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Wilhelm Reich: breve biografía

Wilhelm Reichnació en Dobrzcynica, Galitzia, el 24 de marzo de 1897. En 1915 se incorpora al ejército austríaco combatiendo en el frente italiano en la Primera Guerra; al finalizar ésta se traslada a Viena e ingresa en la Facultad de Medicina. En 1919 entra en contacto con el psicoanálisis y, en 1920 avalado por Freud, es admitido como miembro en la Sociedad Psicoanalítica, siendo nombrado director del Seminario de técnica psicoanalítica en 1924.

En 1930 se marcha a Berlín donde crea centros gratuitos de sexología e higiene mental. Tras el ascenso de Hitler se exilia en Dinamarca, Suecia y Noruega. Apartado del Partido Comunista y de la Sociedad Psicoanalítica, en 1939 emigra a EE. UU.

En 1947 la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) abre una investigación sobre sus actividades que concluye en una condena de dos años de prisión. El 3 de noviembre de 1957 fallece en la penitenciaría federal de Lewisburg, Pensilvania.




Sexualidad y Política: La «Sexpol» de Wilhelm Reich

En «El malestar en la cultura», Sigmund Freud consideró que las fuentes de sufrimiento a las que está sometido todo sujeto humano son al menos tres:

  • el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación;
  • el mundo exterior, las fuerzas de la naturaleza y los límites y la moral de la propia sociedad;
  • las relaciones con los semejantes[1].

El sufrimiento que emana de esta última fuente, sugiere Freud, quizá sea más doloroso que cualquier otro; pero más allá de los cuidados que pueda dar a su cuerpo o a su entorno natural inmediato, es en el hostil territorio de las relaciones con los semejantes donde, si las circunstancias lo permiten, el sujeto puede y debe hacer algo.

Pero no todos los sujetos están en condiciones para afrontar la tarea de librarse de estos sufrimientos ni tampoco los métodos terapéuticos que la sociedad les ofrece tienen la base ética y teórica que les permitan armarse para  afrontarlos. Entre estos métodos nos encontramos con los de las «psicologías adaptativas del yo» que reniegan del descubrimiento del inconsciente y del concepto de sujeto que terminan sustituyendo por el de «individuo». Estas psicologías, que en sus diferentes variantes tienen gran éxito actualmente al prometer a sus «clientes» éxito terapéutico inmediato, basan sus propuestas en términos huecos tales como «personalidad», «yo débil», «resiliencia», «autoestima», bajo el sello del mercado capitalista que exige «rendimiento», «eficacia», imposición del valor de cambio sobre el valor de uso

Freud señaló el abuso clínico que ya en su época se hacía de uno de esos términos:

La expresión «personalidad» es un término poco definido de la psicología superficial, que no aporta nada a la comprensión de los procesos reales, es decir, metapsicológicamente inútil. Sin embargo cuando uno lo utiliza, enseguida cree haber dicho algo sustancioso[2].

Portada de la edición castellana del libro de Russell Jacoby

Por su parte, Wilhelm Reich fue implacable con estos desvíos que devaluaron —y que continúan haciéndolo—, el concepto de psiquismo y que desembocaron en una psicología conformista al servicio de la realidad burguesa establecida; tal y como se refleja hoy día, tenemos como ejemplo las campañas gubernamentales de fomento del «emprendimiento individual» para el despliegue narcisista de los maltrechos individuos reducidos a meros consumidores. A la par de estas psicologías, nos encontramos con un «psicoanálisis diluido», como agente auxiliar de la psiquiatría que reduce su tarea a etiquetar «pacientes»: hiperactivo, antisocial, etc., acto donde la actividad de pensar y analizar éticamente el malestar cede el paso a la perversión de clasificar e imponer a los sujetos la tarea de identificación con el rótulo asignado, impulsando a hacer de este un modo de estar en el mundo. Prácticas de ingeniería social que abarcan un amplio espectro de «pseudoterapias» que van desde la psicología humanista de mercado, las consultorías psicológicas hasta las terapias «new age» que pretenden hacer pasar por sabiduría unos cuantos comentarios vacíos[3], y que consideran que el sujeto puede enfrentarse a los obstáculos de la sociedad —que no es necesario cambiar, puesto que sería la mejor de las posibles— tan solo cambiando la mirada que se tenga de ellos o simplemente adaptándose, posición reaccionaria donde las haya. Destaquemos como ejemplo el revisionismo psicoanalítico que terminó sustituyendo las nociones de conflicto, ambivalencia y contradicción, centrales en la teoría clínica Freudiana, por el de «adaptación».

El sistema capitalista burgués, en todas sus formas, siendo el fascismo la más cruda, basa su supervivencia en la inoculación del miedo —al extranjero, al diferente— y en la construcción del enemigo; hace de inseguridad de los ciudadanos una industria y de la sanidad pública un negocio como se puede apreciar en el control impuesto por la industria farmacéutica sobre la salud de la población, creando un imperio hoy en pleno apogeo y que en tiempos de Reich, sobre todo a partir de la Segunda guerra, ya estaba edificando.

Reich destacó que el psicoanálisis socava sin atenuaciones la ideología burguesa, pero pierde su fuerza revolucionaria cuando es reducido a una simple terapia de «adaptación». De este modo, cuando se despoja a la teoría psicoanalítica de su valor crítico con la cultura, convirtiéndola en un instrumento para obtener la adaptación y resignación de los «pacientes» a las condiciones de su existencia, se traiciona el alcance social de sus postulados fundacionales:

En lo que se refiere a las restricciones que sólo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie (…) cuando una civilización no ha logrado evitar que la satisfacción de un cierto número de sus partícipes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoría quizá —y así sucede en todas las civilizaciones actuales—, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de los oprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales, pues, por el contrario, se negarán a reconocerlas, tenderán a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas. (…) No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece[4].

El trabajo de Wilhelm Reich gira en torno a la articulación del sujeto del trabajo y el sujeto del deseo destacando el lugar que la sexualidad —en el sentido amplio que el psicoanálisis confiere a la sexualidad humana— ocupa en la vida psíquica de los sujetos, poniendo todo su empeño en resaltar el carácter social del psicoanálisis que los propios psicoanalistas se encargan de vaciar de su contenido crítico. Cuando el psicoanálisis se adapta a la moral de la sociedad burguesa experimenta lo mismo que experimenta el marxismo en manos de socialdemócratas y reformistas: termina pereciendo[5]. La posición crítica de Reich acompañada de sus actividades políticas y sociales nunca fueron bien recibidas en la comunidad psicoanalítica vienesa y así se lo hicieron saber siendo esto uno de los motivos que le llevó a presentar su renuncia al instituto psicoanalítico vienés al propio Freud, quien siempre le consideró uno de sus discípulos e investigadores más brillantes y a la vez más conflictivos. Acto seguido Reich se traslada a Berlín donde inmediatamente se incorporará al Instituto Psicoanalítico alemán y entrará en contacto con el Instituto de Investigación Social, más conocido como Escuela de Frankfurt. Bajo el auspicio de la organización de cultura del Partido Comunista alemán Reich funda en Berlín en 1931 la Asociación Federal Alemana para Políticas Sexuales Proletarias (Deutscher Reichsverband für Proletarische Sexualpolitik), más conocida como Sexpol; un proyecto que rescata las premisas de emancipación de la sexualidad de la teoría psicoanalítica.

El primer Congreso de la Sexpol se celebra en Dusseldorf, con gran éxito de participación. Algunas de las propuestas que surgen del Congreso son, entre otras, la distribución gratuita de medios anticonceptivos a las capas sociales necesitadas a través de ambulatorios y centros de información sexual, la abolición de las leyes contra el aborto y la homosexualidad, la mejora de las condiciones laborales de las mujeres después del parto. Además la creación de centros de información para mujeres embarazadas y para madres, la abolición de todos los obstáculos para contraer o disolver el matrimonio, la prevención de enfermedades sexuales mediante una campaña masiva de divulgación sexual y talleres para la educación sexual y la instalación de guarderías en las fábricas y en centros de trabajo[6].

La actividad de la Sexpol, que fue incrementado sustancialmente el número de afiliados, estudiantes y simpatizantes, siguió inquietando a la ortodoxia del partido por su «desviación burguesa». Reich comparte con los marxistas, aunque en otro sentido, que el psicoanálisis sea un fenómeno consecuencia de la «decadencia de la burguesía» ya que sin ella no hubiese surgido jamás. De igual modo la teoría marxista surge de la misma decadencia burguesa que se sostiene en la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas[7]. Reich hará manifiestas sus críticas al partido, entre ellas la miopía de este para comprender el ascenso del fascismo, críticas que obviamente no fueron bien recibidas por sus dirigentes: Wilhelm Reich será expulsado del partido comunista y la asociación Sexpol disuelta en 1933 por la presión del propio partido y por la intervención directa de las autoridades del régimen nacionalsocialista.


[1] Sigmund Freud, «El malestar en la cultura», O.C., p., 3025.

[2] Sigmund Freud, carta a Karl Abraham de 21 de octubre de 1907, traducción de Editorial Síntesis, Obras Completas, vol. VIII, RBA Coleccionables, 2007,  p. 17.

[3] Russell Jacoby, La amnesia social, traducción de Neri Daurella, 2 culturas, Barcelona, 1977, pp. 110-112.

[4] Sigmund Freud, «El porvenir de una ilusión», op. cit. tomo VIII, pp. 2965-2966.

[5] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, Siglo XXI Editores, México, 1970, p. 55.

[6] Ilse Ollendorf Reich, Wilhelm Reich. Una biografía personal, traducción de Julio Crespo, Granica Editor, Buenos Aires, 1972, pp. 46-47.

[7] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit. p. 7.





«Psicología de masas del fascismo»: Nueva edición actualizada

La «gran depresión capitalista» de los años treinta en Europa podía presagiar una revuelta social protagonizada por las organizaciones obreras y sindicales y por los partidos de izquierda. 

Pero por el contrario, con el apoyo popular se produjo el ascenso, inspirada en el fascismo italiano, de la extrema derecha en Alemania en las elecciones de julio y de noviembre de 1932, consolidándose el NSDAP —Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán— como primera fuerza política. A consecuencia de esto, el 30 de enero de 1933 Hitler es nombrado canciller imperial. Estos resultados electorales le permiten a Reich comprobar cómo la situación social y económica de las masas no se reflejan necesariamente en la conciencia social de los trabajadores.



Por qué la mayoría acepta la explotación y se sumerge en la empresa de satisfacer deseos impuestos por la clase que la domina entregándose de lleno al matadero del capitalismo? Si las condiciones sociales y económicas «objetivas» están dadas para que se produzca una revuelta, ¿qué estructura caracterológica en los sujetos lo impide?

«Ya hemos visto que las situaciones económica e ideológica de las masas no tienen por qué coincidir y que incluso puede haber entre ellas una divergencia notable. La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia política; si ello fuera así, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo».

Wilhelm Reich —mediante un riguroso uso de las herramientas epistemológicas que la sociología sexoeconómica, la antropología, el psicoanálisis, el materialismo dialéctico y el análisis del carácter le brindan— analiza dicha contradicción, esa brecha existente en la «conciencia» de las masas entre la realidad material y la realidad percibida, entre la realidad social y económica de explotación y represión y la conciencia efectiva que de ella se tiene, contradicción que requiere un urgente esclarecimiento, puesto que en lugar de desvanecerse, manifiesta su insistencia en solidificarse.

En las páginas de «Psicología de masas del fascismo», un libro clásico publicado en 1933, y ahora disponible en una edición completa, Reich nos da claves para afrontar la tarea.


Wilhelm Reich nació en Dobrzcynica, Galitzia, el 24 de marzo de 1897. En 1915 se incorpora al ejército austríaco combatiendo en el frente italiano en la Primera Guerra; al finalizar ésta se traslada a Viena e ingresa en la Facultad de Medicina. En 1919 entra en contacto con el psicoanálisis y, en 1920 avalado por Freud, es admitido como miembro en la Sociedad Psicoanalítica, siendo nombrado director del Seminario de técnica psicoanalítica en 1924. En 1930 se marcha a Berlín donde crea centros gratuitos de sexología e higiene mental. Tras el ascenso de Hitler se exilia en Dinamarca, Suecia y Noruega. Apartado del Partido Comunista y de la Sociedad Psicoanalítica, en 1939 emigra a EE. UU. En 1947 la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) abre una investigación sobre sus actividades que concluye en una condena de dos años de prisión. El 3 de noviembre de 1957 fallece en la penitenciaría federal de Lewisburg, Pensilvania.




Wilhelm Reich (I): la psicología de masas del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años ´30 y el ascenso del fascismo

La «gran depresión capitalista» de los años treinta en Europa podía presagiar una revuelta social protagonizada por las organizaciones obreras y sindicales y por los partidos de izquierda. Pero por el contrario con el apoyo popular se produjo un ascenso de la extrema derecha, inspirada en el fascismo italiano, ascenso que se reflejó en los resultados electorales de julio y noviembre de 1932, donde el NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, se consolida como primera fuerza, «un partido sin historia, que surge repentinamente en la vida política de Alemania», y que desembocará en el nombramiento de Hitler como canciller imperial el 30 de enero de 1933.

Estos resultados electorales le permiten a Wilhelm Reich comprobar cómo la situación social y económica de las masas no se reflejan necesariamente en la conciencia social de los trabajadores y se dedica, en «Psicología de masas del fascismo» publicado en agosto de 1933, a investigar las raíces de esta contradicción.

La matanza de Schattendorg

En una pequeña ciudad al sureste de Viena se celebra el 30 de enero de 1927 por la tarde una asamblea de militantes socialdemócratas. Antes de su comienzo un grupo paramilitar de extrema derecha dispara sobre los asistentes, matando a varios, entre ellos dos niños. Los asesinos huyen sin mayor dificultad del lugar. El ayuntamiento de la ciudad, de mayoría socialdemócrata, solicita al gobierno central encabezado por el derechista partido socialcristiano capturar y condenar a los autores de la matanza, así como la disolución de las organizaciones reaccionarias austríacas en activo, entre ellas la Heimwehr[2]. Una vez detenidos son juzgados y el 14 de julio del mismo año los magistrados asignados deciden absolverlos. . Al día siguiente del fallo judicial el partido socialdemócrata y la federación sindical convocan una breve huelga general de quince minutos pero ninguna manifestación de protesta. Pese a ello los trabajadores se concentran en las calles de la Viena Roja prendiendo fuego al Palacio de Justicia. La policía dispara sobre los manifestantes matando a un centenar de ellos. Wilhelm Reich presencia las cargas policiales en el barrio del Schottenring donde en ese momento estaba pasando consulta:

A las 10 de la mañana del 15 de julio de 1927, un médico vino a mi consulta para cumplir con su cita habitual de análisis. Me dijo que había estallado una huelga del Sindicato de Trabajadores de Viena. Varias personas ya habían sido asesinadas por la policía y los trabajadores ya habían ocupado el área interior de la ciudad. En este momento, interrumpí la sesión y caminé hacia Schottenring, muy cerca de mi casa [3].

La guardia paramilitar del Partido Socialista, la Schutzbund[4], se encarga de desconvocar a sus propios militantes en lugar de evitar la masacre. La orden de desmovilización le parece a Reich inexplicable, ya que aún en el caso de querer evitar un choque abierto con la policía los dirigentes socialistas estaban al menos obligados a proteger a los obreros, pero por el contrario ordenaron a sus tropas de seguridad acuartelarse, mientras la policía reprimía a los manifestantes[5]. Actuaciones como la de la Schutzbund, comentará posteriormente Reich, desembocará el 14 de febrero de 1934 en el derrumbamiento de la socialdemocracia austríaca promovido por estos mismos grupos reaccionarios que en 1927 habían llevado a cabo impunemente su primera actuación criminal en la pequeña ciudad austríaca de Schattendorf. Los sucesos suponen un punto de inflexión en el pensamiento de Reich y en su obra posterior, sorprendido también por la reacción de la masa: «Me maravilló la mansedumbre de la población. La multitud era tan fuerte que habría podido literalmente despedazar a los pocos policías. ¿Por qué la multitud miraba sin hacer nada, absolutamente nada, para parar la matanza? Me parecía incomprensible?»[6].

Decepcionado con los socialdemócratas adhiere al partido comunista austríaco donde una de sus primeras acciones como militante es crear, vinculada al área de cultura del partido, la Sociedad Socialista de Información e Investigación Social, así como poner en marcha las primeras clínicas de higiene sexual destinadas a la atención psicológica y social de trabajadores para la resolución y prevención de conflictos emocionales cotidianos. Esta actividad social abarcaba asesoramiento sobre métodos anticonceptivos, embarazos no deseados, consultas ginecológicas, talleres de lectura, conferencias y debates grupales. Los servicios eran gratuitos y estaban sostenidos por la iniciativa privada de los propios profesionales y por el personal voluntario, entre ellos médicos, sanitarios y estudiantes en formación. Las clínicas brindaban un trabajo de atención amplio que tuvo una gran acogida por parte de la comunidad, pero sujeto a las limitaciones materiales producto de las malas condiciones sociales que padecía la población, condiciones que como bien afirmó Reich están el origen de los malestares psíquicos y anímicos.

Peer Gynt en la Viena Roja [7]

 Wilhelm Reich nace el 24 de marzo de 1897 en Galitzia, en el oriente del imperio austro-húngaro. A los 23 años obtiene la licenciatura de medicina y la especialidad en neuropsiquiatría en la Universidad de Viena e ingresa en el Instituto Psicoanalítico de la ciudad. Al entrar en contacto con la obra de Sigmund Freud comenzará a interesarse por la función de la sexualidad humana más allá de la función de reproducción, profundizando en la investigación de las diferencias que la teoría psicoanalítica plantea entre «sexualidad» y «genitalidad» así como en el estudio de los cimientos epistemológicos construidos con conceptos —hoy día muy citados pero desconocidos en su pleno valor científico— tales como identificación, repetición, narcisismo, inconsciente y otros dos que son centrales en el libro que aquí presentamos: libido y represión.

Al año siguiente de su admisión en el Instituto expone su primera ponencia titulada «Conflictos de la libido y formaciones delirantes en Peer Gynt de Ibsen». A raíz de los acontecimientos de Schattendorg suma a sus investigaciones las obras de Karl Marx y de Friedrich Engels, articulando conceptos marxistas, que le permitan profundizar en el análisis del origen social de las problemáticas psíquicas, con conceptos psicoanalíticos que den cuenta del papel que ocupa la represión social y la economía sexual, resaltando que si la sociedad no ofrece las condiciones mínimas materiales de existencia la terapia y la educación serían tarea de Sísifo: ¿de qué modo podrá un terapeuta ayudar a los sujetos a liberarse de sus síntomas e inhibiciones psíquicas cuando la sociedad no ofrece las condiciones sociales básicas?

Observando las limitaciones y el desinterés del Estado en la atención de las problemáticas anímicas de la población Freud manifestó la necesidad de abrir centros de atención gratuitos para aquellas personas sin recursos para costearse un tratamiento:

(…) alguna vez habrá de despertar la conciencia de la sociedad y advertir a ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis (…) Se crearán entonces instituciones médicas en las que habrá analistas encargados de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los hombres que, abandonados a sí mismos, se entregarían a la bebida, a las mujeres próximas a derrumbarse bajo el peso de las privaciones y a los niños, cuyo único porvenir es la delincuencia o la neurosis. El tratamiento sería, naturalmente, gratis. Pasará quizá mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligación suya[8].

Freud fue redefiniendo su concepción de los trastornos psíquicos, dejándolos de considerar que fueran un problema exclusivo de los pacientes para analizarlos como un problema social más amplio, siendo por tanto la responsabilidad de la atención de las problemáticas mentales una cuestión que implica a toda la comunidad civil. A partir de este discurso que Freud pronuncia en el Congreso celebrado en Budapest en septiembre de 1918, miembros del Instituto Psicoanalítico de Viena fundan en 1922 la Policlínica Psicoanalítica, primera clínica gratuita del Instituto en la llamada Viena Roja conocida como Ambulatorium[9] y destinada a la atención de trabajadores, estudiantes y personas sin recursos.

Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la «Viena Roja».

En 1924 Reich, avalado por Freud, pasa a ser coordinador del «Seminario de terapia psicoanalítica» del Instituto y dos años más tarde codirector del Ambulatorium. La actividad de investigación teórica y militante articulando postulados psicoanalíticos y marxistas sumados a la publicación del libro La función del orgasmo[10] le genera a Reich resistencias a su trabajo tanto desde el campo psicoanalítico vienés como del entorno ortodoxo y burócrata del partido comunista. En 1928 la Federación Universitaria de Viena le invita a dar una serie de conferencias; una de ellas la titula «El sufrimiento sexual de las masas» con una gran acogida por parte de los asistentes y la segunda, «La relación del psicoanálisis y la sociología de Marx», puso en alerta al aparato del partido que envía un psiquiatra desde Moscú para presenciar la ponencia con el objeto de valorar los insistentes intentos de Reich de articular el psicoanálisis con el marxismo. El psiquiatra soviético consideró que el psicoanálisis no tiene cabida alguna en la lucha revolucionaria por ser una «ciencia burguesa». Esta sentencia supuso un terrible golpe al trabajo científico y militante de Reich que sostenía que no hay posibilidad efectiva de práctica clínica sin práctica política. Sus trabajos sobre higiene y economía sexual fueron considerados prescindibles ignorando que las propuestas de Reich atacaban directamente a los cimientos de la moral burguesa que el partido supuestamente pretendía combatir.

Viaje a la URSS.

En septiembre de 1929, atraído por la experiencia revolucionaria soviética, viaja a la Unión Soviética para comprobar la valoración que allí se tenía del psicoanálisis más allá del juicio emitido por el funcionario ruso que presenció su conferencia. Durante su estancia en Moscú entra en contacto con Vera Schmidt, educadora infantil de orientación psicoanalítica[11], pudiendo comprobar las transformaciones sociales conseguidas por la revolución de octubre, tales como las leyes sobre el matrimonio civil, el divorcio, la interrupción del embarazo, la legislación del aborto, la eliminación de la ley zarista que condenaba la homosexualidad, la educación sexual, entre otras, pero pese a esos avances «en la existencia sexual objetiva se sentía la ausencia de una teoría sexual adecuada (…) era innegable que en la Unión Soviética no se había captado el carácter revolucionario de la teoría sexual psicoanalítica, se la rechazaba a causa de su aburguesamiento y esto tornaba aun más difícil su reconocimiento»[12]. En un periódico moscovita publica el ensayo «Materialismo dialéctico y psicoanálisis», obra clave en el pensamiento de Reich y una sólida apuesta intelectual por el encuentro entre marxismo y psicoanálisis, que paradójicamente terminará desencadenando su expulsión tanto del partido comunista como de las asociaciones psicoanalíticas.

Reich desarrolló su movimiento de política sexual desde la lucha contra el capitalismo y el fascismo; manteniendo una permanente crítica a la actuación de las organizaciones «progresistas» que desnaturalizaban los enunciados y proclamas que supuestamente ellas mismas defendían, intentó construir una teoría materialista, dialéctica e histórica que permitiera comprender y transformar la realidad social e individual basada en el estudio y análisis de la economía política y libidinal, mediante el análisis crítico de las instituciones burguesas: la escuela y la familia coercitivas, el ejército, la iglesia, los partidos políticos y los efectos de todas ellas en la psicología de las masas.

A su regreso a Viena, decepcionado con las posturas políticas del partido comunista austríaco sumada a la hostilidad que le manifiestan los psicoanalistas vieneses decide trasladarse a Berlín, donde espera encontrar un clima intelectual y libertario más propicio para su trabajo y poder así profundizar su investigación no solo en las particularidades caracterológicas de los pacientes sino fundamentalmente en cómo las condiciones sociales y culturales participan directamente en la génesis de las problemáticas psíquicas.


[1] Henrik Ibsen, Peer Gynt, Editorial Losada, Buenos Aires, 2007.

[2] Grupo paramilitar nacionalista que operó en Austria entre 1918 y 1936 inspirado en los regímenes de Italia y Hungría, que pretendía acabar con el sistema republicano parlamentario, objetivo que junto a otros grupos similares finalmente consiguieron. Véase Elisabeth Ann Danto, Psicoanálisis y justicia social (1918-1938), traducción de Rosalba Zaidel, Editorial Gredos, Madrid, 2013, p. 252.

[3] Wilhelm Reich, People in Trouble (The Emotional Plague of Mankind, Vol. II), Farrar, Straus and Giroux, New York, 1976, p. 23.[trad. de los eds.].

[4] Republikanischer Schutzbund (Liga de Defensa Republicana), formación paramilitar controlada por el Partido Socialdemócrata de Austria, creada tras la Primera Guerra Mundial, que en ese momento contaba con cincuenta mil efectivos bien armados y entrenados.

[5] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 23-24.

[6] Wilhelm Reich, op. cit., pp. 25-26. Véase Luigi De Marchi, Wilhelm Reich, biografía de una idea, traducción de Secundi Sañé, Ediciones Península, Barcelona, 1974, p. 60.

[7] Terminada la Gran Guerra, una política de planes sociales del gobierno municipal para la construcción de viviendas, promoción de la cultura y asistencia social llevó a que la ciudad fuera conocida como la  «Viena Roja».

[8] Sigmund Freud, «Los caminos de la terapia psicoanalítica», traducción de Luis López-Ballesteros, Obras Completas, tomo VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, pp. 2461-2462.

[9] Elizabeth Ann Danto, op. cit. p. 17.

[10] Wilhelm Reich, La función del orgasmo, traducido por Felipe Suárez, Paidós, Barcelona, 1981.

[11] Pueden consultarse los cuadernos editados por Anagrama, dirigidos por Ramón García con textos de Wilhelm Reich y Vera Schmidt, Psicoanálisis y educación 1 y 2, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973.

[12] Wilhelm Reich, La irrupción de la moral sexual, Editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1973, p. 18.




Wilhelm Reich (II): políticas sexuales proletarias

Fundación de la «Sexpol»

En «El malestar en la cultura», Freud considera que las fuentes de sufrimiento a las que está sometido el sujeto humano son al menos tres: el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior, las fuerzas de la naturaleza y la sociedad; y las relaciones con los semejantes[1]. El sufrimiento que emana de esta última fuente dice Freud que quizá sea más doloroso que cualquier otro; pero más allá de los cuidados que pueda dar a su cuerpo o a su entorno natural inmediato, es en el hostil territorio de las relaciones con los semejantes donde, si las circunstancias lo permiten, el sujeto puede y debe hacer algo. Pero no todos los sujetos están en condiciones para la tarea de librarse de estos sufrimientos ni tampoco los métodos terapéuticos que la sociedad le ofrece tienen la base ética y teórica que le permitan armarse para afrontarlos.



Entre estos métodos nos encontramos con los de las «psicologías adaptativas del yo» que reniegan del descubrimiento del inconsciente y del concepto de sujeto que terminan sustituyendo por el de «individuo». Estas psicologías, que en sus diferentes variantes tienen gran éxito actualmente al prometer a sus «clientes» éxito terapéutico inmediato, basan sus propuestas en términos huecos tales como «personalidad», «yo débil», «resiliencia», «autoestima», bajo el sello del mercado capitalista que exige «rendimiento», «eficacia», imposición de valor de cambio sobre valor de uso… Freud señaló el abuso clínico que ya en su época se hacía de uno de esos términos:

La expresión “personalidad” es un término poco definido de la psicología superficial, que no aporta nada a la comprensión de los procesos reales, es decir, metapsicológicamente inútil. Sin embargo cuando uno lo utiliza, enseguida cree haber dicho algo sustancioso[2].

Reich fue implacable con estos desvíos que devaluaron el concepto de psiquismo y que desembocaron en una psicología conformista al servicio de la realidad burguesa establecida; tal y como se refleja hoy día, tenemos como ejemplo las campañas gubernamentales de fomento del «emprendimiento individual» para el despliegue narcisista de los maltrechos individuos reducidos a meros consumidores. A la par de estas psicologías nos encontramos un «psicoanálisis diluido», como agente auxiliar de la psiquiatría que reduce su tarea a etiquetar «pacientes»: hiperactivo, antisocial, etc., acto donde la actividad de pensar y analizar éticamente el malestar cede el paso a la perversión de clasificar e imponer a los sujetos la tarea de identificación con el rótulo asignado y hacer de éste un modo de estar en el mundo. Prácticas de ingeniería social que abarcan un amplio espectro de «pseudoterapias» que van desde la psicología humanista de mercado, consultorías psicológicas hasta las terapias «new age» que pretenden hacer pasar por sabiduría unos cuantos comentarios vacíos[3], y que consideran que el sujeto puede enfrentarse a los obstáculos de la sociedad —que no es necesario cambiar, puesto que sería la mejor de las posibles— cambiando la mirada que se tenga de ellos o adaptándose, posición reaccionaria donde las haya. Destaquemos como ejemplo el revisionismo psicoanalítico que terminó sustituyendo las nociones de conflicto, ambivalencia y contradicción, centrales en la teoría clínica freudiana, por el de «adaptación». El sistema capitalista burgués, en todas sus formas, siendo el fascismo la más cruda, basa su supervivencia en la inoculación del miedo —al extranjero, al diferente—; en la construcción del enemigo; de la inseguridad de los ciudadanos hace una industria y de la sanidad pública un negocio como se comprueba en el control que impone la industria farmacéutica sobre la salud de la población y que en tiempos de Reich, sobre todo a partir de la Segunda guerra, ya estaba imponiendo su imperio que hoy sabemos está en todo su apogeo.

Reich destacó que el psicoanálisis socava sin atenuaciones la ideología burguesa, pero pierde su fuerza revolucionaria cuando es reducido a una simple terapia adaptativa; de este modo cuando se quita a la teoría psicoanalítica su valor crítico con la cultura, convirtiéndola en un instrumento para obtener la adaptación y resignación de los «pacientes» a las condiciones de su existencia, se traiciona el alcance social de los postulados de su fundador:

En lo que se refiere a las restricciones que sólo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie (…) cuando una civilización no ha logrado evitar que la satisfacción de un cierto número de sus partícipes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoría quizá —y así sucede en todas las civilizaciones actuales—, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de los oprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales, pues, por el contrario, se negarán a reconocerlas, tenderán a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas. (…) No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece[4].

Símbolo reichiano que representa la teoría sobre la «Energía Orgónica»

El trabajo de Reich gira en torno a la articulación del sujeto del trabajo y el sujeto del deseo destacando el lugar que la sexualidad, en el sentido amplio que el psicoanálisis da a la sexualidad humana, ocupa en la vida psíquica de los sujetos, poniendo todo su empeño en resaltar el carácter social del psicoanálisis que los propios psicoanalistas se encargan de vaciar de su contenido crítico. Cuando el psicoanálisis se adapta a la moral de la sociedad burguesa experimenta lo mismo que experimenta el marxismo en manos de socialdemócratas y reformistas: termina pereciendo[5]. La posición crítica de Reich acompañada de sus actividades políticas y sociales nunca fueron bien recibidas en la comunidad psicoanalítica vienesa y así se lo hacen saber siendo esto uno de los motivos que le lleva a presentar su renuncia al instituto psicoanalítico vienés al propio Freud, que siempre lo consideró uno de sus discípulos e investigadores más brillantes y a la vez más conflictivos. Reich se traslada a Berlín donde inmediatamente se incorporará al Instituto Psicoanalítico alemán y entrará en contacto con el Instituto de Investigación Social, más conocido como Escuela de Frankfurt. Bajo el auspicio de la organización de cultura del Partido Comunista alemán Reich funda en Berlín en 1931 la Asociación Federal Alemana para Políticas Sexuales Proletarias (Deutscher Reichsverband für Proletarische Sexualpolitik), más conocida como Sexpol; un proyecto que rescata las premisas de emancipación de la sexualidad de la teoría psicoanalítica.

El primer Congreso de la Sexpol se celebra en Dusseldorf siendo un éxito de participación. Algunas de las propuestas que surgen del Congreso son la distribución gratuita de medios anticonceptivos a las capas sociales necesitadas a través de ambulatorios y centros de información sexual; abolición de las leyes contra el aborto y la homosexualidad; mejora de las condiciones laborales de las mujeres después del parto; creación de centros de información para mujeres embarazadas y para madres; abolición de todos los obstáculos para contraer o disolver el matrimonio; prevención de enfermedades sexuales mediante una campaña masiva de divulgación sexual y talleres para educación sexual; instalación de guarderías en las fábricas y en centros de trabajo, entre otras[6].

La actividad de la Sexpol, que fue incrementado sustancialmente el número de afiliados, estudiantes y simpatizantes, siguió inquietando a la ortodoxia del partido por su «desviación burguesa». Reich comparte con los marxistas, pero en otro sentido, que el psicoanálisis sea un fenómeno consecuencia de la «decadencia de la burguesía» ya que sin ella no hubiese surgido jamás; de igual modo la teoría marxista surge de la misma decadencia burguesa que se sostiene en la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas[7]. Reich hará manifiestas sus críticas al partido, entre ellas la miopía de este para comprender el ascenso del fascismo, críticas que obviamente no son bien recibidas. Reich será expulsado del partido y la asociación disuelta en 1933 por la presión del propio partido y por la intervención directa de las autoridades del régimen nacionalsocialista.


[1] Sigmund Freud, «El malestar en la cultura», O.C., p., 3025.

[2] Sigmund Freud, carta a Karl Abraham de 21 de octubre de 1907, traducción de Editorial Síntesis, Obras Completas, vol. VIII, RBA Coleccionables, 2007, p. 17.

[3] Russell Jacoby, La amnesia social, traducción de Neri Daurella, 2 culturas, Barcelona, 1977, pp. 110-112.

[4] Sigmund Freud, «El porvenir de una ilusión», op. cit. tomo VIII, pp. 2965-2966.

[5] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit., p. 55.

[6] Ilse Ollendorf Reich, Wilhelm Reich. Una biografía personal, traducción de Julio Crespo, Granica Editor, Buenos Aires, 1972, pp. 46-47.

[7] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit. p. 7.





Wilhelm Reich (III): la contradicción de las masas

El «Instituto Göring»

A mediados de 1927 se fundó en Alemania la Sociedad Médica General de Psicoterapia (AÄGP: Allgemeine Ärztliche Gesellschaft für Psychotherapie) que integrada por psiquiatras y psicoanalistas de renombre desempeñará una amplia actividad de investigación científica que se verá interrumpida en 1933,cuando asume su dirección Matthias H. Göring, primo del jerarca nazi y miembro activo del partido nacionalsocialista. Una de las primeras decisiones de Göring es exigirle la renuncia a su presidente el psiquiatra Ernst Kretschmer sustituyéndolo por Carl G. Jung, en ese momento vicepresidente de la Sociedad. nota [1. Elizabeth Roudinesco. La batalla de cien años (2), Editorial Fundamentos, Madrid, 1993, p.157.]

Publicación oficial del Instituto «Göring»



Ese mismo año la Sociedad Psicoanalítica de Alemania (DGP: Deutschen Psychoanalytischen Gesellschaft), fundada en 1910 por el propio Freud, ante la creciente presión del gobierno decide expulsar a los psicoanalistas judíos. En octubre de 1936, Göring funda el Instituto alemán para la investigación psicológica y psicoterapia (Deutsches Institut für psychologische Forschung und Psychotherapie) y modifica los programas formación de médicos y psicoterapeutas ofreciendo a Jung formar parte de la dirección del nuevo Instituto, cargo que acepta, siendo su primera tarea el desarrollo del programa y los contenidos de la Nueva psicoterapia alemana (Neue Deutsche Seelnhei Kunde). Göring explica con detalle la función de su Instituto:

Sabemos que hay miembros —y colegas— del partido que niegan la necesidad de psicoterapia, que afirman que la herencia es lo único que importa y que la educación es innecesaria. Como el Führer, reivindicamos que el carácter puede desarrollarse y por eso la psicoterapia es de la mayor importancia. Pues la psicoterapia, como Jung lo ha señalado una y otra vez, no consiste solo en curar a las personas, sino en hacer que las personas que carecen de una actitud correcta ante la vida encajen en nuestra sociedad nota[2. Elizabeth Ann Danto, op. cit. p. 379.]

A partir de ese momento, Jung y Göring se encargarán de coeditar la revista «Zentralblatt für psychotherapie», publicación oficial del Instituto nota[3. Elizabeth Ann Danto, op. cit. p. 352.] cambiando la línea editorial teórica y práctica que consistirá en reducir las enfermedades mentales a una cuestión de «higiene y pureza racial», así como eliminar la terminología psicoanalítica; y con el objeto de tener un control total del campo clínico Göring decide incorporar a su Instituto a la Sociedad Psicoanalítica de Alemania y al Instituto Psicoanalítico de Berlín, que pasa a llamarse Centro Ario de Psicoterapia a finales de 1933 nota[4. Elizabeth Roudinesco. La batalla de cien años (2), op. cit., p.157.].

La contradicción de las masas: el ascenso de Hitler

La gran «depresión capitalista» de los años treinta en Europa podía presagiar una revuelta social protagonizada por las organizaciones obreras y sindicales y por los partidos de izquierda. Pero por el contrario con el apoyo popular se produjo un ascenso de la extrema derecha, inspirada en el fascismo italiano, ascenso que se reflejó en los resultados electorales de julio y noviembre de 1932, donde el NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, se consolida como primera fuerza, «un partido sin historia, que surge repentinamente en la vida política de Alemania» nota[5. «Der Rote Aufbau», Jahrgang III. Heft 10. Berlín, Oktober 1930; en Wilhelm ReichPsicología de masas del fascismo. Madrid, Enclave de Libros y Fundación Aurora, 2020, p. 28.], y que desembocará en el nombramiento de Hitler como canciller imperial el 30 de enero de 1933. Estos resultados electorales le permiten a Reich comprobar cómo la situación social y económica de las masas no se refleja como podría esperarse en la conciencia social de los trabajadores y se dedica por tanto a investigar las raíces de esta contradicción:

Desde un punto de vista racional podría esperarse que las masas obreras reducidas a la miseria económica desarrollaran una aguda conciencia de su situación social y que madurara en ellas la voluntad de eliminar la miseria social. Igualmente sería de esperar que un trabajador en una situación social mísera se rebelara contra los abusos (…). Ya hemos visto que las situaciones económica e ideológica de las masas no tienen por qué coincidir y que incluso puede haber entre ellas una divergencia notable. La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia política; si ello fuera así, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo nota[6. Wilhelm Reich. Ibídem, p. 24.].

El análisis de esta brecha en la conciencia de las masas entre la realidad material y la realidad percibida, entre la realidad social y eonómica de explotación y represión y la conciencia efectiva que de ello se tienen, abre el trabajo que Reich despliega en este libro. ¿Por qué la mayoría acepta la explotación y se sumerge en la empresa de satisfacer deseos impuestos por la clase que la domina entregándose de lleno al matadero del capitalismo?; ¿si las condiciones sociales y económicas «objetivas» están dadas para que se produzca una revuelta revolucionaria, ¿qué estructura caracterológica en los sujetos lo impide? Pero allí donde se manifiesta una grieta, puede existir normalmente una articulación nota[7. Sigmund Freud. «Disección de la personalidad psíquica», en Lecciones introductorias al psicoanálisis, Lección XXXI, O.C., tomo VIII, 8, p. 3133.en I, tomo 8, p. 3133.]: el trabajador en esencia es revolucionario y reaccionario a la vez. En el caso alemán resulta evidente que no se puede reducir el ascenso del nacionalsocialismo a las circunstancias objetivas de la crisis económica, puesto que otros países también la padecieron y sus pueblos no sucumbieron a un partido que terminó cristalizando en una dictadura fascista, es decir, es necesario investigar otros factores en juego: factores históricos, culturales y sociológicos y que sumados al económico posibilitaron el ascenso del nazismo.

Reich detecta que los partidos y movimientos de izquierdas en su empeño en que las clases trabajadoras accedan a su «conciencia de clase», creyendo ingenuamente que ello puede conseguirse con solo enunciarles las leyes que rigen el ser social económico, fracasan una y otra vez —hoy día ni siquiera eso: los partidos de «izquierda» mediante campañas en las llamadas «redes sociales» se reducen a informar a las masas de electores sobre la corrupción de los otros partidos y a atemorizarlas con el fantasma, real por otra parte, del avance de los partidos de derecha y fascistas para captar sus votos. Es evidente que la conciencia de clase de las masas trabajadoras no siempre será coherente con su situación social, entendiendo «como elemento de conciencia de clase todo lo que se opone al orden burgués, todo lo que contiene gérmenes de rebelión» nota[8. Wilhelm Reich. «¿Qué es conciencia de clase?» en Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit. p. 139.].

La situación opresiva en que pueda estar inmerso un sujeto —sea esta laboral, económica, familiar…— no necesariamente se traslada de forma inmediata y directa a la conciencia del mismo: si así fuera, y si las condiciones necesarias estuvieran dadas, la rebelión contra dicha situación se efectuaría sin postergación alguna. Por el contrario, la situación de opresión o de encadenamiento psíquico sintomático en muchos casos es el propio sujeto quien las sostiene, aún pudiendo modificarlos. Ahora bien, si el sujeto aparentemente busca el bienestar o la disminución de tensiones dolorosas respondiendo al principio del placer ¿cómo se entiende que se aferre a situaciones que le producen malestar? Un sujeto puede renunciar a la satisfacción inmediata de un deseo respondiendo al principio de realidad como hemos señalado, pero ¿cómo se explica que renuncie a una satisfacción legítima y posible, y aún peor, que se sostenga en situaciones dolorosas y perjudiciales, contradiciendo la supuesta búsqueda de placer? En ese sentido Freud afirmó contra la creencia de que la vida psíquica se rige exclusivamente por el principio del placer que:

» (…) es inexacto hablar de un dominio del principio del placer sobre el curso de los procesos psíquicos. Si tal dominio existiese, la mayor parte de nuestros procesos psíquicos tendría que presentarse acompañada de placer o conducir a él, lo cual queda enérgicamente contradicho por la experiencia general»nota[9. Sigmund Freud.«Más allá del principio del placer», op. cit, tomo VII, p. 2508.]

Reich pone un ejemplo de la ligereza con que habitualmente los «expertos» analizan los fenómenos sociales. Si los obreros van a la huelga porque su salario ya no les permite vivir, su actuación deriva directamente de su situación económica, lo mismo vale para el hambriento que roba comida. No es necesaria una explicación psicológica para comprender el robo por hambre o la huelga como consecuencia de la explotación, no se trata de explicar por qué roba el hambriento o hace huelga el explotado, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roba y por qué la mayoría de explotados no se declaran en huelga nota[10. Wilhelm Reich. Ibídem, p. 90.]. Análogamente podemos decir que no debe sorprender que haya sujetos que se derrumben psíquicamente y deliren y sean tratados de «locos», por el contrario lo sorprendente es que dado la sociedad enajenante y represiva en la que están inmersos no haya más sujetos que se derrumben y deliren. La lógica dialéctica opera en el origen de las contradicciones no en la explicación fenomenológica causal. El método de análisis de Reich requiere investigar cómo se estructura el carácter del sujeto, cómo piensa, cómo actúa y sobre todo cómo manifiesta las contradicciones de su existencia. Su psicología política investiga los factores subjetivos y la estructura caracterológica e ideológica de los sujetos de una época dada que impiden la consonancia entre la realidad social y económica y la percepción consciente que se tiene de ellas, mediante el análisis del carácter eludiendo la posibilidad de caer en explicaciones reaccionarias tales como que el capitalismo es una manifestación de la avaricia de los humanos, o que las masas no se rebelan por pereza o desesperanza con la pretensión de dar cuenta de procesos psíquicos e históricos complejos mediante pecados capitales o por «rasgos de personalidad tipo». Es habitual explicar una conducta por su efecto: un niño no se concentra es sus tareas porque es hiperactivo, un adulto se droga porque es cocainómano. A esta confusión de la consecuencia con la causa Nietzsche la definió como una «auténtica corrupción de la razón» nota[11. Nietzsche, Friedrich. «Los cuatro grandes errores» en Crepúsculo de los ídolos, Alianza, Madrid, 2002, p. 67.].

Al final de la primera guerra Sigmund Freud le envía el borrador de «Más allá del principio del placer» a Sándor Ferenczi adjuntándole una carta donde le confiesa que intentará realizar un estudio para abordar una explicación de la psicología de las masas nota[12. Sigmund Freud. Carta a Sándor Férenczi de 12 de mayo de 1919, traducción de Editorial Síntesis, Obras Completas, vol. X, RBA Coleccionables, 2007, p. 431.]. Para tal empresa tomará como referencia un libro de Gustave Le Bon, pionero de la psicología social, publicado en 1895 que tuvo una gran recepción en el ámbito ideológico reaccionario de la época nota[13. Gustave Le Bon. Psicología de las masas, Ediciones Morata, Madrid, 2005.], y cuyos postulados principales analizará Freud en «Psicología de las masas y análisis del yo», libro que comienza con un axioma que permite darle la dimensión real a la obra freudiana: «La psicología individual es al mismo tiempo, y desde un principio, psicología social», lo que implica que, como reafirmó Reich, que «toda posibilidad de cura individual es inseparable de la transformación del todo social que produjo la enfermedad individual» nota[14. León Rozitchner. Freud y los límites del individualismo burgués, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1972, p. 296. Hay una edición reciente de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires de las Obras Completas de León Rozitcher, dirigida por Horacio González, 2013.].

En su estudio Freud se propuso «hallar una explicación psicológica de la modificación psíquica que la influencia de la masa impone a los individuos» nota[15. Sigmund Freud. «Psicología de las masas y análisis del yo», op. cit. tomo VIII, p. 2575.] y desentrañar el vínculo que el «líder» de una masa establece con los integrantes de la misma. Con este texto Freud abre un nuevo camino de investigación: el campo de lo grupal. El ensayo se publicará en 1922, tiempo antes de que se hiciera manifiesto el fascismo alemán. Freud hace hincapié en descartar la existencia de un instinto gregario innato en el individuo que justifique su adhesión a una masa y a un líder, como había propuesto otro investigador, el neurocirujano inglés Wilfred Trotter. Freud enumeró una serie de manifestaciones que caracterizan al individuo inmerso en la masa, entre ellas la «disminución de la actividad intelectual, la incapacidad de moderarse y retenerse —en sus impulsos y actos agresivos mientras permanece oculto entre la multitud—, y la tendencia a la transgresión de los afectos y a la completa derivación de éstos en actos». Explicar el sometimiento del individuo a la masa y al líder mediante la existencia de un instinto primario innato implicaba reducir un tema tan complejo al territorio de la carga genética heredada —que por otra parte, tanto valor tiene hoy para explicar cualquier «psicopatología».

Freud describió dos formas básicas de masas, por un lado las masas institucionalizadas que, poniendo como ejemplos la Iglesia y el ejército, masas estables y artificiales; y por otro las masas espontáneas, de existencia pasajera, que pueden rebelarse ante las condiciones impuestas por el sistema y devenir en masas revolucionarias unidas por el interés común de transformar su situación y provocar una ruptura con las relaciones institucionalizadas o por el contrario, decimos, terminar diluyéndose tal como emergieron nota[16. León Rozitchner, op. cit. p. 323.]. El que una masa revolucionaria no consiga su objetivo puede deberse a, o bien la inconsistencia del deseo que las generó, por la falta de un «caudillo revolucionario» que cumpla con la función de historización del deseo para su realización, o bien por el accionar de un líder que termina «histerizando» el deseo colectivo, es decir, que lo reduzca a la insatisfacción, con la aceptación cómplice y sumisa de la masa.

Las masas nunca serán homogéneas, dado que cada individuo forma parte de varias masas a la vez: la de su raza, clase social, religión, profesión, etc., subyaciendo en cada configuración grupal lo que Freud llamó el «narcisismo de las pequeñas diferencias» manifiesto por ejemplo cuando «grupos étnicos afines se repelen recíprocamente: el alemán del Sur no puede aguantar al del Norte; el inglés habla despectivamente del escocés y el español desprecia al portugués», haciéndose la aversión por el otro mucho mayor cuanto mayores son las diferencias «y de este modo hemos cesado ya de extrañar la que los galos experimentan por los germanos, los arios por los semitas y los blancos por los hombres de color» nota[17. Sigmund Freud. «Psicología de las masas y análisis del yo», op. cit. tomo VIII, p. 2583.]

No entraremos aquí a analizar los conceptos que Freud expone en su ensayo para explicar la psicología de las masas ya que no es objeto de esta nota introductoria, sólo mencionaremos su tesis central. Para Freud el vínculo que integra a los individuos dentro de una masa es de naturaleza libidinal, siendo la identificación el mecanismo psíquico que transforma la libido en vínculo entre el líder y sus seguidores y entre los seguidores mismos, destacando a su vez el papel que ocupa el narcisismo de los individuos en la idealización del líder. Siguiendo este razonamiento surge un interrogante crucial: ¿cómo consigue el líder fascista ganarse el apoyo de millones de individuos para lograr objetivos que son contrarios al interés lógico de estos?, ¿que lazo libidinal —¿masoquista?— se establece para que la masa entregue sus deseos en manos del líder contra sus propios intereses? Teniendo en cuenta que los agitadores de la propaganda nazi, con Goebbels a la cabeza, desconocían estos mecanismos psíquicos, la habilidad de aquellos se reduce a «(…) adivinar las querencias y necesidades psicológicas de aquellos que son el objetivo de su propaganda porque él —el líder— se parece a ellos psicológicamente, y se distingue de ellos por la capacidad de expresar sin inhibiciones lo que está latente en éstos, más que ninguna superioridad intrínseca. (…) el agitador se limita, por así decirlo, a exteriorizar su propio inconsciente» [18. Theodor W. Adorno. «La teoría freudiana y el modelo de la propaganda fascista», en Escritos sociológicos I, Obra Completa, vol. 8, Ediciones Akal, Madrid, 2004, p. 398-399.], de este modo los individuos de la masa viven su paradójica descarga emocional través de la expresión obscena de sus propios deseos inconscientes por medio de quien los sustituye como actor, es decir, el líder expresa los deseos de la masa, perpetuando la dependencia hacia él que pasa a ser indispensable: la salida fascista de la masa permite en cierto modo compensar la impotencia de sus integrantes mediante la identificación narcisista con el «omnipotente» caudillo.

Años más tarde este libro de Freud servirá de punto de partida a Reich para su «Psicología de masas del fascismo» que escribirá en su totalidad en los primeros meses del ascenso de Hitler al poder.





Wilhelm Reich (IV): la «conciencia de clase» que nunca llega

El congreso de Lucerna: la expulsión de la asociación psicoanalítica

En marzo de 1933 Reich es obligado por el régimen nazi a abandonar Alemania, trasladándose a Copenhague donde en agosto de 1933 consigue publicar «Psicología de masas del fascismo». En Dinamarca le niegan el permiso de residencia con lo cual tiene que marchar del país a finales de noviembre emigrando a Suecia país del que será expulsado al año siguiente. En esos viajes visita Inglaterra donde conoce al antropólogo Bronisław Malinowski[1], que había realizado un estudio sobre la vida sexual de los habitantes de la isla de Trobriand y que fue primordial para Reich en su trabajo de investigación sobre el paso del matriarcado al patriarcado y de ahí a la sociedad autoritaria[2], y que le permite desarrollar su tesis que sostiene “que basada en tabúes sexuales determinados económicamente, la represión sexual conduce finalmente a la sumisión a la familia autoritaria y al estado autoritario, los lugares de origen de la enfermedad mental y el totalitarismo»[3].

En septiembre de 1933 tiene lugar una reunión de la Sociedad alemana de Psicoanálisis en la que se decide la expulsión de Reich: su libro con una crítica contundente al fascismo involucraba a la Sociedad en un territorio que no estaba en su horizonte ya que los psicoanalistas berlineses debían mostrarse neutrales ante el régimen impuesto en la Alemania nazi, que ejercía un control estricto en las instituciones sociales, políticas y culturales. Era una cuestión de supervivencia: si Reich había comprometido a todos, con su expulsión se pretendía demostrar al régimen la neutralidad política de la Sociedad psicoanalítica, así como el rechazo al comunismo[4].

El 1 de agosto de 1934, poco antes de la celebración de un congreso psicoanalítico en Lucerna, Reich recibe una carta del secretario de la Sociedad alemana de Psicoanálisis, donde le comunica que «no se sorprendiera si en el calendario del Congreso publicado por la Sociedad Internacional de Psicoanálisis, no hallaba su nombre en la lista de los socios (…) y que colocando los intereses del movimiento psicoanalítico por encima de sus sentimientos personales, quisiera dar su consentimiento a esta medida…»[5]. Reich, sin percibir que había sido expulsado de la Asociación Psicoanalítica, viaja al Congreso: «Cuando llegué a Lucerna el 25 de agosto de 1934 y fui a la recepción del día 26, todo parecía estar en perfecto orden. Fui recibido por los colegas de los varios países con entusiasmo y afabilidad como siempre. Nadie parecía notar que algo hubiera cambiado. La tarde anterior a la apertura del Congreso, el secretario de la Sociedad alemana me habló a solas y, buscando las palabras adecuadas, me dijo que el Comité Ejecutivo de la Sociedad alemana había deliberado excluirme de la Sociedad»[6]. Cediendo a las presiones del régimen fascista y a las de la posición conservadora del movimiento psicoanalítico se consuma la expulsión de Reich después de 14 años de intenso trabajo científico y creativo. La expulsión fue ordenada por Ernest Jones presidente en ese momento de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y ejecutada por Felix Boehm y Carl Müller-Braunschweigpor, presidente y secretario respectivamente de la Sociedad Psicoanalítica Alemana (DPG), fieles colaboradores de los nazis desde 1933. Fueron por tanto dos los motivos determinantes para su expulsión, por un lado la teorización de la revolución sexual como instrumento clave de mejora psíquica y social de los sujetos, posición resistida por el núcleo conservador psicoanalítico, y por otro su crítica contundente al régimen fascista explicitado en «Psicología de masas del fascismo», a lo que habría que sumar el hecho de que Reich no solo atacaba directamente al régimen y al clero, sino que además era un militante comunista, por tanto resultaba imprescindible deshacerse de él.

La «conciencia de clase» que nunca llega

 En ocasiones el uso de ciertos términos o categorías pueden llegar a reflejar o describir la realidad pero no permitir comprenderla. Cuando las condiciones objetivas parecen dadas para que un proceso revolucionario se produzca y pese a ello esto no ocurre y la sociedad burguesa sigue triunfante, ocasionalmente se recurre a explicaciones descriptivas tales como que la «conciencia» de tal realidad aún no se ha producido en las masas trabajadoras. György Lukács definió el concepto de conciencia de clase como «(…) la reacción racionalmente adecuada que se atribuye a una determinada situación típica en el proceso de producción»[7], en esa línea Lukács trabaja con la idea de una conciencia positivista que debería emerger en la clase sometida, en el proletariado, por causa directa de las condiciones socioeconómicas. Sorprende que en su análisis no contemplara las condiciones subjetivas que lo impiden, es decir, las dimensiones psíquicas e históricas que se oponen a la emergencia de la conciencia de la realidad en las masas trabajadoras, aunque su posición respecto del psicoanálisis es característica de los ideólogos de orientación marxista soviética que castigan las teorías freudiana ignorándolas, o tratando de “deshacerse de ellas” con afirmaciones insensatas»[8]

En el capítulo I de «El capital» Marx vislumbró la existencia de un mecanismo psicológico inescrutable que denominó «fetichismo de la mercancía[9]» mediante el cual los productos del trabajo se transforman en jeroglíficos sociales para los sujetos que atribuyen a los objetos una existencia y unas cualidades totalmente diferentes a su esencia y uso social, es decir, a su «valor de uso». Obviamente ni Marx ni Engels disponían en aquella época de una teoría del psiquismo inconsciente que años más tarde Freud desarrollará y que le permitirá a este describir el mecanismo del fetichismo[10] al investigar la atribución que los sujetos hacen a objetos inocuos dándoles un valor imaginario sexual lejano a su función esencial.

Reich, conocedor de la teoría del inconsciente y del materialismo histórico, estudió en profundidad los factores que posibilitaron que triunfe la mística nacionalsocialista sobre la doctrina económica del socialismo y también en qué fallaron los partidos clásicos de izquierda al minusvalorar el proceso de ascenso del fascismo. Afirma Reich que el partido con su «ortodoxia oficial marxista» indujo a cometer al menos dos errores en sus valoraciones. El primero fue no tener en cuenta, por desconocimiento, la estructura caracterológica de las masas, es decir, la dimensión psicológica de los sujetos; el otro, el obviar las herramientas teóricas que el materialismo dialéctico le brindaba[11]. De este modo el «fetichismo de partido» se limitó a atender en exclusiva los procesos objetivos de la economía y la política de Estado y descuidó el «factor subjetivo» de la historia de la ideología de las masas, sus contradicciones y desarrollo, desembocando en un economicismo que se limita a una simple descripción de los factores económicos obvios —crisis, inflación, presupuestos, devaluación monetaria, salarios, etc. Por tanto, el marxismo vulgar pronosticó que una crisis económica de la magnitud de los años treinta debía llevar a las masas afectadas a un desarrollo ideológico revolucionario; pero ante su sorpresa las capas proletarias adoptaron la ideología de la extrema derecha, algo contradictorio y manifiesto en la brecha entre el desarrollo de la base económica y la ideología, tanto de las capas proletarias derechizadas como en la de pequeña burguesía, resultando de ello que las propias masas empobrecidas en vez de mejorar su situación la empeoraron trágicamente al llevar al poder a los cancerberos del fascismo, esa antigüedad futura que asalta las sociedades sin cesar y que se infiltra en todas las esferas de la vida cotidiana ya que anida en la estructura psíquica de las masas.


[1] Véase la correspondencia entre Reich y Malinowski publicada en Reich habla de Freud, traducción de José Cano Tembleque, Anagrama, Barcelona, 1970.

[2] Wilhelm Reich, La irrupción de la moral sexual, Editorial Homo Sapiens, traducción de Delia García, Buenos Aires, 1973.

[3] Ilse Ollendorf Reich, op. cit. p. 47.

[4] Elizabeth Ann Danto, op. cit., p. 347.

[5] Luigi De Marchi, op. cit. p. 238.

[6] Wilhelm Reich, People in Trouble, op. cit., pp. 244-245 [trad. de los eds.].

[7] György Lukács, Historia y conciencia de clase, traducido por Manuel Sacristán,. Ediciones ryr, Buenos Aires, 2013, p. 149.

[8] Helmut Dahmer, Libido y sociedad. Estudios sobre Freud y la izquierda freudiana, Siglo XXI, México, 1983, p. 212.

[9] Karl Marx, «El fetichismo de la mercancía, y su secreto», en El Capital, vol. I, traducción de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pp. 36-47.

[10] Sigmund Freud, «Fetichismo», op. cit. VIII.

[11] Véase infra, p. 35.




Wilhelm Reich (V): del «marxismo vulgar» al «psicoanálisis diluido»

Del «marxismo vulgar» al «psicoanálisis diluido»

El marxismo vulgar al considerar que el factor económico por si solo y de modo inmediato es el que determina la «ideología» y la «conciencia» de los sujetos, manifiesta su incapacidad para comprender por qué las masas se mueven en contra de sus intereses de clase.



Engels ya señaló este error de atribución causal en el que hoy día se sigue incurriendo:

«Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado» [1].

La problemática de la casualidad emerge necesariamente tras esta advertencia de Engels y es una constante en las ciencias humanas de la que están afectadas por igual tanto el materialismo histórico como las ciencias del psiquismo [2]. Bertrand Russell consideró que «la ley de la causalidad es una reliquia de una época pasada que sobrevive, como la monarquía, porque se supone erróneamente que no hace ningún daño» [3], abuso que implica la imposición de asignar una causa a cada cosa, con la pretensión de explicar cualquier fenómeno. Del mismo modo que el marxismo vulgar cree que por el solo hecho de no tener en cuenta los factores subjetivos y psíquicos es «materialista», ignorando que cuanto más los niega «tanto más se hunde en el psicologismo metafísico» [4], el psicoanálisis de butaca al desconocer los conflictos de clase que afectan a los sujetos se considera fiel a la «neutralidad analítica», haciendo impotente su práctica. En el caso del materialismo mecanicista el error consiste en identificar lo material con lo tangible, tal como señala el propio Marx, despreciando la actividad psíquica:

El defecto fundamental de todo el materialismo anterior —incluido el de Feuerbach— es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo [5].

Las problemáticas psíquicas y anímicas están necesariamente vinculadas al entramado social, económico y familiar en el que está inmerso un sujeto y que lo constituye como tal. De este modo ni el psicoanálisis ni el marxismo, en todas sus dimensiones epistemológicas y revolucionarias, terminan de llegar, siendo paradójicamente sus propias organizaciones las que más empeño ponen en que esto no se produzca.

Las ciencias positivistas pueden explicar o describir un estado de cosas cuando las acciones y las ideas son racionales y adecuadas a su fin, pero fallan para dar cuenta cuando el pensar y el accionar se contradicen, es decir, cuando a simple vista en una valoración empírica son irracionales. El economicismo y el marxismo mecanicista se encuentran desarmados frente a esta contradicción. En el caso concreto del ascenso del fascismo, caen en explicaciones vacías tales como que triunfa sobre las masas y estas lo terminan apoyando porque las seduce e hipnotiza, cuando eso es evidente ya que ese es su propósito. Pongamos como ejemplo una explicación del mismo orden y habitual en el campo de la psicología. Cuando un sujeto manifiesta un temor irracional ante un insecto y ese temor le impide realizar sus tareas cotidianas, de nada servirá explicarle que el objeto de su fobia es un ser totalmente inofensivo y que no pondrá en riesgo su vida por cruzarse frente a él. Una fobia es un síntoma producto de una construcción histórica del sujeto por tanto no surge espontáneamente y no se resuelve con una simple explicación. Es una formación dialéctica donde el yo subyugado se defiende contra una moción pulsional legítima pero inaceptable «moralmente» e inconscientemente la rechaza. La pulsión reprimida retorna bajo el disfraz del síntoma fóbico, que enmascara un conflicto psíquico entre un deseo y la represión moral que impide satisfacerlo. En esta situación conflictiva el sujeto ni se rebela contra la realidad opresora ni domina la pulsión —legítima pero inaceptable para la moral adquirida por el sujeto—, de modo análogo la sumisión de las masas y el hecho que posibiliten el ascenso del fascismo pueden analizarse como un síntoma social.

Crítica a la moral social

Reich construyó su teoría basándose en los descubrimientos freudianos que postulan que los procesos psíquicos inconscientes sobredeterminan la vida psíquica, es decir, que la conciencia no es más que una pequeña parte de la vida psíquica gobernada por instancias incontrolables —como acontece en la angustia fóbica al inofensivo insecto. Siguiendo los senderos de la teoría de la libido freudiana Reich afirmó que la sexualidad humana emerge en la infancia y no se reduce a lo genital, así como que la sexualidad reprimida por la moral social es sustraída del dominio de la conciencia, pero no pierde su fuerza, sino que retorna por otras vías, como es el caso de la del ejemplo anterior. Postular que las instancias morales no tienen ni origen supraterrenal ni genético, sino que derivan de las medidas educativas represoras de la sociedad, la familia, la religión, el Estado [6] le generaron un rechazo furibundo a Freud por parte de las instituciones políticas y religiosas. Reich consideró a la teoría psicoanalítica la mayor crítica a la moral social en general y a la moral sexual en particular: contra la premisa del «pecado original», el psicoanálisis explicaba que era la sociedad quien imponía los mandatos represores y que la tentación de transgredirlos devenían en sentimiento de culpa inconsciente [7]. La subversión del psicoanálisis, dice Reich, es que ha minado los cimientos sobre los que se sostienen la moral burguesa, capitalista y patriarcal, construidos sobre la represión sexual y la explotación de los cuerpos, tal como podemos comprobar hoy día con el mercado de la «alimentación saludable» y la estética, entre otros. Así como tal explotación es un factor capital de la sociedad patriarcal burguesa para la fabricación de sujetos sumisos y obedientes, es importante señalar que la permisividad sexual aparente de finales del siglo XX no ha liberado en esencia a los sujetos de las cadenas de la moral burguesa. Esto se manifiesta claramente en la permanencia de una sexualidad mercantil: desde la publicidad hasta la industria pornográfica, la prostitución… emergentes de una sociedad con una moral perversa y reprimida, donde las pulsiones se unifican bajo la monarquía genital del orden social burgués, verdadero gestor de la libido mediante sus organizaciones de control. La liberación de los impulsos y la satisfacción sin límites de los deseos no genera necesariamente la emancipación de los sujetos, no se combate y derrota la moral liberando las pulsiones, por el contrario de este modo se entra por la puerta principal de la lógica del deseo burgués, sin poner en peligro en ningún momento la relación represiva capital-trabajo. En todo caso, la ideología «progresista» se muestra tras una fachada «liberal» de las costumbres sin superar el modo de producción de mercancías y de sujetos sumisos.

«La izquierda sin sujeto»

Cada sujeto es núcleo en sí mismo de verdad histórica de la sociedad que lo constituye; de una sociedad revolucionaria puede esperarse que surjan sujetos revolucionarios, de una sociedad burguesa, emergerán mayoritariamente sujetos burgueses. La lucha de clases es forzosamente lucha ideológica, y ésta no solo implica luchar contra los burguesía, requiere, y aquí reside el nudo de la cuestión, deshacer las trampas que la burguesía inoculó en la masa y que producen como efecto histórico la ineficacia revolucionaria. Como afirma León Rozitchner en un ensayo clásico, no es posible pensar el tránsito hacia la revolución si la masa ha sido constituida en esencia con las categorías de la burguesía y vive amojonada a ella en su realidad [8]. A nivel de la conciencia aparece en los sujetos una aparente intención de rebelarse contra la lógica moral burguesa [9], pero paradójicamente, cuando en la tarea no tiene nada más que perder más que sus cadenas [10] algo lo impide, o ¿qué es lo que teme perder si se rebelara?; del mismo modo que el síntoma fóbico individual manifiesta el triunfo de la moral represiva, el síntoma sumiso social expresa la aceptación y la complicidad de las masas con la opresión capitalista.

Afirma Marx que toda sociedad humana no sólo es productora de cosas sino también de hombres y mujeres, que piensan con la «racionalidad» del sistema que los produce. Es decir, el sujeto que puede llegar a vislumbrar y pretender la salida de la enajenación piensa con las categorías burguesas en las que está indefectiblemente sumergido. Por tanto, el sistema de producción capitalista no solo produce mercancías sino fundamentalmente produce ideología en individuos atravesados por una identidad que le es ajena, pero de la que se apropian: la enajenación es un proceso de identificación psíquico que lleva tiempo cristalizar en el psiquismo y en el que los individuos participan pasiva y activamente de modo consciente y fundamentalmente inconsciente. Como señala Marx en relación a la existencia social de los sujetos:

El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia [11].

Un sujeto internado en una institución psiquiátrica —junto a los propios trabajadores del psiquiátrico, médicos, enfermeros, psicólogos…etc.— termina pensando desde las categorías «lógicas» de encierro de la institución. Por tanto, el descubrimiento de la racionalidad revolucionaria requiere descubrir la contradicción instaurada por la cultura en el seno del sujeto revolucionario [12]. Es decir, las categorías burguesas perseveran en el militante de izquierda. Y estas categorías impregnan todo el espectro social, desde el proletario hasta el pequeño burgués, donde el potencial sujeto revolucionario es un reflejo de la lógica moral que lo produjo. Por tanto al estar el sujeto constituido por la misma moral de la que debe desprenderse, el combate termina siendo una lucha interna contra la lógica que lo constituye, es decir, si el sujeto revolucionario está sumergido hasta la cintura en el pantano ideológico burgués, el tránsito de la racionalidad burguesa a la racionalidad revolucionaria presenta al menos dos dificultades. La primera consiste en descubrir la contradicción misma del sistema en todos los niveles de la producción social, es decir, el económico, el moral, el político… Y la segunda dificultad, la mayor, implica detectar la permanencia de dicha contradicción en el sujeto mismo que pretende adherir al proceso revolucionario, es decir, el modo en que la moral burguesa habita en los sujetos que pretenden hacer la revolución y que opera como obstáculo enquistado.


[1] «Carta de F. Engels a F. Bloch» de 21 de septiembre de 1890, en Karl Marx y Friedrich Engels. Obras Escogidas t. III, Editorial Progreso, Moscú, 1978, p. 514.

[2] Un breve planteamiento sobre el tema puede encontrarse en el estudio introductorio de César Rendueles a su selección de trabajos de Karl Marx en Escritos sobre materialismo histórico, Alianza Editorial, Madrid, 2012. Para profundizar la problemática véase el libro de David Hume el capítulo «De la idea de conexión necesaria» en Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza, Madrid, 1996, p. 94 y Ensayo sobre el pensamiento sutil: La cuestión de la causalidad, de Juan Carlos De Brasi, Editorial La Cebra, Buenos Aires 2013.

[3] Bertrand Russell. «Sobre la noción de causa» en Misticismo y lógica, Edhasa, Barcelona-Buenos Aires, 2010, p. 247.

[4] Véase infra, p. XX

[5] Karl Marx. «Tesis sobre Feuerbach»….

[6] Véase infra, p. XX.

[7] Sigmund Freud. «La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna», op. cit. tomo IV.

[8] León Rozitchner. «La izquierda sin sujeto», artículo publicado en la La Rosa Blindada, Buenos Aires, Año II, Nº 9, 1966, reproducido en la revista Pensamiento Crítico, La Habana, nº 12, enero de 1968, p. 21. [Sitio web:http://www.filosofia.org/rev/pch/1968/n12p151.htm].

[9] León Rozitchner. Freud y los límites del individualismo burgués, op. cit. p. 312.

[10] Karl Marx; Friedrich Engels. El manifiesto comunista, traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Endymión, Madrid, 1987, p. 78.

[11] Karl Marx. Contribución a la crítica de la economía política, «Prólogo», Siglo XXI editores, México, 1980, p. 4.

[12] León Rozitchner. «La izquierda sin sujeto», op. cit. pp. 157-158.




Wilhelm Reich (VI): condena, prisión y muerte

Último round: ¡He ganado mi batalla!

Wilhelm Reich escribió esta frase en varias de las cartas que envió desde la prisión [1], detenido por el FBI. Expulsado de Europa en agosto de 1939 embarcó junto a su compañera Ilse Ollendorff rumbo a EE.UU. Los psicoanalistas —neofreudianos antimarxistas— lo rechazaron por su «bolchevismo»; los comunistas —neomarxistas antifreudianos— por su «freudismo burgués»; los nazis por ambos motivos sumados a su origen judío.



Se ha pretendido dividir su obra en etapas cronológicas, como suele hacerse con los grandes pensadores, lo que consideramos un desacierto dado que la obra de un pensador está articulada y no debería parcelarse. Dejamos a criterio del lector la pertinencia o no de esta parcelación que en este caso mencionaremos. La obra de Wilhelm Reich se la dividió en tres etapas: la «psicoanalítica», la «política y social» —conocida como la cercana al freudomarxismo— y la etapa «delirante», en la que elabora la teoría del orgón y los biones. Se ha puesto en cuestión la «salud mental» de Reich en su tercera etapa y el resultado sabemos cual fue: despreciar y ocultar todo su trabajo. Algo similar ocurre cuando los imperios justifican la destrucción de un pueblo acusándolo de poseer armas que pondrían en peligro a la civilización entera, una excusa criminal para acabar con aquellos estados que deciden no someterse a los dictados del poder imperialista. Hoy día el Reich de la tercera etapa, pasaría desapercibido pero el crítico de la moral y la sexualidad burguesa tendría las mismas resistencias que tuvo en vida.

Reich ligó su compromiso social y político a su práctica clínica; denunció los condicionamientos burgueses a los que se plegó cierta práctica institucional psicoanalítica y destacó la contradicción y dificultad de pretender destituir la moral burguesa obrando con prácticas de la propia burguesía. Autor de una obra maldita, prohibida y destruida cuyas propuestas y conjeturas hicieron de él un fuera de la ley toda su vida, un Peer Gynt que el propio Reich hizo el símbolo de su vida; perseguido en Europa y en EE.UU. por su violenta pero sólida crítica a la cultura y la ideología represiva de su tiempo, que sigue siendo el nuestro. Denunció a la familia burguesa como una fábrica de seres insumisos [2] y al marxismo ingenuo que cree que con un cambio en la estructura económica vendrá la transformación de los sujetos casi automáticamente, ignorando la brecha psíquica que hay entre la estructura económica y la conciencia que los trabajadores tiene de ella:

« ¿Sabes, Pequeño Hombrecito, cómo se sentiría un águila si estuviera incubando huevos de gallina? En un principio piensa que incubará pequeñas águilas, a las que va a criar para que sean grandes. Pero lo que siempre sale de los huevos no es nada más que pequeños pollitos. Valerosamente el águila sigue con la esperanza de que los pollitos, después de todo, se convertirán en águilas. Pero no, al final no son sino gallinas cacareantes» [3].

El 12 de diciembre de 1941 Reich fue detenido por el FBI y trasladado a la prisión de Ellis Island, donde salió en libertad el 5 de enero del año siguiente. En 1946 publica la edición en inglés de Psicología de masas del fascismo, añadiendo a la edición alemana de 1933 un prólogo fechado en 1942 y algunos capítulos entre ellos el dedicado al concepto de democracia del trabajo. Al año siguiente se instala en Maine donde crea su laboratorio Orgonon, y publica sus libros corregidos y ampliados durante un breve período de tranquilidad., pero siempre bajo vigilancia de la agencia de «Administración de Alimentos y Medicamentos» (FDA: Federal Food and Drug Administration), que en 1947 abre una investigación acusando a Reich por la comercialización ilegal de los acumuladores de orgón. La «Asociación Psiquiátrica Americana» (A.P.A.: American Psyquiatric Association) y la Asociación Psicoanalítica de New York (New York Psychoanalytic Association) emitieron diversos informes poniendo en cuestión la salud mental de Reich. El FBI y la FDA no cesaban en sus investigaciones sobre las actividades de Reich en Orgonon que terminan con su enjuiciamiento.

El proyecto de Reich de transformación social y psíquica fue resistido furibundamente por movimientos políticos y sociales; movimientos que hoy día no cesan reproducirse y actualizarse para acomodarse al sistema, sostenerlo y alimentarse de él, y cada tanto producir una renovación de lo banal bajo el simulacro de lo nuevo. Produciendo de manera artificial nuevos términos y categorías, creyendo que así se transforma el mundo, cuando en realidad de este modo solo se termina encubriendo su perversión. Reich luchó abiertamente contra el fascismo que sustituyó la lucha de clases por la lucha de razas; denunció la tibieza socialdemócrata y del marxismo vulgar que creyeron y creen que con una mínima reforma de la estructura económica vendrá la transformación de la sociedad y que promulgan la igualdad pero siempre dentro de la alienación burguesa.

El 25 de mayo de 1956 Reich es condenado a dos años de prisión; se ordena destruir los acumuladores de orgón así como todos sus libros y publicaciones; el 12 de marzo del año siguiente entra en la penitenciaria federal de Danbury, Connecticut y luego es trasladado a Lewisburg, Pennsylvania, donde muere el 3 de noviembre de 1957, dos días antes de salir bajo caución.


[1] Ilse Ollendorf Reich. op. cit. p. 193.

[2] Wilhelm Reich. La lucha sexual de los jóvenes, traducción de Amado Ruiz San Vicente, Ediciones Roca, México, 197, p. 106.

[3] Wilhelm Reich. ¡Escucha, hombrecillo!, traducción de Juan Jesús Sánchez Pérez, La linterna Sorda, Madrid, 2015, p. 70.




«Freudomarxismo»: ¿un proyecto epistemológico imposible?

El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia[1].

En la introducción a Psicología de las masas y análisis del yo, Freud resalta que no hay oposición entre psicología «individual» y psicología «social», es decir, no puede estudiarse y analizarse el comportamiento de un sujeto aislado sin contemplar las relaciones sociales en la que está inmerso.

Sabemos que los modelos psicoterapéuticos predominantes se centran en el tratamiento del «individuo» con técnicas de modificación o reforzamiento de conductas, o en el caso de las prácticas psiquiátricas éstas se limitan a prescribir fármacos a los pacientes con el objeto supuesto de reducir o eliminar síntomas «mentales» como si fuesen éstos una exclusiva producción propia y aislada de los mismos o incluso de origen neurogenético.

Freud vino a descubrir que el sujeto está alienado a una instancia psíquica sobredeterminada por el entorno —que llamó superyó—, el lenguaje, las relaciones familiares y por la sociedad, instancia que lo constriñe en sus legítimos deseos, siendo labor del análisis, entre otras, posibilitar al «padeciente» vislumbrar o articular un discurso sobre dicha alienación socialmente construida pero que internamente, es decir, psíquicamente él mismo ejecuta y sostiene, para desprenderse en cierto grado de ella.

El párrafo anteriormente citado es el siguiente:

La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a un más detenido examen. La psicología individual se concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus pulsiones, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales, le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado[2].

Por su parte, en las Tesis sobre Feuerbach, en concreto en la sexta, Marx resalta que la esencia humana no es una abstracción inseparable de los individuos sino es en realidad la suma de las relaciones sociales:

Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado:

1) A hacer abstracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el sentimiento religioso y presuponiendo un individuo humano abstracto, aislado.

2) En él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos[3].

Para Marx las clases sociales son definidas en función de la propiedad de los medios de producción, que dependerá del modo de producción de cada época y sociedad. Las clases sociales estarán enfrentadas explícita o implícitamente, y dependiendo de la conciencia que tenga de ello, la clase sometida podrá enfrentarse a la opresora para poner fin a la explotación y servidumbre que padece. Para ello es necesario un asentimiento subjetivo de la posición de opresión en la que se encuentra, sin ello cualquier posibilidad de emancipación será imposible, ya que la clase opresora nunca abandonará su posición de privilegio sin más. Aquí podemos vislumbrar un primera articulación probable entre psicoanálisis y marxismo: es decir, por un lado, la liberación de los síntomas psíquicos que producen sufrimiento compete a la labor psicoanalítica y por otro, la liberación de la clase oprimida, a la labor política emancipatoria tal como propone el marxismo.

La práctica psicoanalítica permite descubrir la acción patógena y alienante de la familia patriarcal y de la sociedad, que a su vez ofrece un sistema social donde las condiciones de vida (salud, educación, vivienda, trabajo) requieren ser transformadas radicalmente. Wilheim Reich[4] en un formidable texto, señala la paradoja que representa que los sujetos a pesar de la situación de explotación en la que se encuentran no lleguen a desarrollar una conciencia de la misma y tratar de poner fin a dicha situación, sino por el contrario, se comportan sumisamente renunciando a sus propios intereses. Desde un punto de vista racional podría esperarse que las masas trabajadoras empobrecidas desarrollaran una conciencia aguda de su situación social y trataran de poner fin a la misma, pero esto en escasas ocasiones históricas sucede:

(…) la divergencia entre la situación social de las masas trabajadoras y la conciencia que ellas tienen de esta situación conduce, no a un mejoramiento, sino a una deteriorización de su condición social. Fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la instalación en el poder del fascismo, es decir, de la reacción política más despiadada.

Y continúa:

(…) Si el empobrecimiento de las masas no ha conducido a una convulsión en el sentido de la revolución social, si lo que ha surgido de la crisis son, para decirlo objetivamente, ideologías opuestas a la revolución, el desarrollo de la ideología de las masas a lo largo de los años críticos, para emplear la terminología marxista, ha inhibido el «desarrollo de las fuerzas productivas», así corno la «solución revolucionaria de la antinomia entre las fuerzas productivas del capitalismo monopolista y su modo de producción».

Vemos de este modo que las situaciones económicas e ideológicas de las masas no tienen por que coincidir y que incluso puede haber entre ellas una divergencia notable. La situación económica no se traslada inmediata y directamente a la conciencia política; si ello fuera así, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo. ¿Pero para qué los sujetos sacrifican sus intereses y deseos ante la evidencia de sus condiciones materiales de existencia si lo único que tienen por perder son sus propias cadenas?

Marx inaugura una praxis teórica y política que proyecta cambiar el mundo, analizando los factores históricos que marcan su rumbo, para permitir que los sujetos del cambio, es decir, la clase explotada, tomando conciencia de los mecanismos de su explotación y de control político e ideológico, se organicen, desplieguen una estrategia para la toma del poder y cambien las relaciones de producción y dominación vigentes.

Freud por su parte inaugura también una praxis teórica y clínica que proyecta transformar al sujeto, creando en el espacio analítico las condiciones para poder tomar conciencia de su enajenación y posibilitarle enfrentar con mayor lucidez y ánimo una realidad ambigua, que tan pronto se ofrece cómplice de sus pulsiones erráticas que promete satisfacer sin límites, como de sus ideales y ambiciones desorbitados. Pero ¿en qué medida el éxito de una empresa emancipatoria, la de Freud, depende del éxito de la otra, es decir la de Marx?.

El proyecto de un encuentro entre ambas praxis parece ya imposible: los «marxistas» consideran a los psicoanalistas pertenecientes en su mayoría a la pequeña burguesía (lo cual en gran medida es cierto), y que no forman parte de las fuerzas productivas sino de las restauradoras de la fuerza de trabajo, por tanto cómplices de la clase explotadora. El campo del psicoanálisis a su vez está dividido en múltiples grupos, corrientes y desviaciones lejanas del proyecto original freudiano, muchos de ellos aislados en un limbo que los refugia del «malestar de la cultura». El campo del «marxismo» por su parte disperso en partidos y organizaciones predominantemente reformistas y socialdemócratas que apuntalan el sistema que dicen combatir, alejadas también del proyecto nacido con el Manifiesto de 1848.

Si como señala Armando Suárez, el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital, intentan responder ¿cómo, por qué y en qué medida las sociedades cambian?, Freud en El malestar en la Cultura y en Más allá del principio del placer viene a decirnos ¿por qué, cómo y para qué las sociedades (los sujetos) no cambian y se resisten a hacerlo pese al malestar que soportan?[5]

Los límites del psicoanálisis son claros, tal como el propio Freud expresó: liberar al sujeto de su miseria histérica, para que pueda hacer frente en cierta medida a la miseria histórica propia de los miembros de una sociedad injusta, explotadora y enajenante, de la que todos, en distinta proporción somos víctimas y cómplices.

Repetidamente he oído expresar a mis enfermos, cuando les prometía ayuda o alivio por medio de la cura catártica, la objeción siguiente: -Usted mismo me ha dicho que mi padecimiento depende probablemente de mi destino y circunstancias personales. ¿Cómo, no pudiendo usted cambiar nada de ello, va a curarme?- A esta objeción he podido contestar: -No dudo que para el Destino sería más fácil que para mi curarla, pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos transformar su miseria histérica en un infortunio corriente.”[6]

En un certero artículo Rafael Poch de Feliu hace mención al comentario de un periodista de prestigio en el que éste atribuye la caída de la URSS al crucial papel que Margaret Thatcher tuvo en la misma, a la figura del papa Juan Pablo II, a Ronald Reagan y su “guerra de las galaxias” o a los nacionalismos como factores decisivos[7], ignorando de este modo la primacía de factores internos a la propia URSS y su proceso de implosión gestado desde décadas. Del mismo modo podemos pensar que quien más daño ha hecho al psicoanálisis, que parece en retroceso práctico-clínico, ya que en el académico en nuestro país nunca tuvo un lugar significativo, no son agentes externos, a saber, las terapias cognitivo-conductuales ni las farmacéuticas, sino los propios sujetos, una gran mayoría de ellos, entre los que me incluyo, que se consideran psicoanalistas y que ejercen y han ejercido la profesión; de forma paralela quien más daño ha hecho al marxismo son los propios dirigentes que en su nombre y en el de sus organizaciones y partidos se han encargado de mutilar el proyecto marxista y socialista fortaleciendo en consecuencia al sistema de explotación capitalista imperante.


[1] Karl Marx, «Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política» Siglo XXI, México, 1980.

[2] Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Alianza, Madrid, 2003, p, 7.

[3] Karl Marx, «Tesis sobre Feuerbach», Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1980.

[4] Wilheim Reich, Psicología de masas del fascismo, Editorial Ayuso, Madrid, 1972.

[5] Armando Suárez, «Freudomarxismo: pasado y presente», en Razón, locura y sociedad, VV.AA., Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 162.

[6] Sigmund Freud, «Estudios sobre la histeria», Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996.

[7] Rafael Poch de Feliu, «La disolución de la URSS», en: https://rafaelpoch.com/2017/12/06/la-disolucion-de-la-urss/