Derroteros cuestionados del psicoanálisis

Aunque el psicoanálisis —que es el sostén teórico y clínico del A.T. en la concepción de mi práctica— no es una filosofía ni lo pretende ser: sí tiene con ésta un diálogo e incluso confrontaciones mucho más fructíferas que las que pudo haber tenido con las diferentes corrientes de la psicología, la psiquiatría y psicoterapias derivadas de éstas. El psicoanálisis, que tampoco es una psicología ni una psicoterapia, piensa y trabaja el malestar del ser humano como sujeto, no como individuo.



Esto queda claramente establecido con los aportes de Jacques Lacan a la ciencia conjetural fundada por Sigmund Freud, quien planteó, en diferentes momentos de su obra, un desencuentro entre la filosofía y el psicoanálisis, afirmando paradójicamente en algún escrito que sus verdaderos intereses eran de naturaleza filosófica. nota [1. Sigmund Freud, «Los orígenes del psicoanálisis», en Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva: Madrid . Tomo III. pp. 3433 – 3656] Por su postura científica Freud fue reacio a lo especulativo y tuvo una desconfianza aparente hacia la filosofía. En ese sentido aquella filosofía que defiende el imperio de la conciencia, las facultades y la razón como regidores de la vida del hombre, estaría distante del psicoanálisis.

Desde sus primeros estudios sobre el funcionamiento del aparato psíquico, que fue desarrollando a través de la minuciosa observación y escucha del relato de pacientes, principalmente mujeres, que presentaban un amplio espectros de malestares anímicos, Freud se interesó por el pensamiento de aquellos filósofos, así como de los grandes literatos, que se ocuparon de la existencia del hombre, de sus condiciones y avatares. No tenemos más que recorrer las referencias citadas en su obra para ver qué autores y pensadores han sido de su interés y de una constante investigación: Goethe, Sófocles, Platón, Heine, Schiller, Empédocles, Shakespeare, Nietzsche, Schopenhauer…

Psicoanálisis en la Universidad

Freud —que sólo impartió algunas conferencias en la universidad y que puso en cuestión la enseñanza del psicoanálisis en las facultades— consideró tanto a Nietzsche como a Schopenhauer pensadores que anticiparon su posterior descubrimiento científico y objeto de su disciplina: el inconsciente. A Schopenhauer, que fue muy crítico con la filosofía académica, Freud lo leyó detenidamente, manifestando las similitudes que en la concepción de la vida anímica tenía su pensamiento con el del filósofo alemán. Stefan Zweig, Thomas Mann, Ricoeur, Derrida, Deleuze, Foucault, destacaron en diferentes escritos la afinidad entre Freud y los grandes pensadores contemporáneos Nietzsche, Marx, Schopenhauer. Althusser, en un sugerente texto, nota [2. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op.cit., 1996], señala que el fundador del psicoanálisis fue un hijo natural e ilegítimo de la razón occidental, no deseado por ésta por haber puesto en cuestión la moral y las buenas costumbres burguesas.

Por su parte, Jacques Lacan, otro pilar fundamental de la teoría psicoanalítica junto con Melanie Klein y Donald Winnicott, trabajó incesantemente el pensamiento de Spinoza desde su juventud universitaria. En sus seminarios contaba con la participación de pensadores de la talla de Foucault, Hyppolite, Merleau-Ponty, Bataille, entre otros. También Lacan fue crítico con la filosofía académica, aunque nunca dejó de establecer un intenso diálogo con los principales pensadores de su época que asistían a sus seminarios, llegando a formular que:

Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana. nota [3. Jacques Lacan, «El fenómeno psicótico y su mecanismo» en El Seminario, libro 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 120.]

La práctica clínica actual en «salud mental», ya sea en el ámbito privado o en el público, no contempla al paciente que demanda atención como un sujeto que tiene deseos, sexualidad, angustia, como un sujeto que fue construyéndose a través de identificaciones y alienaciones, atrapado en una sociedad que prioriza la imagen y el fetichismo de la mercancía. Este modo de atención predominante no considera la palabra del paciente y ni siquiera da la posibilidad que éste se interrogue sobre su propia posición ante el malestar que manifiesta a través de diversos síntomas. La psiquiatría y la psicología oficial taponan al paciente con fármacos, test y técnicas de modificación de la «conducta», y en ocasiones con electroterapias, intentando «normalizar» el dolor, estandarizando los tratamientos, afianzando el síntoma en lugar de escucharlo, generando una posición «pasiva» del paciente, en la que éste queda a la espera de que un psicofármaco resuelva su malestar. Además, demasiado a menudo estas prácticas pasan por alto que el malestar del sujeto —que ellas tienden a relegar a una dimensión privada, individual— está estrechamente imbricado con el entorno social, a pequeña y gran escala y, en última instancia, con el «malestar en la cultura».

Los últimos trabajos de Freud abordan, de manera más explícita que las obras anteriores, el malestar contemporáneo en la cultura, apuntando siempre a las cuestiones clásicas de la filosofía para explorar el para qué y el cómo los sujetos «enferman», y llegando a abarcar una dimensión verdaderamente cultural y social:

(…) Mi interés luego en un largo détour en la Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia, volvió a los problemas culturales que tanto me habían fascinado largo tiempo atrás, cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar. En el seno de mi labor analítica (1912) ya había intentado en Tótem y tabú emplear los nuevos hallazgos descubiertos por el análisis a objeto de investigar los orígenes de la religión y de la moral. Llevé recientemente esa investigación un paso adelante en dos últimos trabajos: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930) (…) Estos estudios aunque originados en el psicoanálisis y que se alejan mucho de él, tal vez han despertado más simpatía del público que el propio psicoanálisis. (…) Fue en 1929 cuando con palabras no menos fértiles que amistosas, Thomas Mann, uno de los bien conocidos escritores alemanes, encontró un lugar para mí en la historia del pensamiento moderno. Algo más tarde a mi hija Anna, actuando como mi apoderada, se le dio una recepción en la Rathaus de Francfort del Meno, con ocasión de haberme otorgado el premio Goethe para 1930. Ese fue el cenit de mi vida ciudadana. nota [4. Sigmund Freud, Autobiografía, O. C., p. 2799.]

Sin un trabajo de estudio e investigación sobre las producciones de los grandes pensadores de nuestra cultura sería impensable aproximarse a «entender» y «atender» a un sujeto que sufre y demanda atención. Recordemos nuevamente la sentencia de Lacan refiriéndose al trabajo del psicoanalista:

«Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.» nota [5. Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», Escritos, op. cit., p. 309.]

La tarea es sencillamente imposible, pero no por ello deja de ser imperativa para el ejercicio de este oficio. nota [6. «Pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones “imposibles” en que se puede dar anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar»: Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, O.C., p. 3361.]

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La historia de cada sujeto se fragua lenta o bruscamente por el fuego de decepciones, renuncias, ilusiones, deseos, esperanzas. Pero hasta el último momento de la existencia puede dársele algún sentido a tanto dolor, sufrimiento y algunas alegrías.

En 1929, en un escrito titulado «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Thomas Mann afirmaba sin ambages: «El psicoanálisis, no cabe la menor duda, forma parte del movimiento científico de nuestros días». nota [7. Thomas Mann, «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Alianza, Madrid, 2000, pp. 163-164.] Y agregaba más adelante:

Esta doctrina es revolucionaria. Es revolucionaria no sólo en el sentido científico y en relación con métodos anteriores de conocimiento, sino también en el sentido más auténtico, más imposible de malentender y de tergiversar: es revolucionaria en el sentido de la definición que el romanticismo alemán dio a la palabra «revolución». Resulta conmovedor el hecho de que Freud haya recorrido el duro camino de sus conocimientos en total soledad (…) nota [8. Ibídem.]

En ese sentido Freud fue y es, sin duda, un hombre temido. Temido por su obra, por sus postulados subversivos. Alejó su metapsicología de la psicología y tomó prudente distancia de la filosofía, aun reconociendo que ésta también busca respuesta a los interrogantes por el ser; pero tomó otra vía, la de la investigación sistemática de los procesos psíquicos inconscientes, fundando una ciencia conjetural que desenmascaró la promesa de una felicidad real y reveló lo inútil de pretender conquistarla. «Amor es lo que nos mantiene juntos», decía Novalis; el Eros empuja a la integración, a la unión, el Thánatos, a la destrucción, a la agresividad: Freud nos recordó que ambos cohabitan en las entrañas de nuestra alma.

«El hombre es un ser que no entiende nada del niño, nada de la mujer», nota [9. Henri Michaux, Un bárbaro en Asia, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 127.] sentenciaba Michaux. Freud fue el primero que comenzó a dilucidar los enigmas de la infancia, escuchó atentamente el relato de mujeres, siendo una de ellas la que le brindó la llave de su posterior descubrimiento, se enfrentó por primera vez al ser humano padeciente, herido, como a un sujeto, hablante y deseante, escuchó su voz e investigó su lenguaje. Intelectualmente huérfano y en la casi absoluta soledad, Freud fundó una ciencia conjetural nueva con un objeto propio ―el inconsciente―, cuya problemática central podemos resumir, en palabras de Althusser, como «la “hominización” forzada del pequeño animal humano en hombre o mujer» nota [10. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op. cit., p. 39.] : «Uno de los “efectos” del devenir-humano del pequeño ser biológico originado en el parto humano». nota [11. Ibídem, p. 36.]

A pesar de tantas distorsiones y confusiones, el objeto del psicoanálisis y de los dispositivos como el A.T., que a partir de él se han desarrollado, no es «la locura», «la sin-razón», el malestar, la «anormalidad»…, sino que es, ni más ni menos, lo que hace del sujeto un sujeto.

Quisiera clausurar estas líneas recordando los momentos finales de la vida de Sigmund Freud. Ya en un estadio avanzado de su enfermedad, Freud pidió a su médico personal que le evitara pasar por un tormento innecesario, a lo que el médico accedió, después del consentimiento de Anna, su hija:

El Dr. Schur le inyectó tres dosis de morfina de tres centigramos cada una, que acabaron por sumir a Freud, en la madrugada del 23 de septiembre de 1939, en un profundo sueño, inanalizable ya. nota [12. Carlos Gómez Sánchez, Freud y su obra, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 351.]