De este modo la psiquiatría se presenta, como señala Foucault, como una disciplina de poder sobre los sujetos y no como una ciencia humana emancipadora de las fuerzas enajenantes que la cultura ejerce sobre la sociedad y ante las cuales no todos los sujetos responden de la misma manera, ni todos pueden librarse de sus efectos perversos y apropiarse de los positivos que sin duda también aquella tiene.

La práctica psiquiátrica habitual pone el acento en la cuantificación y en la fiabilidad de sus test, escalas y criterios pseudo-diagnósticos, basada en un empirismo radical positivista, sin contemplar la singularidad de cada caso clínico, es decir, la dimensión histórica y subjetiva de cada sujeto, ni sus condiciones familiares así como las sociales, políticas y económicas de la época. El supuesto avance de las neurociencias en las últimas décadas ha tenido como primer efecto una sospechosa operación de medicalización generalizada de la población.

Un ejército de tecnócratas reducen la psiquiatría y la psicología a una rama de la medicina que pone el énfasis en el diagnóstico y el tratamiento farmacológico. La operación de medicalización es aquella mediante la cual se transforma una problemática en principio no considerada médica o de salud, en un problema médico bajo la forma de una enfermedad o un trastorno: cuando, «no querer ir a…», se denomina «tener fobia», «ser reservado» a «ser autista o esquizo», «ser inquieto» a «ser hiperactivo» [4. De Brasi, Juan Carlos. Apreciaciones sobre la violencia simbólica, la identidad y el poder. Barcelona: EPBCN Ediciones, 2016, p. 37.] y que las propias familias de los «pacientes» diagnosticados, asumen y refuerzan el acto médico. Paralela a ella, tenemos la farmacologización, operación de expansión del mercado farmacéutico incluso a la población sana, siendo los Estados clasistas quienes compran la mayor parte de la producción de fármacos y gobiernan, por tanto, los estados de ánimo de la población que controlan. Las instituciones dicen velar y promover la salud de la población, lo que en realidad hacen es, mediante modelos privados, promocionar con violencia la enfermedad pública.


Videos de la presentación de los libros: 

«El manicomio químico» de Piero Cipriano.

«Sobre la locura» de Fernando Colina.


 




La sexualidad: una «mercancía» contemporánea.

Podemos considerar que después de realizar una lectura atenta del Banquete de Platón, Freud es el primero que plantea formalmente la distinción entre sexualidad y sexo destacando que la sexualidad no está donde creemos que está, ya que la sexualidad está siempre de alguna manera en ausencia, no es observable ni visible, ni se reduce a una localización orgánica:



(…) ya el filósofo Schopenhauer había señalado con palabras de inolvidable vigor la incomparable importancia de la vida sexual; por otra parte, lo que el psicoanálisis denominó «sexualidad» de ningún modo coincidía con el impulso a la unión de los sexos o a la provocación de sensaciones placenteras en los órganos genitales, sino más bien con el Eros del Symposion platónico, fuerza ubicua y fuente de toda vida [1].

Partiendo de la reflexión freudiana, Juan Carlos De Brasi plantea algunas consideraciones sobre la distinción entre sexualidad y sexo:

■■ La sexualidad no soporta ninguna técnica que pueda dar cuenta de ella bajo la promesa del encuentro con la plena satisfacción sexual que las pulsiones han dispuesto desde el comienzo como imposible. Las operaciones psicoterapéuticas de autoayuda, cuya meta es la creación de baluartes narcisistas, cosifican el sexo como territorio de exploración, manipulación y explotación de las zonas genitales, reduciendo las zonas erógenas a las zonas genitales. La sexualidad, por el contrario, tal como se entrelaza en el tramado pulsional, es la evitación de la plenitud.

■■ Cualquier técnica «sexológica» es en cierto modo una simulación, debido a la confusión entre sexo y sexualidad que la rige desde el comienzo. Entre la amplia gama de recursos técnicos, que proponen solventar la imposibilidad de la satisfacción pulsional, encontramos desde métodos de registros, consejos sexuales, protocolos de cómo hay que actuar a la hora del encuentro con otro cuerpo, ejercicios físicos, posturales, artefactos a neurofármacos diversos: «Donde el sexo se hace ostensible, a través de procedimientos calculables la sexualidad se recluye en moradas incalculables, fuera de las representaciones habituales y de sus estrategias de captura»[2].

■■ El sexo localizado, manoseado, mal hablado, tapona los laberintos de la sexualidad, sustituyendo el ars erótica por una scientia sexualis[3], disociándola de la dimensión exclusivamente humana del lenguaje, la palabra, para someterla a la dictadura de la fisiología y la neuroanatomía: el sexo de la imagen y la soberanía del cuerpo reprime la sexualidad justamente allí donde simula mostrarse.

Sabemos de una política sobre el sexo que con sus procedimientos, técnicas y consejos apunta a los cuerpos en su afán de modelarlos y dominarlos, como ninguna política de control social la había desplegado hasta el momento —como ejemplo, las políticas «sanitarias» para el control de la gripe A, el virus del papiloma humano, la farmacología impulsada por el Ministerio de Sanidad para la eyaculación precoz [4], etc.—. La industria cosmética, la cirugía plástica, las empresas farmacéuticas, tienen a los estados atrapados y éstos, a través de sus políticas de mera gestión, ceden a las presiones de estos sectores que a su vez generan un mercado de la «enfermedad» y el «pánico».

Una de las más evidentes injusticias sociales es la de que el standard cultural exija de todas las personas la misma conducta sexual, que, fácil de observar para aquellos cuya constitución se lo permite, impone a otros los más graves sacrificios psíquicos. Aunque claro está que esta injusticia queda eludida en la mayor parte de los casos por la transgresión de los preceptos morales[5].

La publicación de los «Tres ensayos para una teoría sexual» provocó un escándalo en la Viena victoriana con su tesis y planteamientos respecto a la problemática de la sexualidad humana. Hasta ese momento los psiquiatras de la época estudiaban o mejor dicho clasificaban toda una serie de conductas que consideraban patológicas —sadismo, masoquismo, filias, etc.—, pero partiendo de la existencia de un instinto sexual genéticamente adquirido y estereotipado a modo de un patrón de conducta animal heredado. Freud vino a romper esta idea, hasta ese momento incuestionable, reservando el término instinto para referirse al comportamiento animal que tiene un objeto prefijado y una finalidad precisos, es decir, satisfacer una necesidad biológica como el hambre, la sed, la reproducción natural de la especie.

En el ser humano, en cambio, las cosas son diferentes: si mi pareja me pide un vaso de agua por la noche ¿me está demandando sólo agua o algo más?, si le llevo el agua en un vaso de plástico y me pide que sea en un vaso de cristal, ¿cuál es la demanda que está en juego? Diríamos que está en juego una demanda de otro orden, no de la necesidad fisiológica, sino de amor, de amor y reconocimiento, empujada por una pulsión —libido— sobredeterminada por un deseo —inconsciente—, articulada con el lenguaje. El sujeto se pregunta por el deseo del otro, deseo que siempre será enigmático para aquél: «¿Che vuoi?», «¿qué quieres?», expresión que Lacan toma de la novela de Jacques Cazotte, El diablo enamorado, al interpelar por el deseo del otro, el sujeto se pone en la senda de la pregunta por el propio deseo: «te deseo, aunque no lo sepa» [6].

Hasta el momento en que Freud plantea la existencia de la sexualidad infantil, lo que escandalizó al ámbito académico y conmovió los cimientos de la cultura en occidente, se suponía que la sexualidad humana emergía en la pubertad y se la consideraba vinculada exclusivamente a la genitalidad.

Pretender que los niños no tienen vida sexual (excitaciones sexuales, necesidades sexuales y una especie de satisfacción sexual) y que esta vida despierta en ellos bruscamente a la edad de doce a catorce años, es, en primer lugar, cerrar los ojos ante evidentísimas realidades y, además, algo tan inverosímil y hasta disparatado, desde el punto de vista biológico, como lo sería afirmar que nacemos sin órganos genitales y carecemos de ellos hasta la pubertad [7].

Freud fue el primero en demostrar que la sexualidad humana escapa a la genitalidad, que sexualidad y genitalidad no son equiparables. Así mismo, hubo una lectura errónea de la teoría de la sexualidad y el origen de las neurosis, intencional o no, que desembocó en la creencia de que la liberación de las pulsiones libidinales no satisfechas, más allá de los límites establecidos por la cultura, sería el modo de resolver las afecciones neuróticas —pensemos en la llamada «revolución sexual» de los sesenta o el destape como modelo de liberación—. En ese sentido el concepto de represión —psíquica— no es pensado por el psicoanálisis como un defecto ni un obstáculo, sino como un mecanismo que posibilita la constitución del psiquismo humano: el tormentoso reservorio pulsional sin límites desemboca en la imposibilidad de convivencia y de construcción de vínculos o en la psicosis.

Por supuesto que Freud no duda de la participación de lo biológico en la sexualidad, pero contempla que al haber lenguaje hay significación y de este modo la necesidad biológica está tocada inevitablemente por él. La sexualidad humana desborda de este modo la genitalidad, ya que no se reduce al contacto de los órganos genitales, prueba de ello es que las perversiones son exclusivamente humanas, mientras que el reino animal desconoce este fenómeno: el animal no mata por placer, ni viola; en el ser humano esto sí puede ocurrir y ocurre.

El descubrimiento freudiano consiste en que la sexualidad está en todo, pero que no todo es sexual —como en cambio rezaba la principal crítica al psicoanálisis, tildado vanamente de «pansexualismo»—; la sexualidad está en el nudo de los malestares psíquicos y sufrimientos cotidianos: en las neurosis, en las psicosis, en las perversiones, así como en las producciones culturales y sociales del hombre. Y sin embargo no hay que olvidar que aun siendo la «moral sexual y cultural» y sus prejuicios un elemento capital en la producción de malestares psíquicos, la llamada «libertad sexual» como práctica no es garantizadora de bienestar psíquico.

La problemática de la sexualidad, asimilada a la del sexo, ha sido promovida por los discursos institucionales con la vana pretensión de instituir un saber sobre la misma. La hipocresía de la moral burguesa, desenmascarada por Freud, aún sigue dominando la sociedad actual, donde emerge un sexo «a la carta», donde parecería que ya no quedan límites por transgredir, imponiendo la necesidad de inventar otros nuevos, convirtiendo de este modo los cuerpos en una mercancía más.


[1] Ídem, «Las resistencias contra el psicoanálisis», O.C., p. 2804.

[2] Juan Carlos De Brasi; Emilio González Martínez, La sexualidad y el poder desde el psicoanálisis (I), EPBCN, Barcelona, 2003, pp. 29-31.

[3] Michel Foucault, Historia de la sexualidad, vol. 1, La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 202, p. 73.

[4] Un ejemplo de la intromisión por parte de las instituciones en la sexualidad de los sujetos, lo tenemos en esta nota de prensa sobre la «eyaculación precoz en España», que dice: «Cuatro de cada diez hombres han sufrido eyaculación precoz en algún momento de su vida, según muestran los resultados del Estudio Demográfico Español sobre Eyaculación Precoz (DEEP), realizado en 1.000 hombres de entre 18 y 59 años, y que ha sido elaborado por la Asociación Española de Andrología (ASESA), con la colaboración de Janssen-Cilag (…) El mismo estudio revela que el 55% de ellos lo considera el problema sexual más importante por encima de otros como la disfunción eréctil». En dicho artículo se señala que: «… la eyaculación precoz (…) es un problema muy frecuente y que, junto con la disfunción eréctil es el trastorno sexual que más afecta al varón (…) genera ansiedad, preocupación. Lo que lo psicólogos llaman ansiedad de ejecución, es decir el miedo al que se enfrenta un varón cuando se expone a una relación sexual que empeora la situación. El estrés fundamentalmente y la falta de tiempo son los principales causantes de la eyaculación precoz y por lo tanto de una mala relación sexual». Curiosamente, después de generarse esta alarma, dicho laboratorio pone a la venta el fármaco que considera como el único eficaz para «curar» esta «patología», el denominado Piligry®, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina que no es necesario tomar de forma continuada para solucionar la eyaculación precoz, sino tomarlo entre una y tres horas antes de mantener la relación sexual. Este laboratorio, recordemos, también participó en los estudios previos de la anunciada «pandemia» de la gripe A fabricando las «oportunas» vacunas ante la alarma creada por los ministerios y organismos sanitarios mundiales con la autorización de los correspondientes gobiernos, gobiernos que, después de haberlas adquirido rápidamente, ahora las guardan en sus almacenes.

Fuentes: http://www.aegastro.es/aeg/ctl_servlet?_f=7&pident=8729; http://www.abc.es/20091215/sociedad-salud/ 200912151326.html; http://www.psiquiatria.com/noticias/laboratorios/janssen-cilag/47628/

[5] Sigmund Freud, «La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna», O.C., p. 1255.

[6] Jacques Lacan, El Seminario, libro 10: La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 37.

[7] Sigmund Freud, «Lección XX. La vida sexual humana» en «Lecciones introductorias al psicoanálisis», O.C., p. 2316.