«Rusofobia» y después…

Teatro Bolshói, Moscú. Inaugurado el 18 de enero de 1825.

En el primer párrafo de la «Investigación sobre los principios de la moral» David Hume nos advierte que:

«Las disputas con hombres que se obstinan en mantener sus principios a toda costa son las más molestas de todas, quizá con la excepción de aquellas que se tienen con individuos enteramente insinceros que en realidad no creen en las opiniones que están defendiendo, y que se enzarzan en la controversia por afectación, por espíritu de contradicción y por el deseo de dar muestras de poseer una agudeza y un ingenio superiores a los del resto de la humanidad»1.

Y continúa el filósofo escocés:

«De ambos tipos de personas debe esperarse la misma adherencia a sus argumentos, el mismo desprecio por sus antagonistas y la misma apasionada vehemencia en su empeño por hacer que imperen la sofistería y la falsedad. Y como el razonamiento no es la fuente de donde ninguno de estos dos tipos de disputantes saca sus argumentos, es inútil esperar que alguna vez lleguen a adoptar principios más sólidos guiándose por una lógica que no hable a sus afectos».

La «noticia» es anterior al suceso

Un «pre-juicio» no se fabrica ni tampoco se inocula en la población en un instante. Quien pretenda lograr tal tarea necesitará tiempo y sobre todo poder (tanto real como atribuido). Gran parte del «pensamiento occidental» se ha dedicado a construir a lo largo de muchas décadas una serie de prejuicios, en el caso que nos compete aquí, sobre el pueblo y la cultura rusa. Se ha falsificado y borrado parte sustancial de la historia reciente. Gobiernos y grupos de poder han falsificado y ocultado hechos y acontecimientos históricos según sus necesidades políticas y sobre todo económicas en cada momento. Para ello los correspondientes estados y sus organizaciones (miembros de la pretensiosamente autodenominada «comunidad internacional») disponen de la maquinaria publicitaria necesaria para difundir las consignas adecuadas moldeando el mundo según sus intereses.
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