Wilhelm Reich (I): la psicología de masas del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años ´30 y el ascenso del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años treinta en Europa podía presagiar una revuelta social protagonizada por las organizaciones obreras y sindicales y por los partidos de izquierda. Pero por el contrario con el apoyo popular se produjo un ascenso de la extrema derecha, inspirada en el fascismo italiano, ascenso que se reflejó en los resultados electorales de julio y noviembre de 1932, donde el NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, se consolida como primera fuerza, «un partido sin historia, que surge repentinamente en la vida política de Alemania», y que desembocará en el nombramiento de Hitler como canciller imperial el 30 de enero de 1933.

Estos resultados electorales le permiten a Wilhelm Reich comprobar cómo la situación social y económica de las masas no se reflejan necesariamente en la conciencia social de los trabajadores y se dedica, en «Psicología de masas del fascismo» publicado en agosto de 1933, a investigar las raíces de esta contradicción.

La matanza de Schattendorg

En una pequeña ciudad al sureste de Viena se celebra el 30 de enero de 1927 por la tarde una asamblea de militantes socialdemócratas. Antes de su comienzo un grupo paramilitar de extrema derecha dispara sobre los asistentes, matando a varios, entre ellos dos niños. Los asesinos huyen sin mayor dificultad del lugar. El ayuntamiento de la ciudad, de mayoría socialdemócrata, solicita al gobierno central encabezado por el derechista partido socialcristiano capturar y condenar a los autores de la matanza, así como la disolución de las organizaciones reaccionarias austríacas en activo, entre ellas la Heimwehr [2]. Una vez detenidos son juzgados y el 14 de julio del mismo año los magistrados asignados deciden absolverlos. . Al día siguiente del fallo judicial el partido socialdemócrata y la federación sindical convocan una breve huelga general de quince minutos pero ninguna manifestación de protesta. Pese a ello los trabajadores se concentran en las calles de la Viena Roja prendiendo fuego al Palacio de Justicia. La policía dispara sobre los manifestantes matando a un centenar de ellos. Wilhelm Reich presencia las cargas policiales en el barrio del Schottenring donde en ese momento estaba pasando consulta:

A las 10 de la mañana del 15 de julio de 1927, un médico vino a mi consulta para cumplir con su cita habitual de análisis. Me dijo que había estallado una huelga del Sindicato de Trabajadores de Viena. Varias personas ya habían sido asesinadas por la policía y los trabajadores ya habían ocupado el área interior de la ciudad. En este momento, interrumpí la sesión y caminé hacia Schottenring, muy cerca de mi casa [3].

La guardia paramilitar del Partido Socialista, la Schutzbund [4], se encarga de desconvocar a sus propios militantes en lugar de evitar la masacre. La orden de desmovilización le parece a Reich inexplicable, ya que aún en el caso de querer evitar un choque abierto con la policía los dirigentes socialistas estaban al menos obligados a proteger a los obreros, pero por el contrario ordenaron a sus tropas de seguridad acuartelarse, mientras la policía reprimía a los manifestantes[5]. Actuaciones como la de la Schutzbund, comentará posteriormente Reich, desembocará el 14 de febrero de 1934 en el derrumbamiento de la socialdemocracia austríaca promovido por estos mismos grupos reaccionarios que en 1927 habían llevado a cabo impunemente su primera actuación criminal en la pequeña ciudad austríaca de Schattendorf. Los sucesos suponen un punto de inflexión en el pensamiento de Reich y en su obra posterior, sorprendido también por la reacción de la masa: «Me maravilló la mansedumbre de la población. La multitud era tan fuerte que habría podido literalmente despedazar a los pocos policías. ¿Por qué la multitud miraba sin hacer nada, absolutamente nada, para parar la matanza? Me parecía incomprensible?» [6].

Decepcionado con los socialdemócratas adhiere al partido comunista austríaco donde una de sus primeras acciones como militante es crear, vinculada al área de cultura del partido, la Sociedad Socialista de Información e Investigación Social, así como poner en marcha las primeras clínicas de higiene sexual destinadas a la atención psicológica y social de trabajadores para la resolución y prevención de conflictos emocionales cotidianos. Esta actividad social abarcaba asesoramiento sobre métodos anticonceptivos, embarazos no deseados, consultas ginecológicas, talleres de lectura, conferencias y debates grupales. Los servicios eran gratuitos y estaban sostenidos por la iniciativa privada de los propios profesionales y por el personal voluntario, entre ellos médicos, sanitarios y estudiantes en formación. Las clínicas brindaban un trabajo de atención amplio que tuvo una gran acogida por parte de la comunidad, pero sujeto a las limitaciones materiales producto de las malas condiciones sociales que padecía la población, condiciones que como bien afirmó Reich están el origen de los malestares psíquicos y anímicos.

Peer Gynt en la «Viena Roja» [7]

 Wilhelm Reich nace el 24 de marzo de 1897 en Galitzia, en el oriente del imperio austro-húngaro. A los 23 años obtiene la licenciatura de medicina y la especialidad en neuropsiquiatría en la Universidad de Viena e ingresa en el Instituto Psicoanalítico de la ciudad. Al entrar en contacto con la obra de Sigmund Freud comenzará a interesarse por la función de la sexualidad humana más allá de la función de reproducción, profundizando en la investigación de las diferencias que la teoría psicoanalítica plantea entre «sexualidad» y «genitalidad» así como en el estudio de los cimientos epistemológicos construidos con conceptos —hoy día muy citados pero desconocidos en su pleno valor científico— tales como identificación, repetición, narcisismo, inconsciente y otros dos que son centrales en el libro que aquí presentamos: libido y represión.

Al año siguiente de su admisión en el Instituto expone su primera ponencia titulada «Conflictos de la libido y formaciones delirantes en Peer Gynt de Ibsen». A raíz de los acontecimientos de Schattendorg suma a sus investigaciones las obras de Karl Marx y de Friedrich Engels, articulando conceptos marxistas, que le permitan profundizar en el análisis del origen social de las problemáticas psíquicas, con conceptos psicoanalíticos que den cuenta del papel que ocupa la represión social y la economía sexual, resaltando que si la sociedad no ofrece las condiciones mínimas materiales de existencia la terapia y la educación serían tarea de Sísifo: ¿de qué modo podrá un terapeuta ayudar a los sujetos a liberarse de sus síntomas e inhibiciones psíquicas cuando la sociedad no ofrece las condiciones sociales básicas?

Observando las limitaciones y el desinterés del Estado en la atención de las problemáticas anímicas de la población Freud manifestó la necesidad de abrir centros de atención gratuitos para aquellas personas sin recursos para costearse un tratamiento:

(…) alguna vez habrá de despertar la conciencia de la sociedad y advertir a ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis (…) Se crearán entonces instituciones médicas en las que habrá analistas encargados de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los hombres que, abandonados a sí mismos, se entregarían a la bebida, a las mujeres próximas a derrumbarse bajo el peso de las privaciones y a los niños, cuyo único porvenir es la delincuencia o la neurosis. El tratamiento sería, naturalmente, gratis. Pasará quizá mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligación suya [8].

Freud fue redefiniendo su concepción de los trastornos psíquicos, dejándolos de considerar que fueran un problema exclusivo de los pacientes para analizarlos como un problema social más amplio, siendo por tanto la responsabilidad de la atención de las problemáticas mentales una cuestión que implica a toda la comunidad civil. A partir de este discurso que Freud pronuncia en el Congreso celebrado en Budapest en septiembre de 1918, miembros del Instituto Psicoanalítico de Viena fundan en 1922 la Policlínica Psicoanalítica, primera clínica gratuita del Instituto en la llamada Viena Roja conocida como Ambulatorium  [9] y destinada a la atención de trabajadores, estudiantes y personas sin recursos.

Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la «Viena Roja».

En 1924 Reich, avalado por Freud, pasa a ser coordinador del «Seminario de terapia psicoanalítica» del Instituto y dos años más tarde codirector del Ambulatorium. La actividad de investigación teórica y militante articulando postulados psicoanalíticos y marxistas sumados a la publicación del libro «La función del orgasmo» [10] le genera a Reich resistencias a su trabajo tanto desde el campo psicoanalítico vienés como del entorno ortodoxo y burócrata del partido comunista. En 1928 la Federación Universitaria de Viena le invita a dar una serie de conferencias; una de ellas la titula «El sufrimiento sexual de las masas» con una gran acogida por parte de los asistentes y la segunda, «La relación del psicoanálisis y la sociología de Marx», puso en alerta al aparato del partido que envía un psiquiatra desde Moscú para presenciar la ponencia con el objeto de valorar los insistentes intentos de Reich de articular el psicoanálisis con el marxismo. El psiquiatra soviético consideró que el psicoanálisis no tiene cabida alguna en la lucha revolucionaria por ser una «ciencia burguesa». Esta sentencia supuso un terrible golpe al trabajo científico y militante de Reich que sostenía que no hay posibilidad efectiva de práctica clínica sin práctica política. Sus trabajos sobre higiene y economía sexual fueron considerados prescindibles ignorando que las propuestas de Reich atacaban directamente a los cimientos de la moral burguesa que el partido supuestamente pretendía combatir.

Viaje a la URSS

En septiembre de 1929, atraído por la experiencia revolucionaria soviética, viaja a la Unión Soviética para comprobar la valoración que allí se tenía del psicoanálisis más allá del juicio emitido por el funcionario ruso que presenció su conferencia. Durante su estancia en Moscú entra en contacto con Vera Schmidt, educadora infantil de orientación psicoanalítica[11], pudiendo comprobar las transformaciones sociales conseguidas por la revolución de octubre, tales como las leyes sobre el matrimonio civil, el divorcio, la interrupción del embarazo, la legislación del aborto, la eliminación de la ley zarista que condenaba la homosexualidad, la educación sexual, entre otras, pero pese a esos avances «en la existencia sexual objetiva se sentía la ausencia de una teoría sexual adecuada (…) era innegable que en la Unión Soviética no se había captado el carácter revolucionario de la teoría sexual psicoanalítica, se la rechazaba a causa de su aburguesamiento y esto tornaba aun más difícil su reconocimiento»[12]. En un periódico moscovita publica el ensayo «Materialismo dialéctico y psicoanálisis», obra clave en el pensamiento de Reich y una sólida apuesta intelectual por el encuentro entre marxismo y psicoanálisis, que paradójicamente terminará desencadenando su expulsión tanto del partido comunista como de las asociaciones psicoanalíticas.

Reich desarrolló su movimiento de política sexual desde la lucha contra el capitalismo y el fascismo; manteniendo una permanente crítica a la actuación de las organizaciones «progresistas» que desnaturalizaban los enunciados y proclamas que supuestamente ellas mismas defendían, intentó construir una teoría materialista, dialéctica e histórica que permitiera comprender y transformar la realidad social e individual basada en el estudio y análisis de la economía política y libidinal, mediante el análisis crítico de las instituciones burguesas: la escuela y la familia coercitivas, el ejército, la iglesia, los partidos políticos y los efectos de todas ellas en la psicología de las masas.

A su regreso a Viena, decepcionado con las posturas políticas del partido comunista austríaco sumada a la hostilidad que le manifiestan los psicoanalistas vieneses decide trasladarse a Berlín, donde espera encontrar un clima intelectual y libertario más propicio para su trabajo y poder así profundizar su investigación no solo en las particularidades caracterológicas de los pacientes sino fundamentalmente en cómo las condiciones sociales y culturales participan directamente en la génesis de las problemáticas psíquicas.


[1] Henrik Ibsen, Peer Gynt, Editorial Losada, Buenos Aires, 2007.

[2] Grupo paramilitar nacionalista que operó en Austria entre 1918 y 1936 inspirado en los regímenes de Italia y Hungría, que pretendía acabar con el sistema republicano parlamentario, objetivo que junto a otros grupos similares finalmente consiguieron. Véase Elisabeth Ann Danto, Psicoanálisis y justicia social (1918-1938), traducción de Rosalba Zaidel, Editorial Gredos, Madrid, 2013, p. 252.

[3] Wilhelm Reich, People in Trouble (The Emotional Plague of Mankind, Vol. II), Farrar, Straus and Giroux, New York, 1976, p. 23.[trad. de los eds.].

[4] Republikanischer Schutzbund (Liga de Defensa Republicana), formación paramilitar controlada por el Partido Socialdemócrata de Austria, creada tras la Primera Guerra Mundial, que en ese momento contaba con cincuenta mil efectivos bien armados y entrenados.

[5] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 23-24.

[6] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 25-26. Véase Luigi De Marchi, Wilhelm Reich, biografía de una idea, traducción de Secundi Sañé, Ediciones Península, Barcelona, 1974, p. 60.

[7] Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la  «Viena Roja».

[8] Sigmund Freud, «Los caminos de la terapia psicoanalítica», traducción de Luis López-Ballesteros, Obras Completas, tomo VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, pp. 2461-2462.

[9] Elizabeth Ann Danto, op. cit. p. 17.

[10] Wilhelm Reich, La función del orgasmo, traducido por Felipe Suárez, Paidós, Barcelona, 1981.

[11] Pueden consultarse los cuadernos editados por Anagrama, dirigidos por Ramón García con textos de Wilhelm Reich y Vera Schmidt, Psicoanálisis y educación 1 y 2, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973.

[12] Wilhelm Reich, La irrupción de la moral sexual, Editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1973, p. 18.




Wilhelm Reich (II): políticas sexuales proletarias

Fundación de la «Sexpol»

En «El malestar en la cultura», Freud considera que las fuentes de sufrimiento a las que está sometido el sujeto humano son al menos tres: el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior, las fuerzas de la naturaleza y la sociedad; y las relaciones con los semejantes[1]. El sufrimiento que emana de esta última fuente dice Freud que quizá sea más doloroso que cualquier otro; pero más allá de los cuidados que pueda dar a su cuerpo o a su entorno natural inmediato, es en el hostil territorio de las relaciones con los semejantes donde, si las circunstancias lo permiten, el sujeto puede y debe hacer algo. Pero no todos los sujetos están en condiciones para la tarea de librarse de estos sufrimientos ni tampoco los métodos terapéuticos que la sociedad le ofrece tienen la base ética y teórica que le permitan armarse para afrontarlos.



Entre estos métodos nos encontramos con los de las «psicologías adaptativas del yo» que reniegan del descubrimiento del inconsciente y del concepto de sujeto que terminan sustituyendo por el de «individuo». Estas psicologías, que en sus diferentes variantes tienen gran éxito actualmente al prometer a sus «clientes» éxito terapéutico inmediato, basan sus propuestas en términos huecos tales como «personalidad», «yo débil», «resiliencia», «autoestima», bajo el sello del mercado capitalista que exige «rendimiento», «eficacia», imposición de valor de cambio sobre valor de uso… Freud señaló el abuso clínico que ya en su época se hacía de uno de esos términos:

La expresión “personalidad” es un término poco definido de la psicología superficial, que no aporta nada a la comprensión de los procesos reales, es decir, metapsicológicamente inútil. Sin embargo cuando uno lo utiliza, enseguida cree haber dicho algo sustancioso [2].

Reich fue implacable con estos desvíos que devaluaron el concepto de psiquismo y que desembocaron en una psicología conformista al servicio de la realidad burguesa establecida; tal y como se refleja hoy día, tenemos como ejemplo las campañas gubernamentales de fomento del «emprendimiento individual» para el despliegue narcisista de los maltrechos individuos reducidos a meros consumidores. A la par de estas psicologías nos encontramos un «psicoanálisis diluido», como agente auxiliar de la psiquiatría que reduce su tarea a etiquetar «pacientes»: hiperactivo, antisocial, etc., acto donde la actividad de pensar y analizar éticamente el malestar cede el paso a la perversión de clasificar e imponer a los sujetos la tarea de identificación con el rótulo asignado y hacer de éste un modo de estar en el mundo. Prácticas de ingeniería social que abarcan un amplio espectro de «pseudoterapias» que van desde la psicología humanista de mercado, consultorías psicológicas hasta las terapias «new age» que pretenden hacer pasar por sabiduría unos cuantos comentarios vacíos [3], y que consideran que el sujeto puede enfrentarse a los obstáculos de la sociedad —que no es necesario cambiar, puesto que sería la mejor de las posibles— cambiando la mirada que se tenga de ellos o adaptándose, posición reaccionaria donde las haya. Destaquemos como ejemplo el revisionismo psicoanalítico que terminó sustituyendo las nociones de conflicto, ambivalencia y contradicción, centrales en la teoría clínica freudiana, por el de «adaptación». El sistema capitalista burgués, en todas sus formas, siendo el fascismo la más cruda, basa su supervivencia en la inoculación del miedo —al extranjero, al diferente—; en la construcción del enemigo; de la inseguridad de los ciudadanos hace una industria y de la sanidad pública un negocio como se comprueba en el control que impone la industria farmacéutica sobre la salud de la población y que en tiempos de Reich, sobre todo a partir de la Segunda guerra, ya estaba imponiendo su imperio que hoy sabemos está en todo su apogeo.

Reich destacó que el psicoanálisis socava sin atenuaciones la ideología burguesa, pero pierde su fuerza revolucionaria cuando es reducido a una simple terapia adaptativa; de este modo cuando se quita a la teoría psicoanalítica su valor crítico con la cultura, convirtiéndola en un instrumento para obtener la adaptación y resignación de los «pacientes» a las condiciones de su existencia, se traiciona el alcance social de los postulados de su fundador:

En lo que se refiere a las restricciones que sólo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie (…) cuando una civilización no ha logrado evitar que la satisfacción de un cierto número de sus partícipes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoría quizá —y así sucede en todas las civilizaciones actuales—, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de los oprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales, pues, por el contrario, se negarán a reconocerlas, tenderán a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas. (…) No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece [4].

Símbolo reichiano que representa la teoría sobre la «Energía Orgónica»

El trabajo de Reich gira en torno a la articulación del sujeto del trabajo y el sujeto del deseo destacando el lugar que la sexualidad, en el sentido amplio que el psicoanálisis da a la sexualidad humana, ocupa en la vida psíquica de los sujetos, poniendo todo su empeño en resaltar el carácter social del psicoanálisis que los propios psicoanalistas se encargan de vaciar de su contenido crítico. Cuando el psicoanálisis se adapta a la moral de la sociedad burguesa experimenta lo mismo que experimenta el marxismo en manos de socialdemócratas y reformistas: termina pereciendo [5]. La posición crítica de Reich acompañada de sus actividades políticas y sociales nunca fueron bien recibidas en la comunidad psicoanalítica vienesa y así se lo hacen saber siendo esto uno de los motivos que le lleva a presentar su renuncia al instituto psicoanalítico vienés al propio Freud, que siempre lo consideró uno de sus discípulos e investigadores más brillantes y a la vez más conflictivos. Reich se traslada a Berlín donde inmediatamente se incorporará al Instituto Psicoanalítico alemán y entrará en contacto con el Instituto de Investigación Social, más conocido como Escuela de Frankfurt. Bajo el auspicio de la organización de cultura del Partido Comunista alemán Reich funda en Berlín en 1931 la Asociación Federal Alemana para Políticas Sexuales Proletarias (Deutscher Reichsverband für Proletarische Sexualpolitik), más conocida como Sexpol; un proyecto que rescata las premisas de emancipación de la sexualidad de la teoría psicoanalítica.

El primer Congreso de la Sexpol se celebra en Dusseldorf siendo un éxito de participación. Algunas de las propuestas que surgen del Congreso son la distribución gratuita de medios anticonceptivos a las capas sociales necesitadas a través de ambulatorios y centros de información sexual; abolición de las leyes contra el aborto y la homosexualidad; mejora de las condiciones laborales de las mujeres después del parto; creación de centros de información para mujeres embarazadas y para madres; abolición de todos los obstáculos para contraer o disolver el matrimonio; prevención de enfermedades sexuales mediante una campaña masiva de divulgación sexual y talleres para educación sexual; instalación de guarderías en las fábricas y en centros de trabajo, entre otras[6].

La actividad de la Sexpol, que fue incrementado sustancialmente el número de afiliados, estudiantes y simpatizantes, siguió inquietando a la ortodoxia del partido por su «desviación burguesa». Reich comparte con los marxistas, pero en otro sentido, que el psicoanálisis sea un fenómeno consecuencia de la «decadencia de la burguesía» ya que sin ella no hubiese surgido jamás; de igual modo la teoría marxista surge de la misma decadencia burguesa que se sostiene en la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas [7]. Reich hará manifiestas sus críticas al partido, entre ellas la miopía de este para comprender el ascenso del fascismo, críticas que obviamente no son bien recibidas. Reich será expulsado del partido y la asociación disuelta en 1933 por la presión del propio partido y por la intervención directa de las autoridades del régimen nacionalsocialista.


[1] Sigmund Freud, «El malestar en la cultura», O.C., p., 3025.

[2] Sigmund Freud, carta a Karl Abraham de 21 de octubre de 1907, traducción de Editorial Síntesis, Obras Completas, vol. VIII, RBA Coleccionables, 2007, p. 17.

[3] Russell Jacoby, La amnesia social, traducción de Neri Daurella, 2 culturas, Barcelona, 1977, pp. 110-112.

[4] Sigmund Freud, «El porvenir de una ilusión», op. cit. tomo VIII, pp. 2965-2966.

[5] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit., p. 55.

[6] Ilse Ollendorf Reich, Wilhelm Reich. Una biografía personal, traducción de Julio Crespo, Granica Editor, Buenos Aires, 1972, pp. 46-47.

[7] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit. p. 7.





«Freudomarxismo»: ¿un proyecto epistemológico imposible?

El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia[1].

En la introducción a Psicología de las masas y análisis del yo, Freud resalta que no hay oposición entre psicología «individual» y psicología «social», es decir, no puede estudiarse y analizarse el comportamiento de un sujeto aislado sin contemplar las relaciones sociales en la que está inmerso.

Sabemos que los modelos psicoterapéuticos predominantes se centran en el tratamiento del «individuo» con técnicas de modificación o reforzamiento de conductas, o en el caso de las prácticas psiquiátricas éstas se limitan a prescribir fármacos a los pacientes con el objeto supuesto de reducir o eliminar síntomas «mentales» como si fuesen éstos una exclusiva producción propia y aislada de los mismos o incluso de origen neurogenético.

Freud vino a descubrir que el sujeto está alienado a una instancia psíquica sobredeterminada por el entorno —que llamó superyó—, el lenguaje, las relaciones familiares y por la sociedad, instancia que lo constriñe en sus legítimos deseos, siendo labor del análisis, entre otras, posibilitar al «padeciente» vislumbrar o articular un discurso sobre dicha alienación socialmente construida pero que internamente, es decir, psíquicamente él mismo ejecuta y sostiene, para desprenderse en cierto grado de ella.

El párrafo anteriormente citado es el siguiente:

La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a un más detenido examen. La psicología individual se concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus pulsiones, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales, le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado[2].

Por su parte, en las Tesis sobre Feuerbach, en concreto en la sexta, Marx resalta que la esencia humana no es una abstracción inseparable de los individuos sino es en realidad la suma de las relaciones sociales:

Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado:

1) A hacer abstracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el sentimiento religioso y presuponiendo un individuo humano abstracto, aislado.

2) En él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos[3].

Para Marx las clases sociales son definidas en función de la propiedad de los medios de producción, que dependerá del modo de producción de cada época y sociedad. Las clases sociales estarán enfrentadas explícita o implícitamente, y dependiendo de la conciencia que tenga de ello, la clase sometida podrá enfrentarse a la opresora para poner fin a la explotación y servidumbre que padece. Para ello es necesario un asentimiento subjetivo de la posición de opresión en la que se encuentra, sin ello cualquier posibilidad de emancipación será imposible, ya que la clase opresora nunca abandonará su posición de privilegio sin más. Aquí podemos vislumbrar un primera articulación probable entre psicoanálisis y marxismo: es decir, por un lado, la liberación de los síntomas psíquicos que producen sufrimiento compete a la labor psicoanalítica y por otro, la liberación de la clase oprimida, a la labor política emancipatoria tal como propone el marxismo.

La práctica psicoanalítica permite descubrir la acción patógena y alienante de la familia patriarcal y de la sociedad, que a su vez ofrece un sistema social donde las condiciones de vida (salud, educación, vivienda, trabajo) requieren ser transformadas radicalmente. Wilheim Reich[4] en un formidable texto, señala la paradoja que representa que los sujetos a pesar de la situación de explotación en la que se encuentran no lleguen a desarrollar una conciencia de la misma y tratar de poner fin a dicha situación, sino por el contrario, se comportan sumisamente renunciando a sus propios intereses. Desde un punto de vista racional podría esperarse que las masas trabajadoras empobrecidas desarrollaran una conciencia aguda de su situación social y trataran de poner fin a la misma, pero esto en escasas ocasiones históricas sucede:

(…) la divergencia entre la situación social de las masas trabajadoras y la conciencia que ellas tienen de esta situación conduce, no a un mejoramiento, sino a una deteriorización de su condición social. Fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la instalación en el poder del fascismo, es decir, de la reacción política más despiadada.

Y continúa:

(…) Si el empobrecimiento de las masas no ha conducido a una convulsión en el sentido de la revolución social, si lo que ha surgido de la crisis son, para decirlo objetivamente, ideologías opuestas a la revolución, el desarrollo de la ideología de las masas a lo largo de los años críticos, para emplear la terminología marxista, ha inhibido el «desarrollo de las fuerzas productivas», así corno la «solución revolucionaria de la antinomia entre las fuerzas productivas del capitalismo monopolista y su modo de producción».

Vemos de este modo que las situaciones económicas e ideológicas de las masas no tienen por que coincidir y que incluso puede haber entre ellas una divergencia notable. La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia política; si ello fuera así, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo. ¿Pero para qué los sujetos sacrifican sus intereses y deseos ante la evidencia de sus condiciones materiales de existencia si lo único que tienen por perder son sus propias cadenas?

Marx inaugura una praxis teórica y política que proyecta cambiar el mundo, analizando los factores históricos que marcan su rumbo, para permitir que los sujetos del cambio, es decir, la clase explotada, tomando conciencia de los mecanismos de su explotación y de control político e ideológico, se organicen, desplieguen una estrategia para la toma del poder y cambien las relaciones de producción y dominación vigentes.

Freud por su parte inaugura también una praxis teórica y clínica que proyecta transformar al sujeto, creando en el espacio analítico las condiciones para poder tomar conciencia de su enajenación y posibilitarle enfrentar con mayor lucidez y ánimo una realidad ambigua, que tan pronto se ofrece cómplice de sus pulsiones erráticas que promete satisfacer sin límites, como de sus ideales y ambiciones desorbitados. Pero ¿en qué medida el éxito de una empresa emancipatoria, la de Freud, depende del éxito de la otra, es decir la de Marx?.

El proyecto de un encuentro entre ambas praxis parece ya imposible: los «marxistas» consideran a los psicoanalistas pertenecientes en su mayoría a la pequeña burguesía (lo cual en gran medida es cierto), y que no forman parte de las fuerzas productivas sino de las restauradoras de la fuerza de trabajo, por tanto cómplices de la clase explotadora. El campo del psicoanálisis a su vez está dividido en múltiples grupos, corrientes y desviaciones lejanas del proyecto original freudiano, muchos de ellos aislados en un limbo que los refugia del «malestar de la cultura». El campo del «marxismo» por su parte disperso en partidos y organizaciones predominantemente reformistas y socialdemócratas que apuntalan el sistema que dicen combatir, alejadas también del proyecto nacido con el Manifiesto de 1848.

Si como señala Armando Suárez, el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital, intentan responder ¿cómo, por qué y en qué medida las sociedades cambian?, Freud en El malestar en la Cultura y en Más allá del principio del placer viene a decirnos ¿por qué, cómo y para qué las sociedades (los sujetos) no cambian y se resisten a hacerlo pese al malestar que soportan?[5]

Los límites del psicoanálisis son claros, tal como el propio Freud expresó: liberar al sujeto de su miseria histérica, para que pueda hacer frente en cierta medida a la miseria histórica propia de los miembros de una sociedad injusta, explotadora y enajenante, de la que todos, en distinta proporción somos víctimas y cómplices.

Repetidamente he oído expresar a mis enfermos, cuando les prometía ayuda o alivio por medio de la cura catártica, la objeción siguiente: -Usted mismo me ha dicho que mi padecimiento depende probablemente de mi destino y circunstancias personales. ¿Cómo, no pudiendo usted cambiar nada de ello, va a curarme?- A esta objeción he podido contestar: -No dudo que para el Destino sería más fácil que para mi curarla, pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos transformar su miseria histérica en un infortunio corriente.”[6]

En un certero artículo Rafael Poch de Feliu hace mención al comentario de un periodista de prestigio en el que éste atribuye la caída de la URSS al crucial papel que Margaret Thatcher tuvo en la misma, a la figura del papa Juan Pablo II, a Ronald Reagan y su “guerra de las galaxias” o a los nacionalismos como factores decisivos[7], ignorando de este modo la primacía de factores internos a la propia URSS y su proceso de implosión gestado desde décadas. Del mismo modo podemos pensar que quien más daño ha hecho al psicoanálisis, que parece en retroceso práctico-clínico, ya que en el académico en nuestro país nunca tuvo un lugar significativo, no son agentes externos, a saber, las terapias cognitivo-conductuales ni las farmacéuticas, sino los propios sujetos, una gran mayoría de ellos, entre los que me incluyo, que se consideran psicoanalistas y que ejercen y han ejercido la profesión; de forma paralela quien más daño ha hecho al marxismo son los propios dirigentes que en su nombre y en el de sus organizaciones y partidos se han encargado de mutilar el proyecto marxista y socialista fortaleciendo en consecuencia al sistema de explotación capitalista imperante.


[1] Karl Marx, «Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política» Siglo XXI, México, 1980.

[2] Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Alianza, Madrid, 2003, p, 7.

[3] Karl Marx, «Tesis sobre Feuerbach», Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1980.

[4] Wilheim Reich, Psicología de masas del fascismo, Editorial Ayuso, Madrid, 1972.

[5] Armando Suárez, «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 162.

[6] Sigmund Freud, «Estudios sobre la histeria», Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996.

[7] Rafael Poch de Feliu, «La disolución de la URSS», en: https://rafaelpoch.com/2017/12/06/la-disolucion-de-la-urss/




Psicoanálisis y Marxismo

El difícil y necesario encuentro entre dos pensamientos científicos, conjeturales y revolucionarios.

El «freudomarxismo» es un movimiento ideológico y crítico protagonizado por un grupo no organizado de psicoanalistas de la llamada segunda generación que desplegó su actividad en el ámbito cultural y político austro-alemán entre 1926 y 1933. Su proyecto histórico común fue la integración de la teoría y de la práctica psicoanalítica al materialismo histórico y a las luchas y reivindicaciones del movimiento obrero.



Los protagonistas del movimiento inicialmente fueron:

Sigfried Bernfeld (1892-1953).

Wilhelm Reich (1897-1957)

Otto Fenichel (1898-1946)

Erich Fromm (1900-1980)

A ellos se unirían en diversos momentos y con distintos grados de afinidad y compromiso otros psicoanalistas: Paul Federn, Annie Reich, Richard Sterba y Georg Simmel, entre otros. [1]

Podemos decir que las ciencias sociales académicas se han vuelto paulatinamente ahistóricas: en filosofía no se estudia a Hegel; en psicología se ignora a Freud; en ciencias de la economía se hace lo mismo con Marx.

Quienes promueven y apoyan esta postura académica la consideran señal de «progreso» y «vitalidad intelectual», ya que de este modo se da lugar a «nuevas propuestas» teóricas. Aquí consideramos dichas propuestas como pre-hegelianas, pre-freudianas y pre-marxistas.

Los enunciados que sustituyen u ocultan a estos pensadores por considerarlos «superados» con las nuevas consignas de pensamiento bajo la aparente intención de subvertir el orden imperante en realidad lo consolidan reformándolo, maquillándolo.  

Los rasgos comunes a ambos movimientos serían:

a) De propósitos: el psicoanálisis y el materialismo histórico son teorías críticas desmitificadoras de las ilusiones de los sujetos en el caso de Freud, de las ideologías, en el de Marx y emancipadoras en ambas: del neurótico reprimido y del proletario explotado y oprimido.

b) De medios: toma de conciencia de los mecanismos psíquicos opresores que obligan a lo reprimido a retornar como síntomas, autoengaño, sufrimiento; toma de conciencia de las relaciones de producción opresoras que mantienen a la clase trabajadora en la explotación, el sometimiento y la miseria, recuperando el sujeto el dominio sobre lo que lo enajena.

c) De método:

Materialista. El motor último de la historia individual serían las pulsiones (Freud) y de la historia social, la producción de los medios de satisfacción de las necesidades humanas (Marx).

Dialéctico. Lucha de contrarios, pulsiones y defensas psíquicas (Freud); lucha de clases: explotadores y explotados (Marx).

Histórico. Destinos de las pulsiones determinados por las diversas frustraciones que jalonan la historia infantil hasta culminar en el drama edípico (Freud); destinos de la humanidad por la sucesión de los diversos modos de dominación y explotación (Marx).

d) De Modelos.

Tópico. Inconsciente-Preconsciente-Consciente y Ello, Yo y Superyó (Freud); y por la infraestructura económica-superestructura ideológica-política (Marx).

 Dinámico. Pulsiones antagónicas: Pulsión de Vida y Pulsión de Muerte (Freud); lucha de clases (Marx).

 Económico. El psicoanálisis plantea la hipótesis según la cual los procesos psíquicos consisten en la circulación y distribución de una energía cuantificable —energía pulsional—; aquí nos remitiremos a la carta que Engels envió a Bloch para referirnos al valor de lo económico para el materialismo histórico:

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado [2].

Freud no llegó a tener un conocimiento verdadero del materialismo histórico, aunque si hizo algunas reflexiones sobre la revolución bolchevique y su valorado intento de establecer un sistema igualitario en la Rusia dominada hasta entonces por el régimen feudal zarista, pero consideró estéril dicha empresa revolucionaria ya que, afirmaba, la esencia de la agresividad humana no residía en la propiedad privada y que con sólo abolir a ésta no sería suficiente para los sujetos convivan en paz y armonía, sino que habría otros factores que dominan la esencia del alma humana e impiden alcanzar dicha armonía tal como señala en una carta dirigida a Albert Einstein:

Los bolcheviques esperan que podrán eliminar la agresión humana asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad. Yo creo que eso es una ilusión [3].

Hipótesis que desarrolla en otro texto:

Los comunistas creen haber descubierto el camino hacia la redención del mal. Según ellos, el hombre sería bueno de todo corazón, abrigaría las mejores intenciones para con el prójimo, pero la institución de la propiedad privada habría corrompido su naturaleza. La posesión privada de bienes concede a unos el poderío, y con ello la tentación de abusar de los otros; los excluidos de la propiedad deben sublevarse hostilmente contra sus opresores. Si se aboliera la propiedad privada, si se hicieran comunes todos los bienes, dejando que todos participaran de su provecho, desaparecería la malquerencia y la hostilidad entre los seres humanos. Dado que todas las necesidades quedarían satisfechas, nadie tendría motivo de ver en el prójimo a un enemigo; todos se plegarían de buen grado a la necesidad del trabajo.(…) Es verdad que al abolir la propiedad privada se sustrae a la agresividad humana uno de sus instrumentos, sin duda uno muy fuerte, pero de ningún modo el más fuerte de todos. Sin embargo, nada se habrá modificado con ello en las diferencias de poderío y de influencia que la agresividad aprovecha para sus propósitos; tampoco se habrá cambiado la esencia de ésta. El instinto agresivo no es una consecuencia de la propiedad, sino que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la propiedad aún era bien poca cosa. (…) En cierta ocasión me ocupé en el fenómeno de que las comunidades vecinas, y aun emparentadas, son precisamente las que más se combaten y desdeñan entre sí, como, por ejemplo, españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc. Denominé a este fenómeno narcisismo de las pequeñas diferencias, aunque tal término escasamente contribuye a explicarlo [4].

El proyecto histórico «freudomarxista» impulsado principalmente por Wilheim Reich y Otto Fenichel fue abortado por el surgimiento del nacionalsocialismo alemán. La adscripción de Reich al Partido Comunista no ayudaba tampoco en su intención de acercar el movimiento psicoanalítico al marxismo, ya que la comunidad psicoanalítica intentaba eludir el ataque del fascismo que destruyó la editorial así como la propia sociedad psicoanalítica vienesa. A causa de ello la mayoría de los analistas tuvieron que exiliarse y el psicoanálisis freudiano fue proscrito, no así la corriente fundada por Jung ni la de Adler. Tras la segunda guerra mundial EE.UU. se convirtió en el epicentro del movimiento psicoanalítico, eso si, un psicoanálisis con un enfoque radicalmente diferente al freudiano, a saber, poniendo el acento en la normalización y la adaptación del sujeto, desarrollando una psicología centrada en el «yo», y mientras en los países de la órbita soviética era oficialmente rechazado el psicoanálisis por ser una  «ciencia que exaltaba los valores de la burguesía», el psicoanálisis devino en tierras estadounidenses en una simple sirvienta de la psiquiatría, tal como predijo Freud:

¿Qué vientos infortunados lo han impulsado a usted, justamente a usted, hacia las costas de Norteamérica? Bien podía haber previsto con cuánta amabilidad los analistas profanos son recibidos allí por esos colegas nuestros para quienes el psicoanálisis no es sino una sierva de la psiquiatría [5].

La operación de desvirtuación del psicoanálisis operada por los «psicólogos del yo» (Hartmann, Kris, Loewenstein, Rappaport) produjo un efecto de devaluación de la teoría freudiana, reduciéndola a una simple suma de técnicas adaptativas y de fortalecimiento del yo del sujeto, propio de la ideología predominante en EEUU. y en las psicologías y psiquiatrías del resto de occidente. Mientras el fascismo en Europa (Alemania, Austria, España, Italia) provocó el exilio de gran parte de la comunidad psicoanalítica con un efecto devastador para esta disciplina, como aún podemos observar en España, a pesar de la llegada en los años 80 de discípulos sudamericanos de aquellos pioneros que tuvieron que exiliarse en la Argentina, México, Venezuela… Este segundo exilio de la comunidad psicoanalítica hizo el camino inverso, esta vez a consecuencia de la persecución que las diferentes dictaduras fascistas en Sudamérica llevaron a cabo contra el grupo de psicoanalistas críticos y comprometidos, no así a aquellos grupos que se acomodaron, como suele ocurrir, a los nuevos tiempos regidos por los militares fascistas.

Años antes, Lacan aportó un modelo teórico, a nuestro modo de ver, brillante para dar cuenta de las estructuras psicóticas y perversas ampliando el valor epistemológico del psicoanálisis freudiano pero también, posteriormente, realizó un ejercicio especulativo de sistematización de las «lógicas del inconsciente», con modelos pretendidamente matemáticos y topológicos que irritarían a cualquier iniciado en las ciencias exactas, en el marco de un proyecto de formulación algebraica de una teoría del inconsciente inundada de terminología críptica que a pesar de pretender ofrecerse por un sector de sus discípulos como un nuevo marco conceptual en los años noventa situándose a la izquierda de Lacan, creemos que no ha aportado demasiado para aclarar el camino a un diálogo con el materialismo histórico y con los discursos emancipatorios, todo lo contrario, lo ha oscurecido aún más si cabe, desde una posición explícitamente declarada «postmarxista» por sus propios impulsores.


[1] Armando Suárez. «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 142.

[2] Friedrich Engels. Carta a J. BLOCH, Londres, 21 de setiembre de 1890 en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm

[3] Sigmund Freud. «El porqué de la guerra», Carta a Albert Einstein, septiembre de 1932, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3207.

[4] Ídem. «El malestar en la cultura», Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3047.

[5] Ídem. «Tres cartas a Theodor Reik», Carta del 3 de julio de 1938, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3427.