Derroteros cuestionados del psicoanálisis

Aunque el psicoanálisis —que es el sostén teórico y clínico del A.T. en la concepción de mi práctica— no es una filosofía ni lo pretende ser: sí tiene con ésta un diálogo e incluso confrontaciones mucho más fructíferas que las que pudo haber tenido con las diferentes corrientes de la psicología, la psiquiatría y psicoterapias derivadas de éstas. El psicoanálisis, que tampoco es una psicología ni una psicoterapia, piensa y trabaja el malestar del ser humano como sujeto, no como individuo.



Esto queda claramente establecido con los aportes de Jacques Lacan a la ciencia conjetural fundada por Sigmund Freud, quien planteó, en diferentes momentos de su obra, un desencuentro entre la filosofía y el psicoanálisis, afirmando paradójicamente en algún escrito que sus verdaderos intereses eran de naturaleza filosófica. nota [1. Sigmund Freud, «Los orígenes del psicoanálisis», en Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva: Madrid . Tomo III. pp. 3433 – 3656] Por su postura científica Freud fue reacio a lo especulativo y tuvo una desconfianza aparente hacia la filosofía. En ese sentido aquella filosofía que defiende el imperio de la conciencia, las facultades y la razón como regidores de la vida del hombre, estaría distante del psicoanálisis.

Desde sus primeros estudios sobre el funcionamiento del aparato psíquico, que fue desarrollando a través de la minuciosa observación y escucha del relato de pacientes, principalmente mujeres, que presentaban un amplio espectros de malestares anímicos, Freud se interesó por el pensamiento de aquellos filósofos, así como de los grandes literatos, que se ocuparon de la existencia del hombre, de sus condiciones y avatares. No tenemos más que recorrer las referencias citadas en su obra para ver qué autores y pensadores han sido de su interés y de una constante investigación: Goethe, Sófocles, Platón, Heine, Schiller, Empédocles, Shakespeare, Nietzsche, Schopenhauer…

Psicoanálisis en la Universidad

Freud —que sólo impartió algunas conferencias en la universidad y que puso en cuestión la enseñanza del psicoanálisis en las facultades— consideró tanto a Nietzsche como a Schopenhauer pensadores que anticiparon su posterior descubrimiento científico y objeto de su disciplina: el inconsciente. A Schopenhauer, que fue muy crítico con la filosofía académica, Freud lo leyó detenidamente, manifestando las similitudes que en la concepción de la vida anímica tenía su pensamiento con el del filósofo alemán. Stefan Zweig, Thomas Mann, Ricoeur, Derrida, Deleuze, Foucault, destacaron en diferentes escritos la afinidad entre Freud y los grandes pensadores contemporáneos Nietzsche, Marx, Schopenhauer. Althusser, en un sugerente texto, nota [2. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op.cit., 1996], señala que el fundador del psicoanálisis fue un hijo natural e ilegítimo de la razón occidental, no deseado por ésta por haber puesto en cuestión la moral y las buenas costumbres burguesas.

Por su parte, Jacques Lacan, otro pilar fundamental de la teoría psicoanalítica junto con Melanie Klein y Donald Winnicott, trabajó incesantemente el pensamiento de Spinoza desde su juventud universitaria. En sus seminarios contaba con la participación de pensadores de la talla de Foucault, Hyppolite, Merleau-Ponty, Bataille, entre otros. También Lacan fue crítico con la filosofía académica, aunque nunca dejó de establecer un intenso diálogo con los principales pensadores de su época que asistían a sus seminarios, llegando a formular que:

Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana. nota [3. Jacques Lacan, «El fenómeno psicótico y su mecanismo» en El Seminario, libro 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 120.]

La práctica clínica actual en «salud mental», ya sea en el ámbito privado o en el público, no contempla al paciente que demanda atención como un sujeto que tiene deseos, sexualidad, angustia, como un sujeto que fue construyéndose a través de identificaciones y alienaciones, atrapado en una sociedad que prioriza la imagen y el fetichismo de la mercancía. Este modo de atención predominante no considera la palabra del paciente y ni siquiera da la posibilidad que éste se interrogue sobre su propia posición ante el malestar que manifiesta a través de diversos síntomas. La psiquiatría y la psicología oficial taponan al paciente con fármacos, test y técnicas de modificación de la «conducta», y en ocasiones con electroterapias, intentando «normalizar» el dolor, estandarizando los tratamientos, afianzando el síntoma en lugar de escucharlo, generando una posición «pasiva» del paciente, en la que éste queda a la espera de que un psicofármaco resuelva su malestar. Además, demasiado a menudo estas prácticas pasan por alto que el malestar del sujeto —que ellas tienden a relegar a una dimensión privada, individual— está estrechamente imbricado con el entorno social, a pequeña y gran escala y, en última instancia, con el «malestar en la cultura».

Los últimos trabajos de Freud abordan, de manera más explícita que las obras anteriores, el malestar contemporáneo en la cultura, apuntando siempre a las cuestiones clásicas de la filosofía para explorar el para qué y el cómo los sujetos «enferman», y llegando a abarcar una dimensión verdaderamente cultural y social:

(…) Mi interés luego en un largo détour en la Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia, volvió a los problemas culturales que tanto me habían fascinado largo tiempo atrás, cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar. En el seno de mi labor analítica (1912) ya había intentado en Tótem y tabú emplear los nuevos hallazgos descubiertos por el análisis a objeto de investigar los orígenes de la religión y de la moral. Llevé recientemente esa investigación un paso adelante en dos últimos trabajos: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930) (…) Estos estudios aunque originados en el psicoanálisis y que se alejan mucho de él, tal vez han despertado más simpatía del público que el propio psicoanálisis. (…) Fue en 1929 cuando con palabras no menos fértiles que amistosas, Thomas Mann, uno de los bien conocidos escritores alemanes, encontró un lugar para mí en la historia del pensamiento moderno. Algo más tarde a mi hija Anna, actuando como mi apoderada, se le dio una recepción en la Rathaus de Francfort del Meno, con ocasión de haberme otorgado el premio Goethe para 1930. Ese fue el cenit de mi vida ciudadana. nota [4. Sigmund Freud, Autobiografía, O. C., p. 2799.]

Sin un trabajo de estudio e investigación sobre las producciones de los grandes pensadores de nuestra cultura sería impensable aproximarse a «entender» y «atender» a un sujeto que sufre y demanda atención. Recordemos nuevamente la sentencia de Lacan refiriéndose al trabajo del psicoanalista:

«Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.» nota [5. Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», Escritos, op. cit., p. 309.]

La tarea es sencillamente imposible, pero no por ello deja de ser imperativa para el ejercicio de este oficio. nota [6. «Pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones “imposibles” en que se puede dar anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar»: Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, O.C., p. 3361.]

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La historia de cada sujeto se fragua lenta o bruscamente por el fuego de decepciones, renuncias, ilusiones, deseos, esperanzas. Pero hasta el último momento de la existencia puede dársele algún sentido a tanto dolor, sufrimiento y algunas alegrías.

En 1929, en un escrito titulado «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Thomas Mann afirmaba sin ambages: «El psicoanálisis, no cabe la menor duda, forma parte del movimiento científico de nuestros días». nota [7. Thomas Mann, «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Alianza, Madrid, 2000, pp. 163-164.] Y agregaba más adelante:

Esta doctrina es revolucionaria. Es revolucionaria no sólo en el sentido científico y en relación con métodos anteriores de conocimiento, sino también en el sentido más auténtico, más imposible de malentender y de tergiversar: es revolucionaria en el sentido de la definición que el romanticismo alemán dio a la palabra «revolución». Resulta conmovedor el hecho de que Freud haya recorrido el duro camino de sus conocimientos en total soledad (…) nota [8. Ibídem.]

En ese sentido Freud fue y es, sin duda, un hombre temido. Temido por su obra, por sus postulados subversivos. Alejó su metapsicología de la psicología y tomó prudente distancia de la filosofía, aun reconociendo que ésta también busca respuesta a los interrogantes por el ser; pero tomó otra vía, la de la investigación sistemática de los procesos psíquicos inconscientes, fundando una ciencia conjetural que desenmascaró la promesa de una felicidad real y reveló lo inútil de pretender conquistarla. «Amor es lo que nos mantiene juntos», decía Novalis; el Eros empuja a la integración, a la unión, el Thánatos, a la destrucción, a la agresividad: Freud nos recordó que ambos cohabitan en las entrañas de nuestra alma.

«El hombre es un ser que no entiende nada del niño, nada de la mujer», nota [9. Henri Michaux, Un bárbaro en Asia, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 127.] sentenciaba Michaux. Freud fue el primero que comenzó a dilucidar los enigmas de la infancia, escuchó atentamente el relato de mujeres, siendo una de ellas la que le brindó la llave de su posterior descubrimiento, se enfrentó por primera vez al ser humano padeciente, herido, como a un sujeto, hablante y deseante, escuchó su voz e investigó su lenguaje. Intelectualmente huérfano y en la casi absoluta soledad, Freud fundó una ciencia conjetural nueva con un objeto propio ―el inconsciente―, cuya problemática central podemos resumir, en palabras de Althusser, como «la “hominización” forzada del pequeño animal humano en hombre o mujer» nota [10. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op. cit., p. 39.] : «Uno de los “efectos” del devenir-humano del pequeño ser biológico originado en el parto humano». nota [11. Ibídem, p. 36.]

A pesar de tantas distorsiones y confusiones, el objeto del psicoanálisis y de los dispositivos como el A.T., que a partir de él se han desarrollado, no es «la locura», «la sin-razón», el malestar, la «anormalidad»…, sino que es, ni más ni menos, lo que hace del sujeto un sujeto.

Quisiera clausurar estas líneas recordando los momentos finales de la vida de Sigmund Freud. Ya en un estadio avanzado de su enfermedad, Freud pidió a su médico personal que le evitara pasar por un tormento innecesario, a lo que el médico accedió, después del consentimiento de Anna, su hija:

El Dr. Schur le inyectó tres dosis de morfina de tres centigramos cada una, que acabaron por sumir a Freud, en la madrugada del 23 de septiembre de 1939, en un profundo sueño, inanalizable ya. nota [12. Carlos Gómez Sánchez, Freud y su obra, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 351.]





Wilhelm Reich (I): la psicología de masas del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años ´30 y el ascenso del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años treinta en Europa podía presagiar una revuelta social protagonizada por las organizaciones obreras y sindicales y por los partidos de izquierda. Pero por el contrario con el apoyo popular se produjo un ascenso de la extrema derecha, inspirada en el fascismo italiano, ascenso que se reflejó en los resultados electorales de julio y noviembre de 1932, donde el NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, se consolida como primera fuerza, «un partido sin historia, que surge repentinamente en la vida política de Alemania», y que desembocará en el nombramiento de Hitler como canciller imperial el 30 de enero de 1933.

Estos resultados electorales le permiten a Wilhelm Reich comprobar cómo la situación social y económica de las masas no se reflejan necesariamente en la conciencia social de los trabajadores y se dedica, en «Psicología de masas del fascismo» publicado en agosto de 1933, a investigar las raíces de esta contradicción.

La matanza de Schattendorg

En una pequeña ciudad al sureste de Viena se celebra el 30 de enero de 1927 por la tarde una asamblea de militantes socialdemócratas. Antes de su comienzo un grupo paramilitar de extrema derecha dispara sobre los asistentes, matando a varios, entre ellos dos niños. Los asesinos huyen sin mayor dificultad del lugar. El ayuntamiento de la ciudad, de mayoría socialdemócrata, solicita al gobierno central encabezado por el derechista partido socialcristiano capturar y condenar a los autores de la matanza, así como la disolución de las organizaciones reaccionarias austríacas en activo, entre ellas la Heimwehr [2]. Una vez detenidos son juzgados y el 14 de julio del mismo año los magistrados asignados deciden absolverlos. . Al día siguiente del fallo judicial el partido socialdemócrata y la federación sindical convocan una breve huelga general de quince minutos pero ninguna manifestación de protesta. Pese a ello los trabajadores se concentran en las calles de la Viena Roja prendiendo fuego al Palacio de Justicia. La policía dispara sobre los manifestantes matando a un centenar de ellos. Wilhelm Reich presencia las cargas policiales en el barrio del Schottenring donde en ese momento estaba pasando consulta:

A las 10 de la mañana del 15 de julio de 1927, un médico vino a mi consulta para cumplir con su cita habitual de análisis. Me dijo que había estallado una huelga del Sindicato de Trabajadores de Viena. Varias personas ya habían sido asesinadas por la policía y los trabajadores ya habían ocupado el área interior de la ciudad. En este momento, interrumpí la sesión y caminé hacia Schottenring, muy cerca de mi casa [3].

La guardia paramilitar del Partido Socialista, la Schutzbund [4], se encarga de desconvocar a sus propios militantes en lugar de evitar la masacre. La orden de desmovilización le parece a Reich inexplicable, ya que aún en el caso de querer evitar un choque abierto con la policía los dirigentes socialistas estaban al menos obligados a proteger a los obreros, pero por el contrario ordenaron a sus tropas de seguridad acuartelarse, mientras la policía reprimía a los manifestantes[5]. Actuaciones como la de la Schutzbund, comentará posteriormente Reich, desembocará el 14 de febrero de 1934 en el derrumbamiento de la socialdemocracia austríaca promovido por estos mismos grupos reaccionarios que en 1927 habían llevado a cabo impunemente su primera actuación criminal en la pequeña ciudad austríaca de Schattendorf. Los sucesos suponen un punto de inflexión en el pensamiento de Reich y en su obra posterior, sorprendido también por la reacción de la masa: «Me maravilló la mansedumbre de la población. La multitud era tan fuerte que habría podido literalmente despedazar a los pocos policías. ¿Por qué la multitud miraba sin hacer nada, absolutamente nada, para parar la matanza? Me parecía incomprensible?» [6].

Decepcionado con los socialdemócratas adhiere al partido comunista austríaco donde una de sus primeras acciones como militante es crear, vinculada al área de cultura del partido, la Sociedad Socialista de Información e Investigación Social, así como poner en marcha las primeras clínicas de higiene sexual destinadas a la atención psicológica y social de trabajadores para la resolución y prevención de conflictos emocionales cotidianos. Esta actividad social abarcaba asesoramiento sobre métodos anticonceptivos, embarazos no deseados, consultas ginecológicas, talleres de lectura, conferencias y debates grupales. Los servicios eran gratuitos y estaban sostenidos por la iniciativa privada de los propios profesionales y por el personal voluntario, entre ellos médicos, sanitarios y estudiantes en formación. Las clínicas brindaban un trabajo de atención amplio que tuvo una gran acogida por parte de la comunidad, pero sujeto a las limitaciones materiales producto de las malas condiciones sociales que padecía la población, condiciones que como bien afirmó Reich están el origen de los malestares psíquicos y anímicos.

Peer Gynt en la «Viena Roja» [7]

 Wilhelm Reich nace el 24 de marzo de 1897 en Galitzia, en el oriente del imperio austro-húngaro. A los 23 años obtiene la licenciatura de medicina y la especialidad en neuropsiquiatría en la Universidad de Viena e ingresa en el Instituto Psicoanalítico de la ciudad. Al entrar en contacto con la obra de Sigmund Freud comenzará a interesarse por la función de la sexualidad humana más allá de la función de reproducción, profundizando en la investigación de las diferencias que la teoría psicoanalítica plantea entre «sexualidad» y «genitalidad» así como en el estudio de los cimientos epistemológicos construidos con conceptos —hoy día muy citados pero desconocidos en su pleno valor científico— tales como identificación, repetición, narcisismo, inconsciente y otros dos que son centrales en el libro que aquí presentamos: libido y represión.

Al año siguiente de su admisión en el Instituto expone su primera ponencia titulada «Conflictos de la libido y formaciones delirantes en Peer Gynt de Ibsen». A raíz de los acontecimientos de Schattendorg suma a sus investigaciones las obras de Karl Marx y de Friedrich Engels, articulando conceptos marxistas, que le permitan profundizar en el análisis del origen social de las problemáticas psíquicas, con conceptos psicoanalíticos que den cuenta del papel que ocupa la represión social y la economía sexual, resaltando que si la sociedad no ofrece las condiciones mínimas materiales de existencia la terapia y la educación serían tarea de Sísifo: ¿de qué modo podrá un terapeuta ayudar a los sujetos a liberarse de sus síntomas e inhibiciones psíquicas cuando la sociedad no ofrece las condiciones sociales básicas?

Observando las limitaciones y el desinterés del Estado en la atención de las problemáticas anímicas de la población Freud manifestó la necesidad de abrir centros de atención gratuitos para aquellas personas sin recursos para costearse un tratamiento:

(…) alguna vez habrá de despertar la conciencia de la sociedad y advertir a ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis (…) Se crearán entonces instituciones médicas en las que habrá analistas encargados de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los hombres que, abandonados a sí mismos, se entregarían a la bebida, a las mujeres próximas a derrumbarse bajo el peso de las privaciones y a los niños, cuyo único porvenir es la delincuencia o la neurosis. El tratamiento sería, naturalmente, gratis. Pasará quizá mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligación suya [8].

Freud fue redefiniendo su concepción de los trastornos psíquicos, dejándolos de considerar que fueran un problema exclusivo de los pacientes para analizarlos como un problema social más amplio, siendo por tanto la responsabilidad de la atención de las problemáticas mentales una cuestión que implica a toda la comunidad civil. A partir de este discurso que Freud pronuncia en el Congreso celebrado en Budapest en septiembre de 1918, miembros del Instituto Psicoanalítico de Viena fundan en 1922 la Policlínica Psicoanalítica, primera clínica gratuita del Instituto en la llamada Viena Roja conocida como Ambulatorium  [9] y destinada a la atención de trabajadores, estudiantes y personas sin recursos.

Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la «Viena Roja».

En 1924 Reich, avalado por Freud, pasa a ser coordinador del «Seminario de terapia psicoanalítica» del Instituto y dos años más tarde codirector del Ambulatorium. La actividad de investigación teórica y militante articulando postulados psicoanalíticos y marxistas sumados a la publicación del libro «La función del orgasmo» [10] le genera a Reich resistencias a su trabajo tanto desde el campo psicoanalítico vienés como del entorno ortodoxo y burócrata del partido comunista. En 1928 la Federación Universitaria de Viena le invita a dar una serie de conferencias; una de ellas la titula «El sufrimiento sexual de las masas» con una gran acogida por parte de los asistentes y la segunda, «La relación del psicoanálisis y la sociología de Marx», puso en alerta al aparato del partido que envía un psiquiatra desde Moscú para presenciar la ponencia con el objeto de valorar los insistentes intentos de Reich de articular el psicoanálisis con el marxismo. El psiquiatra soviético consideró que el psicoanálisis no tiene cabida alguna en la lucha revolucionaria por ser una «ciencia burguesa». Esta sentencia supuso un terrible golpe al trabajo científico y militante de Reich que sostenía que no hay posibilidad efectiva de práctica clínica sin práctica política. Sus trabajos sobre higiene y economía sexual fueron considerados prescindibles ignorando que las propuestas de Reich atacaban directamente a los cimientos de la moral burguesa que el partido supuestamente pretendía combatir.

Viaje a la URSS

En septiembre de 1929, atraído por la experiencia revolucionaria soviética, viaja a la Unión Soviética para comprobar la valoración que allí se tenía del psicoanálisis más allá del juicio emitido por el funcionario ruso que presenció su conferencia. Durante su estancia en Moscú entra en contacto con Vera Schmidt, educadora infantil de orientación psicoanalítica[11], pudiendo comprobar las transformaciones sociales conseguidas por la revolución de octubre, tales como las leyes sobre el matrimonio civil, el divorcio, la interrupción del embarazo, la legislación del aborto, la eliminación de la ley zarista que condenaba la homosexualidad, la educación sexual, entre otras, pero pese a esos avances «en la existencia sexual objetiva se sentía la ausencia de una teoría sexual adecuada (…) era innegable que en la Unión Soviética no se había captado el carácter revolucionario de la teoría sexual psicoanalítica, se la rechazaba a causa de su aburguesamiento y esto tornaba aun más difícil su reconocimiento»[12]. En un periódico moscovita publica el ensayo «Materialismo dialéctico y psicoanálisis», obra clave en el pensamiento de Reich y una sólida apuesta intelectual por el encuentro entre marxismo y psicoanálisis, que paradójicamente terminará desencadenando su expulsión tanto del partido comunista como de las asociaciones psicoanalíticas.

Reich desarrolló su movimiento de política sexual desde la lucha contra el capitalismo y el fascismo; manteniendo una permanente crítica a la actuación de las organizaciones «progresistas» que desnaturalizaban los enunciados y proclamas que supuestamente ellas mismas defendían, intentó construir una teoría materialista, dialéctica e histórica que permitiera comprender y transformar la realidad social e individual basada en el estudio y análisis de la economía política y libidinal, mediante el análisis crítico de las instituciones burguesas: la escuela y la familia coercitivas, el ejército, la iglesia, los partidos políticos y los efectos de todas ellas en la psicología de las masas.

A su regreso a Viena, decepcionado con las posturas políticas del partido comunista austríaco sumada a la hostilidad que le manifiestan los psicoanalistas vieneses decide trasladarse a Berlín, donde espera encontrar un clima intelectual y libertario más propicio para su trabajo y poder así profundizar su investigación no solo en las particularidades caracterológicas de los pacientes sino fundamentalmente en cómo las condiciones sociales y culturales participan directamente en la génesis de las problemáticas psíquicas.


[1] Henrik Ibsen, Peer Gynt, Editorial Losada, Buenos Aires, 2007.

[2] Grupo paramilitar nacionalista que operó en Austria entre 1918 y 1936 inspirado en los regímenes de Italia y Hungría, que pretendía acabar con el sistema republicano parlamentario, objetivo que junto a otros grupos similares finalmente consiguieron. Véase Elisabeth Ann Danto, Psicoanálisis y justicia social (1918-1938), traducción de Rosalba Zaidel, Editorial Gredos, Madrid, 2013, p. 252.

[3] Wilhelm Reich, People in Trouble (The Emotional Plague of Mankind, Vol. II), Farrar, Straus and Giroux, New York, 1976, p. 23.[trad. de los eds.].

[4] Republikanischer Schutzbund (Liga de Defensa Republicana), formación paramilitar controlada por el Partido Socialdemócrata de Austria, creada tras la Primera Guerra Mundial, que en ese momento contaba con cincuenta mil efectivos bien armados y entrenados.

[5] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 23-24.

[6] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 25-26. Véase Luigi De Marchi, Wilhelm Reich, biografía de una idea, traducción de Secundi Sañé, Ediciones Península, Barcelona, 1974, p. 60.

[7] Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la  «Viena Roja».

[8] Sigmund Freud, «Los caminos de la terapia psicoanalítica», traducción de Luis López-Ballesteros, Obras Completas, tomo VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, pp. 2461-2462.

[9] Elizabeth Ann Danto, op. cit. p. 17.

[10] Wilhelm Reich, La función del orgasmo, traducido por Felipe Suárez, Paidós, Barcelona, 1981.

[11] Pueden consultarse los cuadernos editados por Anagrama, dirigidos por Ramón García con textos de Wilhelm Reich y Vera Schmidt, Psicoanálisis y educación 1 y 2, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973.

[12] Wilhelm Reich, La irrupción de la moral sexual, Editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1973, p. 18.




«Freudomarxismo»: ¿un proyecto epistemológico imposible?

El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia[1].

En la introducción a Psicología de las masas y análisis del yo, Freud resalta que no hay oposición entre psicología «individual» y psicología «social», es decir, no puede estudiarse y analizarse el comportamiento de un sujeto aislado sin contemplar las relaciones sociales en la que está inmerso.

Sabemos que los modelos psicoterapéuticos predominantes se centran en el tratamiento del «individuo» con técnicas de modificación o reforzamiento de conductas, o en el caso de las prácticas psiquiátricas éstas se limitan a prescribir fármacos a los pacientes con el objeto supuesto de reducir o eliminar síntomas «mentales» como si fuesen éstos una exclusiva producción propia y aislada de los mismos o incluso de origen neurogenético.

Freud vino a descubrir que el sujeto está alienado a una instancia psíquica sobredeterminada por el entorno —que llamó superyó—, el lenguaje, las relaciones familiares y por la sociedad, instancia que lo constriñe en sus legítimos deseos, siendo labor del análisis, entre otras, posibilitar al «padeciente» vislumbrar o articular un discurso sobre dicha alienación socialmente construida pero que internamente, es decir, psíquicamente él mismo ejecuta y sostiene, para desprenderse en cierto grado de ella.

El párrafo anteriormente citado es el siguiente:

La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a un más detenido examen. La psicología individual se concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus pulsiones, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales, le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado[2].

Por su parte, en las Tesis sobre Feuerbach, en concreto en la sexta, Marx resalta que la esencia humana no es una abstracción inseparable de los individuos sino es en realidad la suma de las relaciones sociales:

Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado:

1) A hacer abstracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el sentimiento religioso y presuponiendo un individuo humano abstracto, aislado.

2) En él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos[3].

Para Marx las clases sociales son definidas en función de la propiedad de los medios de producción, que dependerá del modo de producción de cada época y sociedad. Las clases sociales estarán enfrentadas explícita o implícitamente, y dependiendo de la conciencia que tenga de ello, la clase sometida podrá enfrentarse a la opresora para poner fin a la explotación y servidumbre que padece. Para ello es necesario un asentimiento subjetivo de la posición de opresión en la que se encuentra, sin ello cualquier posibilidad de emancipación será imposible, ya que la clase opresora nunca abandonará su posición de privilegio sin más. Aquí podemos vislumbrar un primera articulación probable entre psicoanálisis y marxismo: es decir, por un lado, la liberación de los síntomas psíquicos que producen sufrimiento compete a la labor psicoanalítica y por otro, la liberación de la clase oprimida, a la labor política emancipatoria tal como propone el marxismo.

La práctica psicoanalítica permite descubrir la acción patógena y alienante de la familia patriarcal y de la sociedad, que a su vez ofrece un sistema social donde las condiciones de vida (salud, educación, vivienda, trabajo) requieren ser transformadas radicalmente. Wilheim Reich[4] en un formidable texto, señala la paradoja que representa que los sujetos a pesar de la situación de explotación en la que se encuentran no lleguen a desarrollar una conciencia de la misma y tratar de poner fin a dicha situación, sino por el contrario, se comportan sumisamente renunciando a sus propios intereses. Desde un punto de vista racional podría esperarse que las masas trabajadoras empobrecidas desarrollaran una conciencia aguda de su situación social y trataran de poner fin a la misma, pero esto en escasas ocasiones históricas sucede:

(…) la divergencia entre la situación social de las masas trabajadoras y la conciencia que ellas tienen de esta situación conduce, no a un mejoramiento, sino a una deteriorización de su condición social. Fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la instalación en el poder del fascismo, es decir, de la reacción política más despiadada.

Y continúa:

(…) Si el empobrecimiento de las masas no ha conducido a una convulsión en el sentido de la revolución social, si lo que ha surgido de la crisis son, para decirlo objetivamente, ideologías opuestas a la revolución, el desarrollo de la ideología de las masas a lo largo de los años críticos, para emplear la terminología marxista, ha inhibido el «desarrollo de las fuerzas productivas», así corno la «solución revolucionaria de la antinomia entre las fuerzas productivas del capitalismo monopolista y su modo de producción».

Vemos de este modo que las situaciones económicas e ideológicas de las masas no tienen por que coincidir y que incluso puede haber entre ellas una divergencia notable. La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia política; si ello fuera así, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo. ¿Pero para qué los sujetos sacrifican sus intereses y deseos ante la evidencia de sus condiciones materiales de existencia si lo único que tienen por perder son sus propias cadenas?

Marx inaugura una praxis teórica y política que proyecta cambiar el mundo, analizando los factores históricos que marcan su rumbo, para permitir que los sujetos del cambio, es decir, la clase explotada, tomando conciencia de los mecanismos de su explotación y de control político e ideológico, se organicen, desplieguen una estrategia para la toma del poder y cambien las relaciones de producción y dominación vigentes.

Freud por su parte inaugura también una praxis teórica y clínica que proyecta transformar al sujeto, creando en el espacio analítico las condiciones para poder tomar conciencia de su enajenación y posibilitarle enfrentar con mayor lucidez y ánimo una realidad ambigua, que tan pronto se ofrece cómplice de sus pulsiones erráticas que promete satisfacer sin límites, como de sus ideales y ambiciones desorbitados. Pero ¿en qué medida el éxito de una empresa emancipatoria, la de Freud, depende del éxito de la otra, es decir la de Marx?.

El proyecto de un encuentro entre ambas praxis parece ya imposible: los «marxistas» consideran a los psicoanalistas pertenecientes en su mayoría a la pequeña burguesía (lo cual en gran medida es cierto), y que no forman parte de las fuerzas productivas sino de las restauradoras de la fuerza de trabajo, por tanto cómplices de la clase explotadora. El campo del psicoanálisis a su vez está dividido en múltiples grupos, corrientes y desviaciones lejanas del proyecto original freudiano, muchos de ellos aislados en un limbo que los refugia del «malestar de la cultura». El campo del «marxismo» por su parte disperso en partidos y organizaciones predominantemente reformistas y socialdemócratas que apuntalan el sistema que dicen combatir, alejadas también del proyecto nacido con el Manifiesto de 1848.

Si como señala Armando Suárez, el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital, intentan responder ¿cómo, por qué y en qué medida las sociedades cambian?, Freud en El malestar en la Cultura y en Más allá del principio del placer viene a decirnos ¿por qué, cómo y para qué las sociedades (los sujetos) no cambian y se resisten a hacerlo pese al malestar que soportan?[5]

Los límites del psicoanálisis son claros, tal como el propio Freud expresó: liberar al sujeto de su miseria histérica, para que pueda hacer frente en cierta medida a la miseria histórica propia de los miembros de una sociedad injusta, explotadora y enajenante, de la que todos, en distinta proporción somos víctimas y cómplices.

Repetidamente he oído expresar a mis enfermos, cuando les prometía ayuda o alivio por medio de la cura catártica, la objeción siguiente: -Usted mismo me ha dicho que mi padecimiento depende probablemente de mi destino y circunstancias personales. ¿Cómo, no pudiendo usted cambiar nada de ello, va a curarme?- A esta objeción he podido contestar: -No dudo que para el Destino sería más fácil que para mi curarla, pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos transformar su miseria histérica en un infortunio corriente.”[6]

En un certero artículo Rafael Poch de Feliu hace mención al comentario de un periodista de prestigio en el que éste atribuye la caída de la URSS al crucial papel que Margaret Thatcher tuvo en la misma, a la figura del papa Juan Pablo II, a Ronald Reagan y su “guerra de las galaxias” o a los nacionalismos como factores decisivos[7], ignorando de este modo la primacía de factores internos a la propia URSS y su proceso de implosión gestado desde décadas. Del mismo modo podemos pensar que quien más daño ha hecho al psicoanálisis, que parece en retroceso práctico-clínico, ya que en el académico en nuestro país nunca tuvo un lugar significativo, no son agentes externos, a saber, las terapias cognitivo-conductuales ni las farmacéuticas, sino los propios sujetos, una gran mayoría de ellos, entre los que me incluyo, que se consideran psicoanalistas y que ejercen y han ejercido la profesión; de forma paralela quien más daño ha hecho al marxismo son los propios dirigentes que en su nombre y en el de sus organizaciones y partidos se han encargado de mutilar el proyecto marxista y socialista fortaleciendo en consecuencia al sistema de explotación capitalista imperante.


[1] Karl Marx, «Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política» Siglo XXI, México, 1980.

[2] Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Alianza, Madrid, 2003, p, 7.

[3] Karl Marx, «Tesis sobre Feuerbach», Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1980.

[4] Wilheim Reich, Psicología de masas del fascismo, Editorial Ayuso, Madrid, 1972.

[5] Armando Suárez, «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 162.

[6] Sigmund Freud, «Estudios sobre la histeria», Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996.

[7] Rafael Poch de Feliu, «La disolución de la URSS», en: https://rafaelpoch.com/2017/12/06/la-disolucion-de-la-urss/




Psicoanálisis y Marxismo

El difícil y necesario encuentro entre dos pensamientos científicos, conjeturales y revolucionarios.

El «freudomarxismo» es un movimiento ideológico y crítico protagonizado por un grupo no organizado de psicoanalistas de la llamada segunda generación que desplegó su actividad en el ámbito cultural y político austro-alemán entre 1926 y 1933. Su proyecto histórico común fue la integración de la teoría y de la práctica psicoanalítica al materialismo histórico y a las luchas y reivindicaciones del movimiento obrero.



Los protagonistas del movimiento inicialmente fueron:

Sigfried Bernfeld (1892-1953).

Wilhelm Reich (1897-1957)

Otto Fenichel (1898-1946)

Erich Fromm (1900-1980)

A ellos se unirían en diversos momentos y con distintos grados de afinidad y compromiso otros psicoanalistas: Paul Federn, Annie Reich, Richard Sterba y Georg Simmel, entre otros. [1]

Podemos decir que las ciencias sociales académicas se han vuelto paulatinamente ahistóricas: en filosofía no se estudia a Hegel; en psicología se ignora a Freud; en ciencias de la economía se hace lo mismo con Marx.

Quienes promueven y apoyan esta postura académica la consideran señal de «progreso» y «vitalidad intelectual», ya que de este modo se da lugar a «nuevas propuestas» teóricas. Aquí consideramos dichas propuestas como pre-hegelianas, pre-freudianas y pre-marxistas.

Los enunciados que sustituyen u ocultan a estos pensadores por considerarlos «superados» con las nuevas consignas de pensamiento bajo la aparente intención de subvertir el orden imperante en realidad lo consolidan reformándolo, maquillándolo.  

Los rasgos comunes a ambos movimientos serían:

a) De propósitos: el psicoanálisis y el materialismo histórico son teorías críticas desmitificadoras de las ilusiones de los sujetos en el caso de Freud, de las ideologías, en el de Marx y emancipadoras en ambas: del neurótico reprimido y del proletario explotado y oprimido.

b) De medios: toma de conciencia de los mecanismos psíquicos opresores que obligan a lo reprimido a retornar como síntomas, autoengaño, sufrimiento; toma de conciencia de las relaciones de producción opresoras que mantienen a la clase trabajadora en la explotación, el sometimiento y la miseria, recuperando el sujeto el dominio sobre lo que lo enajena.

c) De método:

Materialista. El motor último de la historia individual serían las pulsiones (Freud) y de la historia social, la producción de los medios de satisfacción de las necesidades humanas (Marx).

Dialéctico. Lucha de contrarios, pulsiones y defensas psíquicas (Freud); lucha de clases: explotadores y explotados (Marx).

Histórico. Destinos de las pulsiones determinados por las diversas frustraciones que jalonan la historia infantil hasta culminar en el drama edípico (Freud); destinos de la humanidad por la sucesión de los diversos modos de dominación y explotación (Marx).

d) De Modelos.

Tópico. Inconsciente-Preconsciente-Consciente y Ello, Yo y Superyó (Freud); y por la infraestructura económica-superestructura ideológica-política (Marx).

 Dinámico. Pulsiones antagónicas: Pulsión de Vida y Pulsión de Muerte (Freud); lucha de clases (Marx).

 Económico. El psicoanálisis plantea la hipótesis según la cual los procesos psíquicos consisten en la circulación y distribución de una energía cuantificable —energía pulsional—; aquí nos remitiremos a la carta que Engels envió a Bloch para referirnos al valor de lo económico para el materialismo histórico:

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado [2].

Freud no llegó a tener un conocimiento verdadero del materialismo histórico, aunque si hizo algunas reflexiones sobre la revolución bolchevique y su valorado intento de establecer un sistema igualitario en la Rusia dominada hasta entonces por el régimen feudal zarista, pero consideró estéril dicha empresa revolucionaria ya que, afirmaba, la esencia de la agresividad humana no residía en la propiedad privada y que con sólo abolir a ésta no sería suficiente para los sujetos convivan en paz y armonía, sino que habría otros factores que dominan la esencia del alma humana e impiden alcanzar dicha armonía tal como señala en una carta dirigida a Albert Einstein:

Los bolcheviques esperan que podrán eliminar la agresión humana asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad. Yo creo que eso es una ilusión [3].

Hipótesis que desarrolla en otro texto:

Los comunistas creen haber descubierto el camino hacia la redención del mal. Según ellos, el hombre sería bueno de todo corazón, abrigaría las mejores intenciones para con el prójimo, pero la institución de la propiedad privada habría corrompido su naturaleza. La posesión privada de bienes concede a unos el poderío, y con ello la tentación de abusar de los otros; los excluidos de la propiedad deben sublevarse hostilmente contra sus opresores. Si se aboliera la propiedad privada, si se hicieran comunes todos los bienes, dejando que todos participaran de su provecho, desaparecería la malquerencia y la hostilidad entre los seres humanos. Dado que todas las necesidades quedarían satisfechas, nadie tendría motivo de ver en el prójimo a un enemigo; todos se plegarían de buen grado a la necesidad del trabajo.(…) Es verdad que al abolir la propiedad privada se sustrae a la agresividad humana uno de sus instrumentos, sin duda uno muy fuerte, pero de ningún modo el más fuerte de todos. Sin embargo, nada se habrá modificado con ello en las diferencias de poderío y de influencia que la agresividad aprovecha para sus propósitos; tampoco se habrá cambiado la esencia de ésta. El instinto agresivo no es una consecuencia de la propiedad, sino que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la propiedad aún era bien poca cosa. (…) En cierta ocasión me ocupé en el fenómeno de que las comunidades vecinas, y aun emparentadas, son precisamente las que más se combaten y desdeñan entre sí, como, por ejemplo, españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc. Denominé a este fenómeno narcisismo de las pequeñas diferencias, aunque tal término escasamente contribuye a explicarlo [4].

El proyecto histórico «freudomarxista» impulsado principalmente por Wilheim Reich y Otto Fenichel fue abortado por el surgimiento del nacionalsocialismo alemán. La adscripción de Reich al Partido Comunista no ayudaba tampoco en su intención de acercar el movimiento psicoanalítico al marxismo, ya que la comunidad psicoanalítica intentaba eludir el ataque del fascismo que destruyó la editorial así como la propia sociedad psicoanalítica vienesa. A causa de ello la mayoría de los analistas tuvieron que exiliarse y el psicoanálisis freudiano fue proscrito, no así la corriente fundada por Jung ni la de Adler. Tras la segunda guerra mundial EE.UU. se convirtió en el epicentro del movimiento psicoanalítico, eso si, un psicoanálisis con un enfoque radicalmente diferente al freudiano, a saber, poniendo el acento en la normalización y la adaptación del sujeto, desarrollando una psicología centrada en el «yo», y mientras en los países de la órbita soviética era oficialmente rechazado el psicoanálisis por ser una  «ciencia que exaltaba los valores de la burguesía», el psicoanálisis devino en tierras estadounidenses en una simple sirvienta de la psiquiatría, tal como predijo Freud:

¿Qué vientos infortunados lo han impulsado a usted, justamente a usted, hacia las costas de Norteamérica? Bien podía haber previsto con cuánta amabilidad los analistas profanos son recibidos allí por esos colegas nuestros para quienes el psicoanálisis no es sino una sierva de la psiquiatría [5].

La operación de desvirtuación del psicoanálisis operada por los «psicólogos del yo» (Hartmann, Kris, Loewenstein, Rappaport) produjo un efecto de devaluación de la teoría freudiana, reduciéndola a una simple suma de técnicas adaptativas y de fortalecimiento del yo del sujeto, propio de la ideología predominante en EEUU. y en las psicologías y psiquiatrías del resto de occidente. Mientras el fascismo en Europa (Alemania, Austria, España, Italia) provocó el exilio de gran parte de la comunidad psicoanalítica con un efecto devastador para esta disciplina, como aún podemos observar en España, a pesar de la llegada en los años 80 de discípulos sudamericanos de aquellos pioneros que tuvieron que exiliarse en la Argentina, México, Venezuela… Este segundo exilio de la comunidad psicoanalítica hizo el camino inverso, esta vez a consecuencia de la persecución que las diferentes dictaduras fascistas en Sudamérica llevaron a cabo contra el grupo de psicoanalistas críticos y comprometidos, no así a aquellos grupos que se acomodaron, como suele ocurrir, a los nuevos tiempos regidos por los militares fascistas.

Años antes, Lacan aportó un modelo teórico, a nuestro modo de ver, brillante para dar cuenta de las estructuras psicóticas y perversas ampliando el valor epistemológico del psicoanálisis freudiano pero también, posteriormente, realizó un ejercicio especulativo de sistematización de las «lógicas del inconsciente», con modelos pretendidamente matemáticos y topológicos que irritarían a cualquier iniciado en las ciencias exactas, en el marco de un proyecto de formulación algebraica de una teoría del inconsciente inundada de terminología críptica que a pesar de pretender ofrecerse por un sector de sus discípulos como un nuevo marco conceptual en los años noventa situándose a la izquierda de Lacan, creemos que no ha aportado demasiado para aclarar el camino a un diálogo con el materialismo histórico y con los discursos emancipatorios, todo lo contrario, lo ha oscurecido aún más si cabe, desde una posición explícitamente declarada «postmarxista» por sus propios impulsores.


[1] Armando Suárez. «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 142.

[2] Friedrich Engels. Carta a J. BLOCH, Londres, 21 de setiembre de 1890 en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm

[3] Sigmund Freud. «El porqué de la guerra», Carta a Albert Einstein, septiembre de 1932, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3207.

[4] Ídem. «El malestar en la cultura», Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3047.

[5] Ídem. «Tres cartas a Theodor Reik», Carta del 3 de julio de 1938, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 2006, p. 3427.




Esclavitudes actuales

El control social que se ejerce sobre los sujetos cambia con las épocas sociales e históricas, pero en esencia es el mismo que ya enunció Marx hablando de la esclavitud del «fetichismo» de las mercancías o el propio Heidegger [1] al plantear la esclavitud de la imagen y Hume que nos alertó del señuelo de la conexión necesaria [2], esto es, por ejemplo, en el ámbito de la llamada «salud mental» (falsa asociación de palabras), la tendencia a atribuir a cada efecto (síntoma) —por ejemplo, una fobia— una causa objetiva que puede dominarse a través de un fármaco, un consejo o una técnica de modificación de conductas.

Jornadas «Las opresiones de la Psiquiatría Institucional».
En Enclave de Libros con Manuel Desviat y Pilar Palao.



Los manuales de autoestima, los programas de radio y de televisión con consejos sobre técnicas de control orgásmico, la cirugía estética con la promesa que la mirada que el sujeto recibe cambiará, las baterías de test de evaluación de la personalidad o del nivel de autoestima o ansiedad, van generando una lenta psicotización de los ciudadanos. Efectos que observamos, a través del relato de los pacientes sometidos a la servidumbre del sexo, es decir, a la genitalización de la sexualidad: sujetos apabullados por consejos, consignas, estadísticas sobre el rendimiento sexual, etc., ya que como señala De Brasi «…en el sexo quizá, se está jugando el mayor nivel de explotación que conoce la historia del hombre» [3], explotación auspiciada por la industria cosmética, farmacológica, la cirugía plástica o la soberanía del cuerpo y del sexo propios.

En «El malestar en la cultura» [4], Freud destaca que el sufrimiento nos amenaza por tres lados:

■■ desde el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación, sin poder prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia;

■■ del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas de la naturaleza destructoras omnipotentes e implacables;

■■ de las relaciones con otros seres humanos.

El sufrimiento que emana de esta última fuente, nos dice Freud, quizá nos sea más doloroso que cualquier otro, pero es en este territorio vincular donde el sujeto puede hacer algo más. Así mismo, la finalidad de evitar el sufrimiento relega a un segundo plano la de lograr el placer y en todo caso las tentativas de alcanzar éste pueden llevarnos por caminos muy distintos: por un lado la búsqueda de la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se impone como la conducta más tentadora, pero esto significa preferir el placer y el goce a la prudencia y a poco de practicar esta búsqueda un sujeto, cuando faltan los límites que la encauzan, emergerán consecuencias en principio no deseadas.

La evitación del sufrimiento, destaca Freud, puede buscarse por diferentes caminos, diferenciándose éstos según la fuente de displacer a la que se concede máxima atención; estos caminos serían:

■■ el aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, que sería el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas;

■■ el recurso a la química, a través de la intoxicación con sustancias cuya presencia en la sangre o en los órganos proporcionan sensaciones placenteras de fuga momentánea que producirá una felicidad paradójica, modificando nuestra sensibilidad, proporcionando proporcionando un «placer» inmediato, sin mediación de la palabra, que da una aparente independencia del mundo exterior: «… los hombres saben que con ese “quitapenas” siempre podrán escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que en realidad no les pertenece» [5].

Otra posible vía para evitar el sufrimiento, afirma Freud, consiste en reorientar los fines pulsionales eludiendo la frustración del mundo exterior a través de la sublimación de las pulsiones, cuyo sendero sería, por ejemplo, el proceso creador del artista o el trabajo de los oficios artesanales, que a su vez incorporan al sujeto a la comunidad humana:

La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social. La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, no obstante, el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce [6].

Observamos hoy día un menosprecio por los oficios y por el trabajo por parte de los estados e instituciones, –por ejemplo, el paulatino desmantelamiento de las escuelas de FP, Formación Profesional– consecuencia quizá de una intrincada y sutil o grosera trama de relaciones económicas que prometen un acceso a la «felicidad» a través de la supuesta inmediatez de los objetos.

Como ya anticipara Freud: «La inmensa mayoría de los seres sólo trabaja bajo el imperio de la necesidad y de esta aversión y problemática humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales» [7]. A su vez, quien vea fracasar sus esfuerzos por alcanzar esa felicidad, «aun hallará consuelo en el placer de la intoxicación crónica, o bien emprenderá esa desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis» [8].


[1] Martin Heidegger, «La época de la imagen en el mundo», Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 2000.

[2] David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza, Madrid, 1996, p. 94.

[3] Juan Carlos De Brasi; Emilio González, La sexualidad y el poder desde el psicoanálisis (I), EPBCN; Barcelona, 2009, p. 26.

[4] Sigmund Freud, El malestar en la cultura, O. C., p., 3025.

[5] Ibídem, p. 3026.

[6] Ibídem, n. 1.693, p. 3027.

[7] Ibídem.

[8] Ibídem, p. 3030.




La sexualidad: una «mercancía» contemporánea.

Podemos considerar que después de realizar una lectura atenta del Banquete de Platón, Freud es el primero que plantea formalmente la distinción entre sexualidad y sexo destacando que la sexualidad no está donde creemos que está, ya que la sexualidad está siempre de alguna manera en ausencia, no es observable ni visible, ni se reduce a una localización orgánica:



(…) ya el filósofo Schopenhauer había señalado con palabras de inolvidable vigor la incomparable importancia de la vida sexual; por otra parte, lo que el psicoanálisis denominó «sexualidad» de ningún modo coincidía con el impulso a la unión de los sexos o a la provocación de sensaciones placenteras en los órganos genitales, sino más bien con el Eros del Symposion platónico, fuerza ubicua y fuente de toda vida [1].

Partiendo de la reflexión freudiana, Juan Carlos De Brasi plantea algunas consideraciones sobre la distinción entre sexualidad y sexo:

■■ La sexualidad no soporta ninguna técnica que pueda dar cuenta de ella bajo la promesa del encuentro con la plena satisfacción sexual que las pulsiones han dispuesto desde el comienzo como imposible. Las operaciones psicoterapéuticas de autoayuda, cuya meta es la creación de baluartes narcisistas, cosifican el sexo como territorio de exploración, manipulación y explotación de las zonas genitales, reduciendo las zonas erógenas a las zonas genitales. La sexualidad, por el contrario, tal como se entrelaza en el tramado pulsional, es la evitación de la plenitud.

■■ Cualquier técnica «sexológica» es en cierto modo una simulación, debido a la confusión entre sexo y sexualidad que la rige desde el comienzo. Entre la amplia gama de recursos técnicos, que proponen solventar la imposibilidad de la satisfacción pulsional, encontramos desde métodos de registros, consejos sexuales, protocolos de cómo hay que actuar a la hora del encuentro con otro cuerpo, ejercicios físicos, posturales, artefactos a neurofármacos diversos: «Donde el sexo se hace ostensible, a través de procedimientos calculables la sexualidad se recluye en moradas incalculables, fuera de las representaciones habituales y de sus estrategias de captura»[2].

■■ El sexo localizado, manoseado, mal hablado, tapona los laberintos de la sexualidad, sustituyendo el ars erótica por una scientia sexualis[3], disociándola de la dimensión exclusivamente humana del lenguaje, la palabra, para someterla a la dictadura de la fisiología y la neuroanatomía: el sexo de la imagen y la soberanía del cuerpo reprime la sexualidad justamente allí donde simula mostrarse.

Sabemos de una política sobre el sexo que con sus procedimientos, técnicas y consejos apunta a los cuerpos en su afán de modelarlos y dominarlos, como ninguna política de control social la había desplegado hasta el momento —como ejemplo, las políticas «sanitarias» para el control de la gripe A, el virus del papiloma humano, la farmacología impulsada por el Ministerio de Sanidad para la eyaculación precoz [4], etc.—. La industria cosmética, la cirugía plástica, las empresas farmacéuticas, tienen a los estados atrapados y éstos, a través de sus políticas de mera gestión, ceden a las presiones de estos sectores que a su vez generan un mercado de la «enfermedad» y el «pánico».

Una de las más evidentes injusticias sociales es la de que el standard cultural exija de todas las personas la misma conducta sexual, que, fácil de observar para aquellos cuya constitución se lo permite, impone a otros los más graves sacrificios psíquicos. Aunque claro está que esta injusticia queda eludida en la mayor parte de los casos por la transgresión de los preceptos morales[5].

La publicación de los «Tres ensayos para una teoría sexual» provocó un escándalo en la Viena victoriana con su tesis y planteamientos respecto a la problemática de la sexualidad humana. Hasta ese momento los psiquiatras de la época estudiaban o mejor dicho clasificaban toda una serie de conductas que consideraban patológicas —sadismo, masoquismo, filias, etc.—, pero partiendo de la existencia de un instinto sexual genéticamente adquirido y estereotipado a modo de un patrón de conducta animal heredado. Freud vino a romper esta idea, hasta ese momento incuestionable, reservando el término instinto para referirse al comportamiento animal que tiene un objeto prefijado y una finalidad precisos, es decir, satisfacer una necesidad biológica como el hambre, la sed, la reproducción natural de la especie.

En el ser humano, en cambio, las cosas son diferentes: si mi pareja me pide un vaso de agua por la noche ¿me está demandando sólo agua o algo más?, si le llevo el agua en un vaso de plástico y me pide que sea en un vaso de cristal, ¿cuál es la demanda que está en juego? Diríamos que está en juego una demanda de otro orden, no de la necesidad fisiológica, sino de amor, de amor y reconocimiento, empujada por una pulsión —libido— sobredeterminada por un deseo —inconsciente—, articulada con el lenguaje. El sujeto se pregunta por el deseo del otro, deseo que siempre será enigmático para aquél: «¿Che vuoi?», «¿qué quieres?», expresión que Lacan toma de la novela de Jacques Cazotte, El diablo enamorado, al interpelar por el deseo del otro, el sujeto se pone en la senda de la pregunta por el propio deseo: «te deseo, aunque no lo sepa» [6].

Hasta el momento en que Freud plantea la existencia de la sexualidad infantil, lo que escandalizó al ámbito académico y conmovió los cimientos de la cultura en occidente, se suponía que la sexualidad humana emergía en la pubertad y se la consideraba vinculada exclusivamente a la genitalidad.

Pretender que los niños no tienen vida sexual (excitaciones sexuales, necesidades sexuales y una especie de satisfacción sexual) y que esta vida despierta en ellos bruscamente a la edad de doce a catorce años, es, en primer lugar, cerrar los ojos ante evidentísimas realidades y, además, algo tan inverosímil y hasta disparatado, desde el punto de vista biológico, como lo sería afirmar que nacemos sin órganos genitales y carecemos de ellos hasta la pubertad [7].

Freud fue el primero en demostrar que la sexualidad humana escapa a la genitalidad, que sexualidad y genitalidad no son equiparables. Así mismo, hubo una lectura errónea de la teoría de la sexualidad y el origen de las neurosis, intencional o no, que desembocó en la creencia de que la liberación de las pulsiones libidinales no satisfechas, más allá de los límites establecidos por la cultura, sería el modo de resolver las afecciones neuróticas —pensemos en la llamada «revolución sexual» de los sesenta o el destape como modelo de liberación—. En ese sentido el concepto de represión —psíquica— no es pensado por el psicoanálisis como un defecto ni un obstáculo, sino como un mecanismo que posibilita la constitución del psiquismo humano: el tormentoso reservorio pulsional sin límites desemboca en la imposibilidad de convivencia y de construcción de vínculos o en la psicosis.

Por supuesto que Freud no duda de la participación de lo biológico en la sexualidad, pero contempla que al haber lenguaje hay significación y de este modo la necesidad biológica está tocada inevitablemente por él. La sexualidad humana desborda de este modo la genitalidad, ya que no se reduce al contacto de los órganos genitales, prueba de ello es que las perversiones son exclusivamente humanas, mientras que el reino animal desconoce este fenómeno: el animal no mata por placer, ni viola; en el ser humano esto sí puede ocurrir y ocurre.

El descubrimiento freudiano consiste en que la sexualidad está en todo, pero que no todo es sexual —como en cambio rezaba la principal crítica al psicoanálisis, tildado vanamente de «pansexualismo»—; la sexualidad está en el nudo de los malestares psíquicos y sufrimientos cotidianos: en las neurosis, en las psicosis, en las perversiones, así como en las producciones culturales y sociales del hombre. Y sin embargo no hay que olvidar que aun siendo la «moral sexual y cultural» y sus prejuicios un elemento capital en la producción de malestares psíquicos, la llamada «libertad sexual» como práctica no es garantizadora de bienestar psíquico.

La problemática de la sexualidad, asimilada a la del sexo, ha sido promovida por los discursos institucionales con la vana pretensión de instituir un saber sobre la misma. La hipocresía de la moral burguesa, desenmascarada por Freud, aún sigue dominando la sociedad actual, donde emerge un sexo «a la carta», donde parecería que ya no quedan límites por transgredir, imponiendo la necesidad de inventar otros nuevos, convirtiendo de este modo los cuerpos en una mercancía más.


[1] Ídem, «Las resistencias contra el psicoanálisis», O.C., p. 2804.

[2] Juan Carlos De Brasi; Emilio González Martínez, La sexualidad y el poder desde el psicoanálisis (I), EPBCN, Barcelona, 2003, pp. 29-31.

[3] Michel Foucault, Historia de la sexualidad, vol. 1, La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 202, p. 73.

[4] Un ejemplo de la intromisión por parte de las instituciones en la sexualidad de los sujetos, lo tenemos en esta nota de prensa sobre la «eyaculación precoz en España», que dice: «Cuatro de cada diez hombres han sufrido eyaculación precoz en algún momento de su vida, según muestran los resultados del Estudio Demográfico Español sobre Eyaculación Precoz (DEEP), realizado en 1.000 hombres de entre 18 y 59 años, y que ha sido elaborado por la Asociación Española de Andrología (ASESA), con la colaboración de Janssen-Cilag (…) El mismo estudio revela que el 55% de ellos lo considera el problema sexual más importante por encima de otros como la disfunción eréctil». En dicho artículo se señala que: «… la eyaculación precoz (…) es un problema muy frecuente y que, junto con la disfunción eréctil es el trastorno sexual que más afecta al varón (…) genera ansiedad, preocupación. Lo que lo psicólogos llaman ansiedad de ejecución, es decir el miedo al que se enfrenta un varón cuando se expone a una relación sexual que empeora la situación. El estrés fundamentalmente y la falta de tiempo son los principales causantes de la eyaculación precoz y por lo tanto de una mala relación sexual». Curiosamente, después de generarse esta alarma, dicho laboratorio pone a la venta el fármaco que considera como el único eficaz para «curar» esta «patología», el denominado Piligry®, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina que no es necesario tomar de forma continuada para solucionar la eyaculación precoz, sino tomarlo entre una y tres horas antes de mantener la relación sexual. Este laboratorio, recordemos, también participó en los estudios previos de la anunciada «pandemia» de la gripe A fabricando las «oportunas» vacunas ante la alarma creada por los ministerios y organismos sanitarios mundiales con la autorización de los correspondientes gobiernos, gobiernos que, después de haberlas adquirido rápidamente, ahora las guardan en sus almacenes.

Fuentes: http://www.aegastro.es/aeg/ctl_servlet?_f=7&pident=8729; http://www.abc.es/20091215/sociedad-salud/ 200912151326.html; http://www.psiquiatria.com/noticias/laboratorios/janssen-cilag/47628/

[5] Sigmund Freud, «La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna», O.C., p. 1255.

[6] Jacques Lacan, El Seminario, libro 10: La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 37.

[7] Sigmund Freud, «Lección XX. La vida sexual humana» en «Lecciones introductorias al psicoanálisis», O.C., p. 2316.





La (mal) llamada «Salud Mental»

Bajo el área sanitaria que se dio en llamar «salud mental» —una «falsa alianza de palabras» [1]—, se cobijan y «especializan» diversas prácticas «psi»: la psiquiatría, considerada una especialidad de la medicina y subordinada por tanto a ella, la psicofarmacología, la psicología del trabajo y la educación social, la logopedia, etc., todas ellas con sus protocolos de intervención y regidas por manuales de categorización diagnóstica. El uso del término «salud mental» lleva implícita la idea de un diagnóstico, un pronóstico y un tratamiento protocolarios y por tanto de «enfermedad mental».



Tomemos un caso clínico concreto:

Un joven que a la edad aproximada de 24 años comienza a mantener un intenso consumo de drogas, al punto de abandonar su trabajo dentro de su horario para desplazarse a un poblado del conurbano madrileño para adquirir las sustancias. El joven termina siendo despedido de la empresa así como acumulando una cantidad de deudas a las que no pudo hacer frente. La familia desbordada por la situación recurre a diversos centros de internamiento de la comunidad de los que el joven escapa una y otra vez. Ya en una situación médica límite, los padres acuden a consulta donde plantean el caso. En la primera entrevista familiar, los padres se acusan mutuamente de la situación del hijo, que una vez dado de alta, tiene su primera entrevista con un analista. El paciente está físicamente muy deteriorado, se muestra cordial con el equipo pero irascible con sus padres.

A partir de esa entrevista se acuerda con el joven una sesión semanal a la que acudirá puntualmente, hasta que después de un breve período de consumo intenso vuelve a instalarse en el poblado. Los padres no lo localizan durante unas tres semanas; pasadas éstas el joven llama al analista pidiendo retomar las sesiones en las cuales relata con detalles los acontecimientos en los que en los últimos años se vio envuelto: pequeños hurtos en tiendas e incluso, o ejerciendo de conductor de toxicómanos con el vehículo que aun poseía, lo que se conoce como «kundero». El paciente relató como en los centros de tratamiento era sometido a «interrogatorios» y prácticas en grupo de usuarios donde debía «confesar» su mala conducta y cómo los propios usuarios de los mismos ejercían funciones de vigilancia y control. «Yo necesito hablar y que me escuchen, no que me vigilen», afirmó en una de sus sesiones.

Más allá de la necesidad de dichos centros de internamiento comunitario para algunos casos límite, para este joven no era el lugar adecuado. En otra sesión el analizante comenta una frase que su padre le había dicho en cierta ocasión: «cuando seas padre, cosa que dudo, sabrás de lo que te hablo». El joven escuchó atónito esta frase y se preguntó «¿qué me quiso decir mi padre?, ¿que siempre seré un hijo?, ¿qué si no soy padre no tengo palabra?». Frases del estilo pueden enredarse en el psiquismo de un sujeto generando confusión y poniendo en cuestión la ambigüedad de la figura paterna. A lo largo de este trabajo veremos que este tipo de frases habituales, que no necesariamente generarán problemáticas psíquicas en quienes como hijos las escuchen, no pueden ser deconstruidas con psicofármacos, ni tampoco atosigando al paciente con consejos pseudoterapéuticos del orden «debes trabajar», «las drogas son malas» o los clásicos «debes poner voluntad» o «es necesario que trabajes tu autoestima», o diciéndole que es un «drogodependiente» —esto es, un «enfermo mental»— dando a entender de este modo que es un enfermo que aun dejando de consumir siempre estará ante la posibilidad de una «recaída».

Cuando se habla de «salud mental» se pone en juego lo que en términos jurídicos compete al llamado orden público, orden que abarca cuestiones de seguridad y de sanidad públicas en una sociedad. Es la administración pública la encargada de prevenir desde accidentes naturales u ocasionados por sus ciudadanos, así como epidemias e intoxicaciones alimentarias. El mantenimiento del orden público implica poner límites a los ciudadanos por el bienestar común: exceso de ruidos, control de velocidad, etc. Por tanto si un ciudadano se desenvuelve y desplaza dentro del orden establecido por la ciudad, barrio o pueblo, podemos decir que en el ejercicio y cumplimiento de sus obligaciones responde a los preceptos del orden público y que, en ese sentido, gozaría de buena salud mental. Pero sabemos de personas que por sí solas no pueden desplazarse ni salir a la calle solas y que no alteran el orden público, personas que requieren y demandan otro tipo de intervención por parte de las administraciones que éstas no brindan o no pueden brindar.

La persona diagnosticada de enfermedad mental puede perder parte de su capacidad de obrar, conservando en cambio su capacidad jurídica, y según el grado de discapacidad que se considere que presenta, podrá ejercer algunos derechos y otros no. De este modo el derecho del sujeto queda suspendido, en parte o totalmente, por el tiempo que los jueces, médicos y la familia del paciente determinen. Un psicoanalista puede trabajar en el ámbito de la salud mental como cualquier otro trabajador del sector, pero podemos considerar que el psicoanálisis no se ocupa de la salud mental. Esto se debe a que el psicoanálisis se dirige, como práctica, a sujetos con pleno derecho de decidir, construir o postergar un proyecto de vida.

El psicoanalista o profesional que responde a los conceptos y preceptos psicoanalíticos debe estar muy atento a no quedar absorbido o atrapado en las prácticas de control, vigilancia y castigo que habitualmente se utilizan en las intervenciones en salud mental. Un psicoanalista, así como un acompañante terapéutico, puede trabajar en una prisión o en un psiquiátrico, lugares ambos donde los derechos de los residentes quedan suspendidos, pero cuando se habla de sujeto se habla de alguien que puede responder por sus actos, deseos y enunciados y esto debe ser tenido en cuenta.

Para la Organización Mundial de la Salud, O.M.S., «la salud mental se define como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, pudiendo afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad» [2]; a esto se añade la definición general de salud, que la O.M.S. considera «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Ya Freud, que no hacía una distinción radical entre enfermedad y salud psíquica, había enunciado que:

Del mismo modo que entre salud y enfermedad no existe una frontera definida y sólo prácticamente podemos establecerla, el tratamiento no podrá proponerse otro fin que la curación del enfermo, el restablecimiento de su capacidad de trabajo y de goce. Cuando el tratamiento no ha sido suficientemente prolongado o no ha alcanzado éxito suficiente, se consigue, por lo menos, un importante alivio del estado psíquico general, aunque los síntomas continúen subsistiendo, aminorada siempre su importancia para el sujeto y sin hacer de él un enfermo [3].

Ahora bien, pongamos como ejemplo el caso de una pareja que decide separarse y recurre a diferentes puntos de asesoramiento que le brinda la comunidad. La separación desemboca en un pleito por ver quien se queda con la casa, con los hijos, acabando entre órdenes de alejamiento, visitas a los hijos a través de un tercero o un punto de encuentro que determine el juez o asociación de ayuda a padres o madres, y los hijos menores de edad declarando ante dicho juez para decir a quién prefieren o que padre los quiere más, ¿podríamos afirmar que la salud mental de estos padres es buena?: jurídicamente sí, ya que estos padres saben contratar letrados, desplazarse por la ciudad, pedir permisos en sus trabajos así como dejar a sus hijos con terceros [4]. Este ejemplo muestra claramente la diferencia que existe entre el concepto jurídico de salud mental y otro más sutil, no enmarcado en la idea de orden público.

Los animales, además del hombre, tienen mente, ya que en el momento en que un ser vivo tenga un aparato sensorial por rudimentario que sea (visión, audición, olfato, tacto) habrá necesariamente un procesamiento neuronal (mental): la información que recibe el aparato sensorial requiere ser procesada para manejarse en el mundo y responder en él. De este modo lo «mental» se sostiene en los órganos del sistema nervioso. Recordemos los maravillosos trabajos de Iván Pavlov sobre el reflejo condicionado[5], que el propio Freud reconoce como tales, en los que se relata/describe como un estímulo independiente que se presenta a un animal —la comida— produce la salivación de éste; luego, al asociar la comida a otro estímulo inicialmente neutro —por ejemplo un sonido— éste pasa a ser un estímulo condicionado que producirá el mismo efecto en el animal —salivación— que el estímulo independiente.

Pero esto en el ser humano no es siempre así, como el propio Pavlov advierte:

«Si los conocimientos obtenidos en los animales superiores relativos a las funciones del corazón, estómago y de los demás órganos, tan semejantes a los del hombre, sólo se deben aplicar a éste con precaución, confirmando constantemente la analogía efectiva de la actividad de dichos órganos entre los animales y el hombre, qué cuidado más intenso no será necesario desplegar para el traspaso al hombre de los conocimientos exactos científico-naturales de la más elevada actividad nerviosa, obtenidos por primera vez sobre los animales, desde el momento en que, precisamente por esta actividad, se destaca el hombre de modo tan sorprendente de los demás animales, se coloca a una altura tan inconmensurable sobre todo el mundo de los seres vivos que le rodean. Sería una gran ligereza considerar estos primeros pasos en el estudio de la fisiología de la corteza cerebral como capaces de resolver los problemas intrincados de la alta actividad psíquica del hombre, cuando de hecho, en el momento actual, no es posible aplicar, sin más ni más, los resultados obtenidos en los animales al hombre» [6].

Los procesos del aparato psíquico humano no se reducen a un encadenamiento causal entre estímulos y respuestas, hay algo que va más allá de lo «mental» y que Freud, basándose en los trabajos de Theodor Lipps, llamó inconsciente, una noción, un concepto «metapsicológico» que ya Nietzsche, Schopenhauer, Platón entre otros, cada uno a su modo, habían intuido. Hoy día la psiconeurofisiología retorna a un punto anterior al de la teoría freudiana, teoría que produjo una ruptura radical con la idea de la primacía de la conciencia y la fisiología neuronal. Como advierte Pavlov, no es posible aplicar sin más los resultados obtenidos en los experimentos con animales al hombre: el animal no humano «se pega a la realidad y no goza de ninguna distancia respecto a ella» [7]. El animal es un ser de urgencia, mientras que el hombre puede, aunque no siempre, ser un ser de espera. Tomemos el ejemplo de un eclipse de sol: para un animal, lo real del fenómeno está pegado a la realidad —si oscurece a pleno día se irá a dormir—; en el hombre, en cambio, ese oscurecimiento inesperado puede producir un estado de angustia e incertidumbre, una dislocación del tiempo que intentará explicar de diferentes modos, atribuyéndolo por ejemplo a un castigo divino o, más adelante, otorgándole una explicación científica. En todo caso, es el lenguaje, en el hombre, lo que proporciona un sentido a un fragmento de lo real. En uno de sus últimos escritos Freud establece una clara definición del concepto de inconsciente:

La cuestión de la relación del consciente con lo psíquico puede ser considerada ahora como establecida: la conciencia es sólo una cualidad o atributo de lo que es psíquico, pero una cualidad inconstante. Pero existe otra objeción que hemos de aclarar. Se nos dice que, a pesar de los hechos que hemos mencionado, no es necesario abandonar la identidad entre lo que es consciente y lo que es psíquico; los llamados procesos psíquicos inconscientes son los procesos orgánicos que desde hace tiempo se ha reconocido que corren paralelos a los procesos mentales. (…) la conciencia sólo puede ofrecernos una cadena incompleta y rota de fenómenos. (…) Ni es necesario suponer que esta visión alternativa de lo psíquico sea una innovación debida al psicoanálisis.

Un filósofo alemán, Theodor Lipps, afirmó con la mayor claridad que lo psíquico es en sí mismo inconsciente y que lo inconsciente es lo verdaderamente psíquico. El concepto del inconsciente ha estado desde hace tiempo llamando a las puertas de la psicología para que se le permitiera la entrada. La filosofía y la literatura han jugado con frecuencia con él, pero la ciencia no encontró cómo usarlo. El psicoanálisis ha aceptado el concepto, lo ha tomado en serio y le ha dado un contenido nuevo. Con sus investigaciones ha llegado a un conocimiento de las características de lo psíquico inconsciente que hasta ahora eran insospechadas y ha descubierto algunas de las leyes que lo gobiernan. Pero nada de esto implica que la calidad de ser consciente haya perdido su importancia para nosotros. Continúa siendo la luz que ilumina nuestro camino y nos lleva a través de la oscuridad de la vida mental. Como consecuencia del carácter especial de nuestros descubrimientos, nuestro trabajo científico en la psicología consistirá en traducir los procesos inconscientes en procesos conscientes, llenando así las lagunas de la percepción consciente…[8]

Las ciencias exactas tienen definido o al menos acotado su objeto de estudio e investigación. Pero en el caso de las prácticas dedicadas a la «salud mental» ¿cuál sería dicho objeto? Los manuales técnicos académicos nos indican que el mismo sería la conducta de los individuos y su normalización o control, encontrándose en ellos clasificaciones de psicopatologías y técnicas de intervención, así como la indicación de la farmacología pertinente para cada una de dichas patologías. Todo esto bajo un modo de diagnóstico e intervención estandarizado.

Tomemos otro caso extraído de la práctica clínica:

Un sujeto llega a consulta con un «diagnóstico» previo de hipomanía. El paciente relata que estuvo ingresado en diferentes unidades hospitalarias de psiquiatría y dos pisos tutelados para enfermos mentales. Los síntomas, tal como el sujeto comentó en las entrevistas preliminares, así como corroboraron miembros de su familia y el psiquiatra de referencia, consistían en presentar una actividad laboral incansable y a un ritmo fuera de lo habitual que sólo le requería unas pocas horas de reposo para luego retomar nuevamente. Dicha actividad era productiva, esto es, centrada en su trabajo, que consistía en la gestión de un negocio familiar. Actividad productiva pero frenética que desbordó al sujeto dando comienzo a un período de consumo de ansiolíticos, somníferos, según diversas prescripciones médicas, y a un largo recorrido por psiquiátricos y pisos tutelados.

Otro sujeto llega a la misma consulta también diagnosticado de hipomanía. En este caso el sujeto realizaba compras de objetos innecesarios poniendo en peligro el patrimonio y la economía familiar. El segundo paciente recibió el mismo diagnóstico y un tratamiento farmacológico y psiquiátrico similar al anterior. En el primer caso, el sujeto «hipomaníaco» desarrollaba aplicaciones informáticas en un tiempo menor al que cualquier profesional especializado emplearía. El segundo, que era un directivo de un empresa, dilapidaba su patrimonio sin descanso. El incipiente programador informático fue tratado como un enfermo, sin considerar que quizá detrás de ese torbellino de actividad galopaba un deseo desbordado que el sujeto necesitaba —puesto que manifestaba querer salir de esa situación— a través de un trabajo clínico adecuado, encauzar, al modo en que se construye un dique en un río caudaloso que con los mecanismos adecuados hará girar una turbina y producirá energía eléctrica.

Tratar todos los casos de igual manera sin tener en cuenta qué está en juego en cada sujeto y qué lleva a cada uno a construir una sintomatología determinada sólo conduce a una práctica clínica de una ética dudosa que desemboca en la precipitación diagnóstica, a encasillar al paciente en una etiqueta y pretender «curarlo» farmacológicamente. Asistimos en las últimas décadas, de la mano del «avance» técnico de las disciplinas y especialidades médicas, a una operación de «medicalización» generalizada de la población por parte de las prácticas «psi», incorporadas en cierto modo a la medicina, reduciendo los malestares anímicos a orígenes biológicos en base a modelos biomédicos que no consideran los aspectos y problemáticas históricas de los pacientes, ni los conflictos familiares, sociales, económicos.

De este modo la psiquiatría —y la psicología que a su vez pretende pertenecer al campo de las profesiones sanitarias— se reduce a ser una rama de la medicina, haciendo hincapié en el diagnóstico y el tratamiento farmacológico que emerge de él, donde en la mayoría de las ocasiones la invención del fármaco precede al propio diagnóstico, es decir, se desarrolla un psicofármaco y luego se busca su aplicación. En el ámbito institucional, la asistencia psiquiátrica manifestó en el marco de diversos procesos de reforma desde los años sesenta, una transformación que posibilitó desplazar la intervención psiquiátrica clásica desde las instituciones de ingresos y reclusión generalizada a las unidades y pabellones de psiquiatría en los hospitales generales y a la atención ambulatoria mediante centros de día y centros de salud mental. Sin embargo este proceso ha quedado detenido y no ha experimentado un avance a prácticas que contemplen una atención al paciente más allá de lo médico, lo farmacológico y lo asistencial.

Curiosamente la teoría de Pavlov fue presentada como un mero reduccionismo fisiológico por sus propios seguidores y la psicología conductista, velando la importancia que el fisiólogo ruso dio al lenguaje como característica específicamente humana:

(…) el lenguaje constituye nuestro segundo sistema de señalización de la realidad [el primero lo constituye el sistema sensorial que compartimos con los animales no humanos], que es específicamente humano y consiste en la señal de las señales primarias [sensoriales]. En parte, las múltiples excitaciones que recibimos a través del lenguaje nos han alejado de la realidad, lo que debemos recordar siempre para no permitir que se deformen nuestras relaciones con ella [9].


[1] Octave Mannoni, Freud. El descubrimiento del inconsciente, Nueva Visión, Buenos Aires, 1997, p. 97.

[2] Fuente: O.M.S., http://www.who.int/features/qa/62/es/index.html.

[3] Sigmund Freud, «El método psicoanalítico», Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1987, p. 2107. Las citas de los textos de Freud se harán según la edición de sus Obras Completas, traducidas por Luis López-Ballesteros y de Torres, Biblioteca Nueva, Madrid, 9 vols., 1987.

[4] Aquí considero válida una aclaración: que los hijos hayan tenido que pasar por situaciones de este tipo, bastantes habituales por otra parte en nuestra sociedad, no implica necesariamente que queden atrapados en un trauma posterior, ya que la insondable decisión del ser de la que hablaba Lacan puede desembocar que de adultos estos hijos piensen y conversen entre ellos diciendo: «mira qué idotas nuestros padres, el lío en que se metieron por nuestro bien».

[5] Ivan Pavlov, Los reflejos condicionados, Ediciones Morata, Madrid, 1997.

[6] Ibídem, p. 409.

[7] Alphonse de Waehlens, Heidegger, Losange, Buenos Aires, 1955, p. 39.

[8] Sigmund Freud, «Algunas lecciones elementales de psicoanálisis», O.C., p. 3423.

[9] Ivan Pavlov, cit. por José María López Piñero, Del hipnotismo a Freud, Alianza, Madrid, 2002, p. 143.