«Rusofobia» y después…
Un «pre-juicio» no se fabrica ni tampoco se inocula en la población en un instante. Quien pretenda lograr tal tarea necesitará tiempo y sobre todo poder (tanto real como atribuido). Gran parte del «pensamiento occidental» se ha dedicado a construir a lo largo de muchas décadas una serie de prejuicios, en el caso que nos compete aquí, sobre el pueblo y la cultura rusa. Se ha falsificado y borrado parte sustancial de la historia reciente. Gobiernos y grupos de poder han falsificado y ocultado hechos y acontecimientos históricos según sus necesidades políticas y sobre todo económicas en cada momento. Para ello los correspondientes estados y sus organizaciones (miembros de la pretensiosamente autodenominada «comunidad internacional») disponen de la maquinaria publicitaria necesaria para difundir las consignas adecuadas moldeando el mundo según sus intereses.
En el primer párrafo de la «Investigación sobre los principios de la moral» David Hume nos advierte que:
«Las disputas con hombres que se obstinan en mantener sus principios a toda costa son las más molestas de todas, quizá con la excepción de aquellas que se tienen con individuos enteramente insinceros que en realidad no creen en las opiniones que están defendiendo, y que se enzarzan en la controversia por afectación, por espíritu de contradicción y por el deseo de dar muestras de poseer una agudeza y un ingenio superiores a los del resto de la humanidad»[1. Hume, David. Investigaciones sobre los principios de la moral. Prólogo y traducción de Carlos Mellizo. Madrid: Alianza Editorial, 2006.].
Y continúa el filósofo escocés:
»De ambos tipos de personas debe esperarse la misma adherencia a sus argumentos, el mismo desprecio por sus antagonistas y la misma apasionada vehemencia en su empeño por hacer que imperen la sofistería y la falsedad. Y como el razonamiento no es la fuente de donde ninguno de estos dos tipos de disputantes saca sus argumentos, es inútil esperar que alguna vez lleguen a adoptar principios más sólidos guiándose por una lógica que no hable a sus afectos».
La «noticia» es anterior al suceso
Si consideramos los acontecimientos de estos tres últimos años, no debería dejarnos de sorprender la cantidad de conocimientos que atesoran y transmiten con vehemencia los «divulgadores de noticias», «tertulianos»… (unos pertenecientes a los medios de comunicación dominantes, otros aspirantes a incorporarse a ellos).
Estos comunicadores pueden pasar con soltura de temas de «actualidad» tales como el SARS-CoV-2 a la cuenca del río Donetsk, describiendo y explicando ambos fenómenos: uno epidemiológico y sanitario, el otro geográfico, político e histórico. Es admirable la «capacidad» que manifiestan, sabiendo de las dificultades académicas que presenta adquirir conocimientos sobre ambos temas. Conocimientos que los comunicadores exponen de forma generosa, altruista ya sea en prensa escrita, en radio y televisión a sus semejantes que conforman masas ocupadas en menesteres pedestres, «conocimientos» e «información» que de otro modo no podrían tener a su alcance.
Masas que —ateniéndonos a la dedicación misionera de los informadores— parecen tan solo disponer a nivel sanitario de unos rudimentarios conocimientos sobre los beneficios de los protectores solares y en el orden geográfico tan sólo pueden manejar con soltura los caminos que por carretera, tren, metro o autobús la conducen a sus puestos de trabajo, de ocio, a lugar de asistencia social, sanitaria, etc…
La fabricación de la «información»
En 1999 se publicó en París un breve ensayo prologado por el sociólogo Horacio González titulado «La fabricación de la información» [2. Aubenas, Florence. Benasayag, Miguel. La fabricación de la información. Prólogo de Horacio González. Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2005.]. En él sus autores señalan que el trabajo del periodista ya no consiste en rendir cuenta de la realidad, sino en hacer entrar a esta en el «mundo de la representación» (comillas mías), «representación» que construyen los propietarios de los medios que circunstancial y precariamente —la mayoría de las veces— los contraten.
Una representación puede ser producto de, por ejemplo, la ilusión del amante que construye el rostro prefecto de su amado, representación inconsciente y en consecuencia subjetiva alimentada por el fuego del deseo o de la elección (cuesta aceptar que una elección pudo no ser la adecuada).
Tenemos también la representación que construye el dramaturgo con la complicidad de sus lectores, actores y espectadores necesariamente cómplices. El arte sin al menos un cómplice es imposible.
Otro tipo de representación es aquella que es producto de un «plan perverso de manipulación» que poco tiene que ver con el amor o con el arte, pero que también requiere complicidades. Son mayoritariamente conscientes quienes la construyen, siendo inconscientes por lo general aquellos a quienes va dirigida, sus receptores. En el salvaje campo de la industria de la información encontramos directores de periódicos, programas de radio y televisión que por necesidad o convicción obedecen y cumplen con el mencionado «plan».
Cada período histórico (períodos cada vez más cortos, ya que constantemente cambia el foco de «la noticia») tiene un tema central.
Por ejemplo: cada cuatro años las elecciones presidenciales en EE.UU. En 2008 los medios «progresistas de occidente» se decantaban efusivamente por el candidato demócrata frente al candidato republicano. Esos medios progresistas occidentales presentaron al candidato del partido demócrata como el más adecuado para los intereses de los pueblos del mundo. Resultó que el ganador de las elecciones, nominado a premio nobel de la paz casi antes de ser presidente —premio que luego le concederían— ordenó bombardear al menos ocho países durante su gobierno.
Periodismo domiciliario: los «youtuber»
Al mercado de los medios tradicionales en esta última década, y sobre todo estos dos años de «confinamiento», se han reproducido los «youtuber», una especie de periodistas domiciliarios. Pretenciosos expertos en casi todo, que desde la pantalla de una computadora y con pocos medios, tal que pastores evangelistas, fabrican opinión o reproducen la oficial.
Los «opinadores» se muestran sólidos, sin fisuras, omniscientes. Apabullan a sus seguidores, a quienes hacen partícipes de sus programas (canal) al pedirles directamente que contribuyan —¿instinto gregario revival?— y sean parte del proyecto ¡aportando dinero!
[Entre toda la inabarcable oferta he llegado al encuentro de algunas excepciones de comunicadores, profesionales o incluso aficionados que construyen programas de cierta calidad y honestidad, sujetos que estudian, investigan y se avalan a sí mismos merced a los contenidos trabajados que transmiten, alguno de los cuales escucho].
Volviendo al tema central, sabemos que las agencias de noticias que controlan la mayoría de la información que los medios compran y distribuyen en sus periódicos pertenecen a tres grandes empresas:
■■ Thomson Reuters (Agencia canadiense que absorbió a la británica Reuter en 2008);
■■ Associated Press (AP: EE.UU.);
■■ Agence France-Presse (AFP: Francia).
Manipulación y propaganda
El que fuera un pionero de la teoría y práctica de la manipulación de las masas a través del manejo de la información, Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, señaló en un libro ya clásico sobre el tema:
«La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática» [3. Bernays, Edward. Propaganda. Editorial Melusina, 2008.].
No hay duda de que la manipulación y la falsificación no son propiedad exclusiva de los medios de comunicación, herramienta imprescindible del sistema. Desde la academia también llegan falsas filosofías, falsas medicinas, psicologías, pedagogías, etc.
Pero eso sí, no podrá engañarnos jamás un albañil o un panadero. Podremos descubrirlos en la impostura o en la estafa: el objeto [la mercancía] que cada uno de ellos nos pueda vender, ya sea al terminar una obra doméstica o al llegar a casa y sacar el pan de la bolsa, el engaño, de producirse, será «real», «material»: el pan estará duro como un ladrillo o la pared se derrumbará como una tarta. Pero la noticia que nos vende un periódico o un político es más difícil que podamos comprobar su veracidad, puesto que requerirá sentido crítico, análisis e investigación para contrastarla y que por limitación de tiempo o capacidad material, interés propio o ideología no dispondremos y por tanto nos limitaremos a aceptar como válida incluso por pereza o por cansancio, sometidos como estamos al «reino de la necesidad» cotidiana, la subsistencia.
En los medios y cadenas de transmisión las noticias falsas o sesgadas son las que más repiten machaconamente los profetas del engaño, como las ya tristemente famosas «armas de destrucción masiva» iraquíes, falsa noticia con la se pretendió justificar la destrucción y saqueo de un país milenario para imponerle la «democracia occidental».
También es habitual que las masas acepten lo que la mayoría, sea por identificación «gregaria» o sea por temor a quedar fuera del grupo de im-pertenencia: la familia, la oficina, la fábrica, el sindicato, la barra de amigos del bar o la «red social» a la que se esté suscrito.
La condena desde los medios «occidentales» a la cultura rusa en todas sus manifestaciones nos recuerda a la propaganda antisemita del siglo pasado que ya sabemos la tragedia en la que desembocó.
Los agitadores de los medios que repiten las consignas como si de un ritual se tratara, terminan siendo tomados en serio por la mayoría de los consumidores de noticias quizá «porque corren el riesgo de quedar en ridículo» [4. Adorno, Theodor W. Ensayos sobre la propaganda fascista. Barcelona: Ediciones Voces y Culturas, 2001.] Transmiten noticias invocando un falso y burdo sentimentalismo [el cuidado de la salud, la paz en el mundo, la paradójica libertad, el hambre, el clima], inoculando miedo a la población con la intención perversa de hacer mella en quienes reciben el mensaje, ocultando siempre lo esencial de las verdaderas problemáticas de nuestras sociedades y en ocasiones tergiversando u ocultando las verdaderas causas que las generan.
De este modo la actividad de pensar cede paso a la perversidad de clasificar y condenar sin más criterio que la consigna impuesta y asumida.
El pasado reina porque está olvidado, la amnesia social [5. Jacoby, Russell. La amnesia social. Barcelona: 2 culturas, 1977.] es un síntoma, quizá el más relevante de nuestra cultura en todas sus manifestaciones, las del «individuo» y las del colectivo: lo que se olvida, se repite en actos sin armonía ninguna y no siempre sin dolor.
La falsificación de la historia
En el prólogo al libro de Robert Charvin «Rusofobia» [6. Charvin, Robert. Rusofobia. ¿Hacia una nueva guerra fría? Barcelona: El Viejo Topo, 2016.], Michel Collon enumera algunas de las falsificaciones de la historia reciente por parte de los medios de occidente, entre ellos:
■■ La rehabilitación en Ucrania de grupos colaboracionistas con el nazismo alemán, introduciendo pronazis antisemitas en el gobierno surgido del golpe de estado en Ucrania en 2014 auspiciado por EE.UU. y la Unión Europea.
■■ La presentación de la II G.M. como un asunto entre nazis y judíos silenciando el «Plan Ost» con el que Alemania pretendía exterminar al 40% de la población eslava.
■■ La desvalorización de los verdaderos vencedores de la II G.M. y la negación de sus víctimas (unos 23 millones de personas perdió la URSS —a las que cada año desde 1945 se rinde homenaje en las calles de las ciudades rusas—, 20 millones de los fallecidos eran de China) poniendo como acontecimiento decisivo para la rendición alemana el desembarco de Normandía.
Rusia es objeto permanente de una propaganda satanizadora desde al menos finales de los años noventa —en realidad durante todo el siglo XX —cuando el plan de desintegración de su territorio, el expolio de sus riquezas naturales, quedó paulatinamente interrumpido por decisión, no sin obstáculos internos, del gobierno ruso, después de la devastadora y entreguista «perestroika».
Que duda cabe que los EEUU y sus aliados de la OTAN estarían encantados con un Boris Yeltsin en el Kremlin.
La insistente campaña de los medios occidentales contra Rusia facilitó el rápido rechazo de gran parte de los ciudadanos de la Europa occidental promovido por sus gobiernos —no así en el resto del mundo— a la cultura rusa en todas sus manifestaciones desde febrero de 2022: se cancelaron obras de teatro de autores rusos, se suspendieron conciertos, películas, se cerraron las fronteras y bloquearon cuentas de trabajadores rusos, todo con una velocidad pocas veces vista.
Un fantasma recorre Europa: el retorno del miedo a lo «ruso»
Cualquiera que esté mínimamente involucrado en alguna organización social, vecinal, sindical o política sabe que el comunismo como organización efectiva está muerto —al menos eso parece— en occidente. Sin embargo se mantiene vivo en los millones de anticomunistas que permanentemente se dedican a condenarlo. Como dijo alguien que no recuerdo, el comunismo está vivo gracias a la condena que hacen de él los anticomunistas.
¿Qué puede lograrse con prohibir a Tchaikovski o al Ballet Bolshoi ante el conflicto histórico que Rusia y Ucrania mantienen con largos intervalos de convivencia, en este nuevo capítulo que comenzó a finales de lo noventa…?
La desaparición de Rusia y su neutralización es un objetivo prioritario «que Occidente está dispuesto a conseguir siempre y cuando los riesgos que lleva implícita la desaparición de Rusia como estado le resulten asumibles». Podemos imaginar lo que resultaría de ello viendo los efectos que las actuales sanciones impuestas al Estado ruso y a su población tienen para la población de occidente. El coste de estas sanciones lo están pagando los ciudadanos de occidente, a lo que se suma la especulación financiera y comercial de la que son responsables los oligopolios del mercado energético y bancario con la subida del precio del dinero, tarifas eléctricas, alimentos básicos… —recordemos que en Europa las tarifas de la energía eléctrica y el combustible vienen subiendo de forma escandalosa desde al menos 2018.-
El proceso de agresión a la URSS no ha terminado, Rusia es una asignatura pendiente de la guerra fría [7. Fernández Ortiz, A. Chechenia versus Rusia. Prólogo de Serguéi Kará-Murzá. El Viejo Topo, 2003. pp. 139-147.]. El desmantelamiento del estado soviético y la privatización de sus riquezas y empresas a precio de saldo favoreciendo a las oligarquías de dentro de los antiguos países integrantes de la URSS y a las de occidente a través de sus multinacionales (saqueo del que no nos olvidemos, se han beneficiado los habitantes de los países de la Europa occidental con el beneplácito de las nuevas izquierdas fluidas y progresistas pro-otanistas serviles del imperio: petróleo, carbón y gas barato durante un par de décadas…) quiere tener continuidad en la desestabilización del estado ruso al que se suma un nuevo enemigo, a saber el estado chino.
La OTAN una organización militar «defensiva»
La OTAN, una organización creada para la defensa que destruyó Libia, Irak, Yugoslavia… cuyos estados miembros venden armas a Arabia Saudí para la destrucción de Yemen hace casi una década, donde han sido asesinados unos 400.000 yemeníes.
En su página oficial la «Organización del Tratado del Atlántico Norte» se define como una alianza político y militar cuya «finalidad es garantizar la libertad y la seguridad de sus países miembros por medios políticos y militares», dichos medios los define como [8. ¿Qué es la OTAN?. Página oficial: https://www.nato.int/nato-welcome/index_es.html#basic.]:
POLÍTICOS: la OTAN promueve valores democráticos y permite que los miembros se consulten y cooperen cuestiones relacionadas con la defensa y la seguridad para solventar problemas, fomentar la confianza y, a largo plazo, evitar conflictos.
MILITARES: la OTAN tiene un compromiso de resolución pacífica de controversias. Cuando los esfuerzos diplomáticos no dan fruto, la fuerza militar emprende operaciones de gestión de crisis. Estas operaciones se llevan a cabo bajo la cláusula de defensa colectiva del tratado fundacional de la OTAN (Artículo 5 del Tratado de Washington) o por mandato de las Naciones Unidas, por sí sola o en cooperación con otros países y organismos internacionales.
La OTAN lleva años alertando de las intenciones satánicas de Rusia de invadir a sus vecinos europeos. Pero desde su creación son los EE.UU. y sus aliados de la OTAN que bajo el pretexto de la amenaza comunista o terrorista han invadido más de treinta países, entre ellos:
Corea y China 1950-1953, Guatemala 1954, Indonesia 1958, Cuba 1959-1961, Guatemala 1960, el Congo 1964, Laos 1964-1973, Vietnam 1961-1973, Camboya 1969-1970, Guatemala 1967-1969, Granada 1983, Líbano 1983-1984, Libia 1986, El Salvador 1980, Nicaragua 1980, Irán 1987, Panamá 1989, Irak 1991, Kuwait 1991, Somalia 1993, Bosnia 1994, 1995, Sudán 1998, Serbia 1999, Afganistán 1998, Yugoslavia 1999, Yemen 2002, Irak 1991-2003-2015, Afganistán 2001-2015, Pakistán 2007-2015, Somalia 2007-2008-2011, Yemen 2009-2022, Libia 2011-2015, Siria 2014-2016…
Consintiendo y apoyando además el acoso criminal de Israel al Estado y pueblo Palestino.
A eso hay que sumar los golpes de estados promovidos o perpetrados en América: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Haití, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú… [9. Bevins, Vincent. El Método Yakarta. Madrid: Capitán Swing, 2021.].
Mención especial merece el mal llamado «embargo» con el que EE.UU. y sus aliados europeos tienen asfixiado al pueblo de Cuba, bloqueo infame que una y otra vez es rechazado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, con declaraciones que finalmente nunca se cumplen, como ocurre con la última resolución de 3 noviembre de 2022:
«La Asamblea General de las Naciones Unidas reiteró este jueves por trigésima vez de forma inequívoca su posición contra el embargo económico de Estados Unidos a Cuba y pidió que se ponga fin a ese castigo unilateral.
La resolución de rechazo obtuvo este año 185 votos a favor, 2 en contra (Estados Unidos e Israel, ) y 2 abstenciones (Ucrania y Brasil)». [10. Resolución de la ONU de 3 de noviembre de 2022: La Asamblea General rechaza por trigésima vez y abrumadora mayoría el embargo a Cuba: https://news.un.org/es/story/2022/11/1516617.]
Cuando EE.UU. y sus aliados consiguen colocar en algún país un gobierno afín a sus intereses, todo perfecto. Le brindarán «ayuda humanitaria» después de destruirlo, paliarán el hambre y la miseria que generan el expolio de sus riquezas y empujarán a sus habitantes a la marginación, la delincuencia, a la huida y a las guerras civiles que por lo general terminan desencadenándose.
El problema surge cuando el «imperio» se topa con un país que no se doblega: automáticamente pasa a formar parte del «eje del mal», ese país soberano comenzará a ser hostigado, se le aplicarán embargos, sanciones económicas, se bloqueará su comercio internacional, se le amenazará explícitamente, etc. buscando que sea el propio pueblo asfixiado el que se movilice para derrocar a su propio gobierno que aparecerá, con la fundamental intervención de los medios de comunicación, como culpable directo de sus desgracias.
Eurocentrismo: «manual de estilo»
Los gran mayoría de europeos aceptan sin cuestionamiento la primacía y por tanto la dependencia cultural y económica de EE.UU.: para las organizaciones occidentales y la población que controlan Rusia no es Europa.
Es totalmente legítimo querer adscribirse a la órbita de un país y su cultura. Un país y sus habitantes pueden desear pertenecer al reino británico o al de la comunidad de los esquimales, pero esa decisión legítima no implica que haya que despreciar y condenar al resto de países.
Eso se manifiesta con claridad en la prensa. Un ejemplo de esta posición de la prensa española ante los EE.UU. fue explícito en la portada de un periódico de tirada nacional el 24 de junio de 2022, cuando se produjo una de las innumerables avalanchas de personas sobre las vallas de la ciudad de Melilla, enclave español en tierras africanas.
Por el aplastamiento provocado por la intervención de los agentes de fronteras murieron al menos 25 personas y un centenar acabó hospitalizada. Unos 200 inmigrantes pudieron cruzar la valla de los 2000/3000 que lo intentaron. Pues bien, el periódico publicó como noticia principal -¿respondiendo al manual de estilo?- la decisión del Tribunal Supremo de los EE.UU. anulando la ley del aborto en ese país y la noticia del trágico suceso en las puertas de España, la ubicó en un mínimo espacio en el faldón de la portada.
Las aspiraciones de los países occidentales al sometimiento del mundo ha sido causa de guerras sangrientas, dos guerras mundiales y otra «fría».
Dicho sometimiento de otros países ha sido condición necesaria para la supervivencia de los países occidentales y sus habitantes y para mantener el llamado «estado del bienestar», rara alianza de palabras. Merced a ese sometimiento, mediante el empleo de su poder militar y económico, Occidente obtiene materias primas que no posee en sus territorios, combustibles y fuerza de trabajo baratas. Para facilitar esto, en no pocas ocasiones, EE.UU. y Europa, a ellos nos referimos al hablar de «Occidente», recurren a la imposición de «democracias coloniales» en los países a expoliar, financiando partidos políticos afines a sus intereses o a través de golpes militares con intervención directa o indirecta imponiendo gobiernos subordinados para perpetrar la explotación: «La explotación del país se realiza con la colaboración de una minoría de la población que se ha enriquecido por ello (…) un proceso como este se inició en Rusia en 1985»[11. Zinoviev, Alexandr. La caída del imperio del mal. Prólogo de Francisco Fernández Buey. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 1999, pp. 127-152.]
Pero (casi) todo tiene un límite.
Fomentando la hostilidad entre pueblos vecinos
Hay un «narcisismo de las pequeñas diferencias» que es tolerable, incluso puede llegar a ser saludable para una cultura, para un pueblo, que intentará por ejemplo producir mejor vino que su vecino.
Sigmund Freud [12. Freud, Sigmund. Psicología de las masas y análisis del yo. Buenos Aires: Amorrortu, 2016, p.71.] describió la hostilidad manifiesta y estructural entre sujetos o pueblos semejantes:
«Siempre que dos familias se unen por un matrimonio, cada una de ellas se considera mejor y más distinguida que la otra. Dos ciudades vecinas serán siempre rivales y el más insignificante cantón mirará con desprecio a los cantones limítrofes. Pueblos emparentados se repelen, el alemán del Sur no puede aguantar al del Norte; el inglés habla despectivamente del escocés y el español desdeña al portugués. La aversión se hace más difícil de dominar cuanto mayores son las diferencias y de este modo hemos cesado ya de extrañar la que los galos experimentan por los germanos, los arios por los semitas y los blancos por los hombres de color».
Y esas diferencias y hostilidad hacia otros pueblos se difuminan cuando el interés económico prevalece: se cuestiona en occidente e incluso se prohíbe el uso de vestimenta tradicional propia de una cultura y religión, pero se organiza un mundial de fútbol en un país donde esas vestimentas se imponen o se elige vestirlas: el mercado borra las contradicciones.
Ciencia de la historia y periodismo
Destaca Pierre Vilar que «(…) la historia es el único instrumento que puede abrir las puertas a un conocimiento del mundo de una manera si no `científica´ por lo menos `razonada´» [13. Pierre Vilar. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona: Crítica, 2003.].
Es innegable el valor de la prensa como fuente historiográfica. El historiador recurrirá a ella necesariamente. Para ello debe operar con prudencia ya que deberá valorar los sesgos ideológicos y propagandísticos del material que recabe. Con esto no descubrimos nada nuevo. Tan solo lo recordamos. No es difícil calibrar a qué intereses responde un periódico, una emisora de radio o televisión. Ningún medio, sea privado o público oculta para quien trabaja.
Por otra parte, no se le puede pedir a un periodista que sea historiador. No es su función. Del mismo modo que no se le puede pedir a un auxiliar de quirófano que coloque un by-pass. La función del auxiliar es velar, con conocimientos sanitarios específicos, por la asepsia del quirófano, la de los instrumentos, el correcto traslado del paciente, asistir al cirujano. Como tampoco la función de un periodista es la de publicar un tratado de historia, — pero qué duda cabe que hay periodistas de prestigio que publican crónicas que están a la altura de un ensayo científico de historia!
Dentro del periodismo hay categorías definidas por la tarea: desde el periodista de campo que recoge información sobre los hechos cotidianos a los divulgadores y presentadores que comunican esa información al público. El trabajo del periodista de campo consiste en recabar los hechos, los acontecimientos del presente de la manera más precisa posible, aséptica, ética, en el terreno donde acontecen los eventos, pero que duda cabe que también debe tener conocimientos de ciencia de la historia para ejercer su función y poder aprehender la realidad que percibe, recordando que no se mira un cuadro pegándose a él.
Al menos así debería constar en la formación académica del periodista.
El historiador recurrirá a ese material periodístico, artículos, crónicas, materia prima indispensable para su trabajo.
Pese al desprestigio permanente en que se sumerge la función periodística, se sigue creyendo de forma acrítica en los medios, a sabiendas de que transmiten en muchas ocasiones información sesgada, como pudimos experimentar durante la presente pandemia. Esto es mucho más evidente y grotesco en el periodismo deportivo.
Quien puede dudar que el periodismo ejerce un semblante de poder!
Pero también sabemos que la tinta de un periódico no siempre es negra, tiene el color del dinero de sus propietarios.
Luego tenemos los «laboratorios de ideas», los grupos de expertos «think tank»:
«Cuando un gobierno quiere divulgar [sus] posiciones echa mano de los medios de comunicación. Cuando quiere crearlas, utiliza a los “expertos”. Los “expertos”, como los periodistas, suelen comer de la mano del poder establecido, así que elaboran las posiciones que se espera de ellos. Para eso existe todo un entramado institucional de fundaciones, universidades, institutos y medios de comunicación, cuyo principal vector es esa servidumbre». [14. Rafael Poch. Preguntas sobre los “expertos”. https://rafaelpoch.com/2019/05/30/preguntas-sobre-los-expertos/].
Destaca Rafael Poch que la mayoría de los laboratorios de ideas están vinculados a intereses particulares, como inteligentemente satiriza El Mundo Today en relación a los supuestos beneficios de la cerveza. [15. El Mundo Today. «Los beneficios de la cerveza» del doctor Miguel Mahou Ámbar, del Instituto Heineken, podría no ser imparcial»: https://www.elmundotoday.com/2022/07/el-articulo-los-beneficios-de-la-cerveza-del-doctor-miguel-mahou-ambar-del-instituto-heineken-podria-no-ser-parcial/]
La superioridad económica y militar de la OTAN y sus socios de la Europa del oeste respecto a gran parte de países del mal llamado «tercer mundo» es irrefutable, pero eso no le da derecho a invadir sus territorios, bajo falsas amenazas («armas de destrucción masiva»), financiar golpes de estado e imponer gobiernos afines que posibiliten el robo de sus riquezas.
Comprender el pasado, señala Pierre Vilar, es dedicarse a definir los factores económicos, culturales de una sociedad determinada; descubrir sus interacciones, sus relaciones de fuerza, y desvelar tras los textos, los archivos… las pulsiones e intereses (conscientes e inconscientes) que dictan los actos que la constituyen y van moldeando a los ciudadanos que la componen. Esa es la función del historiador.
Conocer el presente equivale, mediante al aplicación de los mismos métodos de observación, de análisis de crítica que exige la historia, a someter a reflexión la información deformante que nos llega a través de los medios. Esa tarea implica a las ciencias de la información.
Se manifiesta un empeño grotesco de retirar a Rusia del seno de la «historia universal» o incluirla en el catálogo borgiano de la infamia universal. O incorporarla al Occidente imperialista pero sin historia alguna. Entiéndase por ello, la operación «Perestroika»: «No eres de los nuestros, ni lo serás nunca, solo tus riquezas serán nuestras, europeizaremos tus materias primas, para nuestro beneficio».
Señala el historiador A. Fernández Ortiz evocando a Hegel:
«Para Hegel, la civilización universal es la cultura europea occidental y en concreto el mundo germánico (hoy ni siquiera eso, agregado mío). Todas aquellas sociedades que se encuentran fuera de la trayectoria histórica-geográfica que representan Grecia, Roma y el mundo germánico, se encuentran fuera de la civilización universal»
Y continúa:
«La única opción para los que se encuentran `fuera´ es tratar de incorporarse a ella repitiendo el camino trazado por los que están `dentro´» [16. Fernández Ortiz, A. Octubre contra El Capital. El Viejo Topo, 2016, p. 78.]
El gobierno de Europa reside, al menos oficialmente, en Bruselas. Las viejas capitales de la vieja Europa hoy parecen conformar un amorfo «mercadillo». Cada cuatro años o menos, sus países cambian de representantes, cada uno de los puestos del mercadillo europeo ofrece sus «productos» (los del sur playas, naranjas y servicios…); los partidos que se alternan en el poder son lamentables y prebendarias franquicias que no cesan de cambiar de nombre en «coaliciones» con rimbombantes y grotescas etiquetas por las exigencias electoralistas, que se suman y pretenden ser alternativas a los partidos «tradicionales» de las democracias neoliberales y no son más que sostenedores de estos.
Cada una de esas franquicias electorales en coalición junto a los partidos tradicionales tienen al servicio medios, prensa, TV, empleados enajenados bajo el reino de la necesidad y el servilismo, lejos, muy lejos del ideal de la ética, del imperativo categórico del periodismo…